Elecciones 2024 en Reino Unido: La era del desencanto

El 4 de julio el Partido Laborista regresará al poder en RU con una mayoría indiscutible de diputados; el deterioro del conservadurismo, sin embargo, advierte entre otros problemas la creciente presencia de la extrema derecha.

El 4 de julio el Partido Laborista regresará al poder en RU | Mauricio Ledesma
Bruce Swansey
Reino Unido /

Hay quienes opinan que la historia no cambia, sino que oscila, un ciclo pendular que termina para volver a comenzar. La historia como una fatalidad previsible hasta cierto punto. En el Reino Unido (RU) el regreso del Partido Laborista (PL) al poder el 4 de julio, evoca el triunfo laborista de Tony Blair y New Labour en 1997. 

Un landslide que arrasó conquistando el número 10 de Downing Street. El proceso electoral que el primer ministro Rishi Sunak convocó intempestivamente le abre las puertas a Keir Starmer del número 10. Se prevé una “super mayoría” que le daría al partido laborista cerca de los 400 diputados que le aseguran la mayoría indiscutible. 

Los conservadores alertan sobre extenderle un “cheque en blanco” al laborismo. Entre unos y otros a derecha e izquierda, nacionalistas o unionistas, el panorama político del RU ha cambiado, o quizá sería más claro decir que el deterioro del conservadurismo define la creciente presencia de la extrema derecha.

1997-2024: La historia no se repite

¿1997? Entonces las capitales europeas se preparaban para los festejos milenares que vistieron de luces a la Eiffel, trajeron ruedas luminosas de la fortuna al Támesis e infundieron enorme energía al último brindis. Fue el año de Cool Britania. Visto desde la otra orilla, el fin de siglo fue una fiesta asediada. 

Del desarrollo post thatcheriano a la crisis financiera del 2008, fue la despedida del siglo que se había caracterizado por hacer que las guerras terminaran con la guerra, el siglo que franqueó el umbral para la destrucción atómica, que todavía es la renovada amenaza de extinción. Ni siquiera el clima es el mismo que en 1997, cuando se depositaba la esperanza en el advenimiento de un nuevo siglo y milenio. 

Es la misma esperanza detrás del deseo de cambio, aunque se ignore el significado del término. Una vez adherido a un partido o movimiento, el término atrae y promete todo y nada. Cambio. La palabra chisporrotea en la imaginación dándole inmediatamente una calificación positiva.

Parece que como en 1997 estamos ante un triunfo arrollador del laborismo que aprovecha el voto de quienes están hartos del gobierno conservador y prefieren (casi) cualquier otra alternativa. Los eventos siguen su curso y eso sitúa al Partido Laborista en un lugar central en las elecciones que decidirán el 4 de julio si el RU permanece con el Partido Conservador (Tories) o confirma el cambio al Laborista. 

No es poca cosa. En cuatro años Sir Keir Starmer ha conducido al laborismo desde la catástrofe de 2009 hasta convertirlo en una fuerza electoral a la que hay que tomar en serio cuando se trata de ganar las llaves del número 10. Veinte puntos arriba del Partido Conservador, los laboristas encabezan la recta final evocando la magnitud del enganche social que le dio el triunfo a New Labour. Pero la historia no se repite.

El 2024 no es 1997. Quienes tomaron el poder entonces tenían un proyecto viable además de una estrategia de sobrevivencia que funcionó hasta 2007 y que sugieren que Inglaterra es un país conservador que de tiempo en tiempo castiga a los Tories abriéndole la puerta al laborismo.

El triunfo del laborismo también se beneficia de la derecha extrema que desde Cameron acosa al conservadurismo, capaz de animar el Brexit. Encabezadas por dos ex ministras de interiores, Priti Patel y Suella Braverman, la derecha xenófoba exige mano dura con los inmigrantes ilegales, acercándose al espacio que le corresponde a Nigel Farage, el Frankenstein que pesó para elegir el Brexit. 

El Partido Conservador se desmorona, agobiado por 14 años de una administración que desde el mandato de David Cameron erosionó los servicios públicos y especialmente la salud y la educación, provocando una decadencia económica, política y moral, una diferencia radical entre los vislumbres finiseculares y el inicio de un siglo aciago. En esto, 2024 tampoco es 1997.

La era del desencanto

En la era del desencanto ninguna promesa vale más que el papel en el que está escrito, como ha dicho Starmer del manifiesto del primer ministro Rishi Sunak, quien insiste en reconocer lo que el Partido Conservador ha hecho durante década y media mientras los votantes se retuercen quejándose del costo de vida, de la falta de vivienda accesible, de un sistema nacional de salud que ya pasó la crisis para adentrarse en el limbo, de escuelas precarias y desatendidas, de la baja en la expectativa de vida, de la ruina visible en diversos pueblos abandonados desde hace tiempo, las primeras víctimas de la economía de servicios y de la fobia de Margaret Thatcher contra el estado, los sindicatos.

