En Ámsterdam la vida es más relajada, más liberal: con sus canales, los cafés que venden mariguana y hachís o los escaparates del Barrio Rojo, pero también está en lucha contra el nuevo coronavirus.
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Ante la crisis de contagios que vive Europa, hace una semana el gobierno de Países Bajos optó por cerrar museos, y tres días después escuelas, restaurantes y comercios no esenciales hasta el 6 de abril.
La orden generó compras de pánico no solo de alimentos y artículos de aseo, sino de mariguana. Y para el lunes pasado algunos turistas no sabían dónde conseguir comida.
Por ello se autorizó la apertura de restaurantes y de los famosos cofeeshops, los cuales deben ofrecer productos para llevar. Además abrieron algunas tiendas de souvenirs, de ropa y galerías de arte.
Mientras la Unión Europea apuesta por el aislamiento para reducir el número de infectados y muertos, el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, promueve la inmunidad colectiva.
Considera que entre más personas desarrollen anticuerpos contra este virus se evitará que llegue a los grupos vulnerables, además de que la contención no garantiza que el Covid-19 no vuelva a atacar al levantarla.
En el intermedio, por las calles de Ámsterdam continúa el imparable ir y venir de bicicletas. En la Plaza Dam los niños corren detrás de las palomas y una escultura viviente que representa a la Muerte posa frente al Palacio Real. Otra zona concurrida es la Plaza de los Museos, donde familias juegan con sus perros o pasean por los parques.
En contraste, en la estación central son contados los viajeros esperando tren. En la avenida Damrak, una de las principales, el Museo del Sexo y los comercios tienen las cortinas abajo y carteles que anuncian su cierre a causa del Covid-19.
La pocas personas que circulan por esta vía esperan su pedido afuera de restaurantes de comida rápida o son turistas tomando fotos y comprando algún recuerdo. El mercado de las flores cumple su horario con la visita de unos cuantos clientes.
En tanto, el Barrio Rojo sí está desolado. Los escaparates ahora muestran cortinas rojas o la silla en la que posa la sexworker. Hay solo algunos curiosos en una tienda de juguetes sexuales y trabajadores rehabilitando la vía pública.
Los canales están en la misma situación. Herengracht, Prinsengracht y Keizersgracht tienen las embarcaciones vacías y formadas.
Afuera de la casa museo de Ana Frank dos mujeres se preguntan adónde ir ahora. Revisan su mapa y no se deciden porque las atracciones están cerradas. Son madre e hija mexicanas que vieron truncado su viaje por la contingencia.
“Llegamos el 13 de marzo a Ámsterdam y teníamos pensado ir a París, pero desistimos porque nos íbamos a quedar encerradas allá. Nos quedamos aquí, pero el lunes cerraron todo. Hasta el Starbucks...
“No sabíamos dónde comprar comida, pero dimos con un tianguis. También nos sacaron del hotel, pero nos dijeron que la razón era que había pocos huéspedes, no por el coronavirus. Apenas hoy (ayer) ya volvieron a abrir algunos restaurantes”, contaron.
Al caer la tarde, los comercios calificados como no esenciales apuran a los clientes porque es hora de cerrar. Donde se sigue observando gente es en los supermercados y principalmente en los parques, porque es la hora de entrenar para los runners.