Si la devoción por la reina Isabel II pudiera medirse en tiempo, sus fieles pasaron formados unas ocho horas para poder estar no más de 30 segundos frente a su ataúd y despedirse en persona de quien fue su monarca por 70 años.
Ayer, en el primer día en que el féretro con el cuerpo de Su Majestad estuvo en el vestíbulo del Palacio de Westminster, la fila alcanzó los cinco kilómetros a pie del Río Támesis hasta la llamada Capilla Ardiente. Si la devoción por la reina Isabel II fuera en metros, esa sería la medida.
Pero ni las horas de espera ni los kilómetros parados pudieron más que las ganas de los miles de dolientes para, como dicen los británicos, mostrar sus respetos por Elizabeth Alexandra Mary, y es que el histórico momento valía esas y todas las penas.
Apenas se ingresaba al Westminster Hall, la escena era impresionante: el ataúd al centro del vestíbulo de un palacio, con una corona y un cetro encima que brillaban como nunca, resguardado por los cuatro lados por guardias de honor con sus característicos sombreros altos de piel de oso. Ninguno se movía, habría que acercarse para estar seguro que no se trataba de un maniquí, y solo cuando se llegaban a tambalear, uno podía comprobar que no lo eran.
Pero desde que se ingresa por la puerta trasera a este palacio, además de un calor contrastante con la fría noche de Londres, se siente una solemnidad que se duplica cuando unos voluntarios que portan un smoking cola de pato dan la bienvenida, pero todo queda rebasado por el impresionante silencio que impera en la sala, favorecido en gran medida por la alfombra de un color tipo salmón.
Y es que si el Palacio de Westminster es tan imponente por dentro como por fuera, no por nada fue declarado Patrimonio de la Humanidad de Londres por la Unesco en 1987, en estos próximos días el interior es una verdadera escena de cuento.
Quizá por toda esta escena, la gente sale conmovida, algunos incluso lloran, otros abrazan a su acompañante, pero todos agradecen esos cinco minutos en que se tarda cruzar el vestíbulo del Palacio de Westminster, esos 30 segundos frente al ataúd de la reina Isabel II, por esas ocho horas de fila.
Pero todo empezó muchos kilómetros y muchas horas atrás. Este miércoles, para las 17:00 horas, tiempo de la capital inglesa(11:00 horas de Ciudad de México), cuando se abrieron las puertas al primer doliente, el último en la fila llegaba a la altura de la estación London Bridge, a unos cinco kilómetros hasta el Westminster Hall.
Formadas había personas de muchísimas nacionalidades y aunque predominaba la localía británica, igual había asiáticos que africanos o latinos; en la fila se escuchaba al mismo tiempo el inglés, el francés, el italiano o el español: una verdadera Torre de Babel.
De igual forma, había personas de todas las edades: desde bebés en carriolas hasta abuelos con bastón en mano, pasando por adolescentes, adultos, niños...
En algunos puntos sobre el Támesis, las autoridades británicas colocaron pantallas gigantes en las que reprodujeron otros momentos históricos del Reino Unido: "Mi familia estuvo ahí", dijo Hugo refiriéndose al funeral de Winston Churchill. "Ahora yo quiero ser parte de esto".
No era el único. Cuando caía el atardecer en Londres, una persona que corría paralelo al Támesis le preguntó a una mujer si valía la pena la espera para ver por un momento muy corto el féretro con el cuerpo de la reina Isabel II: "Claro que sí, es un momento histórico", replicó.
Para entonces, y tras dos horas y 45 minutos en la fila, la gente todavía no recibía la pulsera en color amarillo que las autoridades británicas dispusieron para poder entrar al Westminster Hall con fines de control.
Unos 15 minutos después ya tenían en sus muñecas el brazalete y entonces el avance se agilizó que el primer filtro se pasaba en segundos y se caminaba a prisa por el Lamberth Bridge hasta llegar a la parte sur de los jardines de la Torre de Victoria, donde una nueva fila y filtros conllevarían más de cuatro horas hasta el Palacio de Westminster.
La espera fue tal que un par de personas se desmayaron y fueron atendidas por paramédicos en la alfombra de plástico que colocaron sobre el césped y unas cuerdas que parecían más de pasarela.
Por momentos, algunos se pusieron en cuclillas, otros se sentaron en el piso e incluso varios se acostaron. Aunque también había quienes trajeron un libro, se pusieron sus audífonos y hojearon durante horas.
En un momento, un oficial que sirvió para la reina Isabel II acaparó la atención, pues portó orgulloso su uniforme con las medallas que obtuvo. Muchos le pidieron una foto, otros prefirieron una anécdota: "Entre más se acerca uno al Palacio de Westminster, más imponente es...", empezó a contar.
JLMR