Labour propone lo contrario: hay que reconstruir el país sin aumentar los impuestos, pero de nuevo esa es una oferta que todos hacen. Los laboristas porque vende su imagen razonable y burocrática, que asegura estabilidad y acuerdo financiero, los conservadores porque ya no tienen que cumplir con sus promesas, los ultra conservadores porque haciéndolo se alimentarán del cadáver del conservadurismo, los liberales porque corresponde alimentar las reivindicaciones justas, los nacionalistas escoceses porque forma parte de un pacto social que también se desintegra y en el que se prevé el crecimiento del número de diputados laboristas ante el decaimiento del partido nacionalista escocés, todos son sensibles a los efectos que en el ánimo del electorado producen los impuestos, tema sobre el que parece haber una conspiración del silencio acerca de los impuestos y la crisis de los servicios públicos. En 1997 se hablaba de una aurora, mientras en 2024 de un ocaso sobre el fondo ominoso de la guerra.

14 años de administración Tory les ha quitado a los votantes la esperanza de que su voluntad signifique gran cosa. Una administración tras otra y las cosas siguen igual y más bien, peor. Lo que hace falta cambiar es más que una etiqueta. Quizá nunca antes ha habido una conciencia tan clara de la disminución del RU desde su salida de la UE. 

El sistema de salud jamás recibió los famosos 350 millones de libras semanales que Boris prometió desde su autobús colorado que llevaba en los costados la suma. Una imagen de lotería festiva, miércoles de carnaval. La inmigración sigue siendo el coco de Europa, recrudecida en el RU. 

La inmigración, más que el costo de vida, la crisis de la vivienda popular, la cuestión energética, el peligro de la extrema derecha, es el pánico que los roe y crea volatilidad entre los votantes indecisos. Los habrá de clóset que apoyen a Rishi con ojos cerrados ante lo que promete ser una catástrofe en cámara lenta. Y los habrá que cegados por la ira darán su voto a Reform que promete fumigar a los inmigrantes, perseguir a las locas y encerrar a las mujeres. Los musulmanes extremistas no son los únicos fundamentalistas.

El fantasma hambriento de la derecha

Europa es rehén del fantasma hambriento de la derecha. Se admite (excepto Farage) que la inmigración es necesaria para cubrir trabajos en salud, hospitalidad, cuidado de los viejos y desvalidos, servicios que de otra forma dejarían de funcionar. 

Aún así, la amenaza del remplazamiento étnico traquetea en el inconsciente colectivo y las decisiones que se han intentado echar a andar desde tiempos de Theresa May, creadora de la política que llamó del “ambiente hostil”, se mantienen. 

Kafka no lo habría imaginado. El laberinto burocrático parece concebido para disuadir y aun desesperar a quienes siguen el trámite de refugio, que para 118 mil personas significa un hoyo negro. Prohibido el trabajo, ingresan en una zona gris que los condena a una existencia vegetativa a la espera de que las autoridades actúen.

Según un reportaje en The Guardian sobre los votantes en zonas prósperas del RU como Surrey, que tradicionalmente apoya a los conservadores, ninguno quería dar su voto a los Tories. Para algunos el “Partygate” de Johnson (en el que participó Sunak, quien debió pagar una multa) continúa amargándolos porque mientras ellos aceptaron no despedirse de sus seres queridos que fueron de las primeras víctimas de covid-19, Boris celebraba seguro de que un chiste en tiempo bastaría para sosegar a los enemigos.

El desengaño de los electores es profundo y justificado: pueblos decimados desde el thatcherismo en los que antes la UE invertía, instalaciones transformadas en lugares turísticos, como los muelles de Harland, desde donde partió el Titanic majestuoso, la reina de los mares, y a donde acudió ya seco el primer ministro Rishi Sunak, ignorante o arrogante ante la importancia simbólica del espacio relacionado con la historia. Mal augurio, dijeron a coro las banshee. Primero le llueve y ahora se hunde.

Desde que anunciara bajo la lluvia la campaña electoral, Sunak ha ido de una gaffe a otra. Es el mismo que durante su campaña para ayudar a los restaurantes estimuló a los ciudadanos para salir a cenar durante el encierro del covid. 

