Los hombres que nos detienen ostentan autoridad y uniformes militares. Agitan frente a nosotros un arma de calibre grueso con potencia militar. Pero en lugar de casco, llevan kipá o yarmul, una tela circular que se pone sobre el cabello, así como prendas de colores vivos —como un suéter azul y una camisa roja. —que contrastan con las prendas reglamentarias del ejército. Nos exigen presentar identificaciones pero es claro que no reconocen las que nos otorga a los periodistas el gobierno que representa.
El activista israelí Yehuda Shaul les indica que carecen de base legal para impedirnos el paso y, tras revisar pasaportes, los hombres ceden. No sin aclarar que, si quieren, pueden arrestarnos.
“Los colonos judíos solían atacar a los aldeanos acompañados de soldados, que los protegían pero también les ponían algunos límites”, explica Shaul. “Desde que empezó la guerra, enviaron a los soldados a Gaza; a los colonos de aquí, les dieron armas, uniformes y grados militares. Ya no es que los colonos vengan a atacar y los soldados los apoyen: ahora los colonos son los soldados”.
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El objetivo explícito del llamado “movimiento colono”, tan influyente que colocó en el gobierno israelí a ministros tan importantes y extremistas como el de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, y el de Finanzas, Bezalel Smotrich, es concluir la limpieza de las áreas rurales de Cisjordania que quedó inconclusa tras otro conflicto armado, el de 1967, construyendo asentamientos que son ilegales para la legislación internacional.
En los dos últimos años, la campaña se ha intensificado. La oposición israelí denuncia que el desplazamiento de unidades militares a Cisjordania para apoyar este esfuerzo, generó el vacío de fuerza alrededor de Gaza que terminó por amplificar el impacto de la ofensiva de la milicia Hamás del 7 de octubre. Y a partir de ese día, la violencia se ha redoblado.
Según datos de la ONU y de la organización israelí de derechos humanos B’Tselem, si en 21 meses, entre enero de 2022 y septiembre de 2023, consiguieron la expulsión de mil 105 palestinos de 28 comunidades, sólo en las últimas seis semanas sacaron de sus hogares a mil 205 personas (incluidos 484 niños) de 32 localidades.
El conteo de fatalidades de la ONU llegó a 208 palestinos asesinados —incluidos 52 niños—, y 2 mil 877 heridos —entre ellos 355 infantes— por colonos o fuerzas de seguridad en Cisjordania entre el 7 de octubre y el 19 de noviembre, en 222 incidentes violentos en 92 pueblos o aldeas. Del lado contrario, palestinos mataron a cuatro israelíes.
El tema no es desconocido para la comunidad internacional. De hecho, el presidente estadunidense Joe Biden publicó un artículo el 18 de noviembre, en The Washington Post, en el que denuncia las “acciones para intimidar a civiles” y la “seria amenaza” de la “violencia de los colonos”, y asegura que “Estados Unidos está preparado para tomar medidas”. ¿Cuáles son? “Denegación de visados” para visitar su país.
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Amenazas y asesinatos
Estamos en Masafer Yatta, un conjunto de caseríos palestinos en las desérticas colinas al sur de la ciudad de Hebrón, en el extremo meridional de Cisjordania. Llegamos a la aldea de Susya, que con 330 pobladores es todo un emblema de resistencia en la región: desde la guerra de 1948, ha sido destruida en una decena de ocasiones.
A veces, como resultado de combates; otras, porque arqueólogos israelíes dijeron haber hecho importantísimos hallazgos arqueológicos que requerían expulsar a la población, o porque un comandante del ejército lo decidió por su cuenta. Y en cada ocasión, los habitantes regresaron a colocar sus tiendas y corrales para cabras, y la bandera palestina.
Basel Adraa, un habitante de 28 años de la vecina aldea At Tuwani, ayuda a traducir los testimonios de personas de la tercera edad de Susya, que explican cómo es que el entorno se ha hecho cada vez más hostil para la subsistencia de la comunidad: los colonos la han rodeado con sus asentamientos, robándole tierras e impidiéndole trabajar las que todavía le quedan.