Es el mismo que votó por el Brexit, del que sigue orgulloso por haber separado al RU de sus socios más accesibles; Sunak, cuya mujer debió renunciar a su estatus de domicilio fiscal fuera del RU; Sunak quien asegura que el descenso de la inflación es consecuencia de su administración y promete un gobierno con “un proyecto” que realizará la conscripción obligatoria a los 18 años. A cambio asegura que esta vez en serio solucionará la cola de siete millones de pacientes en lista de espera y la seguridad de que aumentará el número de fuerzas públicas del orden, asoladas por pandillas armadas, que hará accesible la vivienda y bajará los impuestos. Es Sunak quien sonríe cuando se le corrige, como es el caso de las 2 mil libras de impuestos que según él subirán los laboristas.

Los desencantados en Povertyham señalan que prometer no empobrece. Lo único que quieren es nuestro voto. Y mientras los representantes cuyos puestos son amenazados por el tsunami de bancos de comida y ropa, por centros comunitarios de caridad, se esfuerzan por paliar los efectos de la carestía y la soledad que produce la miseria. 

Las condiciones de existencia se han deteriorado visiblemente haciendo que la calidad de vida descienda y con ella la longevidad y la salud. En 1997 el laborismo emprendía la marcha triunfal sin los escollos que en 2024 pintan una situación cercana a la emergencia.

Starmer y con él, el partido, han decidido ser cautos y no comprometerse reconociendo que de ganar deberán solucionar una catástrofe. Unificar el país, convencer a sindicatos y empresas, contar con el apoyo popular y sobre todo, solucionar materialmente lo que se ha abandonado desde la era de austeridad del gobierno de Cameron y Osborne, exige un milagro. 

Starmer ha demostrado que es buen organizador político. Es aburrido, dicen algunos. Mejor así, opinan otros, hartos de lo que Starmer llama la “pantomima” de Nigel Farage y su asociación nacionalista, un síntoma de la descomposición de los partidos. Starmer promete serenidad y eficacia. Reeves, quien puede ser la primer mujer canciller asegura estabilidad. 

No hay ningún proyecto trussiano para someter la nación a choques eléctricos, sino el reconocimiento de los problemas y lo que proponen para solucionarlos. Es cierto, como los demás, hay cuentas optimistas que dependen del crecimiento, fundamental para producir bienestar.

Ningún partido es panacea y los problemas de comercio internacional hacen más difícil una situación que ya lo es. Urge reparar los acuerdos comerciales con la UE porque los acuerdos privilegiados con Estados Unidos forman parte de las promesas rotas. Se sabe que quien triunfe deberá subir los impuestos y es posible que el estado de emergencia social (las cárceles estarán a tope en julio, agotadas todas las reservaciones) sea endémico. 

La gran pregunta es cómo financiarán sus promesas electorales transformándolas en algo más que ilusiones. Hoy, más que nunca, vivimos en un mundo donde es posible el escrutinio de los gastos públicos, por eso la viabilidad de las ofertas electorales depende de los números. ¿Cómo proponen financiar los buenos deseos?

La sombra de Thatcher

La “colonización” de las banquetas convertidas en pasillos a cuyo lado se alinean pequeñas tiendas de campaña donde pernoctar si no se es víctima de un ataque de ciudadanos con iniciativas patrióticas, proporciona imágenes inquietantes que favorecen un proceso xenófobo que reclama el territorio nacional para los oriundos. 

En Austria, en Alemania, en Italia, en el Reino Unido, en Grecia, la inmigración articula a las masas intransigentes en múltiples agrupaciones que van desde el nazismo hasta la renuencia a continuar recibiendo inmigrantes legales, ilegales o refugiados.

Según Will Hutton, periodista de The Guardian, la sombra de Thatcher continúa determinando los anhelos del Partido Conservador. Mientras esto continúe, las cinco grandes catástrofes que definen la deriva del thatcherismo continuarán impidiendo alternativas más eficaces. El experimento económico de los ochenta dejó detrás la catástrofe que afecta especialmente las Midlands en el centro del Reino Unido, el norte de Inglaterra y Gales.

La desregulación de la banca fue la segunda catástrofe que favoreció la especulación y el fraude financieros en gran escala que condujo a la crisis de 2008. La austeridad del gobierno de Cameron y su canciller George Osborne afectó aún más a quienes ya habían sido golpeados. Brexit es la cuarta catástrofe que nadie quiere mencionar y cuyos efectos recrudecen abriendo la puerta a la quinta catástrofe, que protagonizó el gobierno de Liz Truss, más perecedero que una lechuga en el anaquel de Tesco.

La gestión de Sunak entra a formar parte de un proceso de descomposición. El desencanto ante los partidos y la política no es nuevo, pero quizá nunca antes se había mostrado de una forma tan transparentemente cínica, creando el caldo de cultivo ideal para alimentar el resentimiento y la división que a diferencia de 1997 permea 2024.

aag

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