El estrangulamiento económico puede ser el golpe definitivo. Pero a lo largo de años, además de destrucción de propiedades, envenenamiento de reservorios de agua, quema de plantíos de olivos, muerte de animales y obstrucciones al movimiento, los colonos han recurrido al hostigamiento, las amenazas, la agresión sexual, las golpizas, la humillación y el asesinato.
Métodos que a partir de la guerra no únicamente se han hecho más frecuentes y violentos, y que ya no sólo son usados contra los pobladores sino también contra los activistas israelíes que durante años han acompañado a las víctimas, interponiéndose cuando son atacadas. Como los jueces suelen pasar por alto los daños sufridos por los palestinos pero no los que se infligen contra los ciudadanos israelíes, los colonos solían pensárselo dos veces antes de agredirlos. “Pero ahora les dieron autoridad militar”, observa Yehuda Shaul, codirector del Centro Israelí de Asuntos Públicos Ofek, “y esto les da poder sobre todos”.
Otros caseríos tuvieron que rendirse. Como el de Khirbet Zanuta, donde apenas quedan muros de piedra, ropa y basura como huellas de las 27 familias que vivían ahí hasta el 28 de octubre. En lo que fue la escuela del lugar, donde todavía cuelga la placa que indica que fue construida con fondos de la Unión Europea, el señor Faris Samanri, de 56 años, narra que habían aguantado la presión durante años, en los que también terminaron rodeados de posiciones de los colonos, hasta que el inicio de la guerra motivó acciones cada vez más violentas en su contra. Y ahora con una advertencia final: tienen 24 horas para marcharse o los vamos a matar.
MILENIO pudo registrar en video una muestra de las tácticas de acoso de los colonos. Mientras recorría los restos del caserío, desde una colina a un kilómetro y medio de distancia, en cuya cima se encuentra el puesto de avanzada ganadero Havat Meitarim, llegó un dron que durante varios minutos acosó al reportero, aproximándose excesivamente y simulando que se lanzaba contra él. Después regresó a su sitio de origen.
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Despojo exitoso
Los animales responden mal a este tipo de acciones. Basel Adraa explica que acosan a los rebaños de los aldeanos, provocando que las cabras huyan despavoridas o choquen entre ellas, lastimándose. Entre las que están preñadas, algunas han perdido el producto.
El propio Havat Meitarim es un ejemplo de una estrategia reciente del movimiento colono, tan exitosa que se ha convertido en eje de sus ofensivas.
En 2010, en una visita que hizo el reportero a esa misma zona, la táctica de preferencia era la de los puestos de avanzada (outposts): a partir de los asentamientos consolidados, salen pequeños grupos armados en casas rodantes a ocupar cimas de colinas más lejanas. Aunque son ilegales también para el sistema israelí, mientras se resuelven los litigios judiciales (al final, casi siempre a su favor), deben ser protegidos por el ejército aunque estén en propiedad privada palestina, hasta construir un nuevo asentamiento.
Se trata, sin embargo, de un proceso que les parece demasiado lento. Por eso han ganado popularidad los puestos de avanzada ganaderos (herding outposts), que consisten en que una pareja, acompañada de unos pocos jóvenes, no solo toma la cima de una colina sino también extensas tierras para el apacentamiento de centenares de cabezas de ganado.
“La construcción [de asentamientos] solo añade poca tierra, debido a las consideraciones financieras de implementación y desarrollo, y por lo tanto, hemos llegado a ocupar poco más de 100 kilómetros cuadrados en 50 años”, explicó el líder colono Ze’ev ‘Zambish’ Hever en una conferencia de su movimiento en febrero de 2021, titulada “Preservando la tierra. Casi toda está en nuestras manos”.
Con los puestos ganaderos, continuó, “en los últimos tres años hemos alcanzado los sitios más lejanos, hoy cubren el doble de la tierra que tienen los asentamientos. De verdad, es el doble”.
Por lo tanto, concluyó Hever, es la ruta a seguir: “tenemos la iniciativa, espero que esto cumpla con los objetivos en el largo plazo”.
aag