“Dios, ¡¿dónde estás?!”. La pregunta, el reclamo, la denuncia de la figura mística se repite con toda la potencia vocal de una mujer que deambula desesperada, hundida en la angustia y la incertidumbre, por los restos quemados de la casa de su madre… a quien asesinaron. También a su sobrina. Y la doliente se pregunta por la suerte de su esposo y sus tres hijos.
La frontera con Gaza está a solo dos kilómetros. Y el rumor de la muerte se eleva con los truenos ominosos de las bombas. El dolor que escucho en este ser humano aquí resuena en muchos seres humanos del otro lado. Aquí se invoca a Jehová. Tras la línea, a Alá. Ambos, a fin de cuentas, representaciones del mismo Dios, el del libro de los tres pueblos.
En este kibbutz Nir Oz, recorremos las huellas de la brutalidad del 7 de octubre, la destrucción de una utopía socialista por el odio religioso, las casas balaceadas, las paredes grafiteadas con insultos contra la gente apenas asesinada, los cuartos infantiles profanados por la crueldad pura.
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Los aviones que sobrevuelan están soltando sus proyectiles, cuyas explosiones escuchamos, poderosas, terribles. Lo que ocurrió hace 23 días se reproduce y magnifica a cinco minutos en coche de aquí. No es la defensa, es la venganza. Venganza por lo que fue la venganza de tantas venganzas pasadas, y que alimenta futuras venganzas.
Hadas Kalderón, con su aspecto sudamericano, su cabello muy ondulado, su mirada confundida, su espiral en la que se da cuenta de que la pesadilla es cierta y vuelve a darse cuenta de que la pesadilla es verdadera y sigue atrapada en una pesadilla que no se desmiente aunque tanto lo desee, no pide piedad para los hombres que acabaron con sus amores de la vida, su madre Carmela y su sobrina Noia, de 13 años, y que se llevaron a su esposo, Ofer, su hija Sahar, de 16 años, y su hijo Erez, de 12.
Solo exige cambiar las prioridades: “Detengan inmediatamente las acciones militares” hasta que Hamás libere a los rehenes. “Y luego hagan la guerra. No pueden hacer la guerra a expensas de los niños y los bebés”.
Otras víctimas han hecho pública una postura distinta. Una posición que se acerca para compartirnos, antes de que los soldados nos transporten fuera de la zona militar cerrada que impusieron en las cercanías de Gaza, uno de los fundadores del kibbutz, Ran Paukar, de 86 años.
Una joven soldado vino a interrumpirlo pero no fue capaz de hacerlo de inmediato, contenida por respeto a su edad. “Espero que los líderes de ellos y que nuestros líderes hagan la paz”, proclamó el hombre, que se dijo deseoso de que la prensa internacional no solo transmita el odio sembrado en esta tierra. “Tengo muy buenos amigos en Gaza”, comentó varias veces. “Que no utilicen nuestra tragedia para justificar la guerra”.
Romper el ciclo: no a la venganza
Maoz Inon, un conocido activista por la paz, no me negó la entrevista de plano. Pero tampoco se sintió en condiciones de concederla: “Es un momento de enorme tensión y de pena”, se disculpó al responder a mi mensaje escrito. Me remitió a un amigo suyo que buscará una oportunidad para llevarla a cabo… si esta llega: “Todo depende de mi capacidad emocional”.
Sus padres Yakovi y Bilhá fueron asesinados por Hamás en aquel día. ¿Qué se puede sentir, qué se puede querer que pase con los perpetradores que no tuvieron compasión con dos ancianos inocentes? “Mis padres eran gente de paz”, escribió Inon en un artículo de opinión. “La venganza no los va a traer a la vida de nuevo. Tampoco va a devolver a la vida a otros israelíes y palestinos asesinados. Va a provocar lo contrario. Tenemos que romper el ciclo”.
Sectores de la derecha israelí han estado lanzando virulentos ataques públicos contra los grupos pacifistas y de izquierdas porque, afirman, no sólo quedaron en vergüenza por querer dialogar con terroristas, sino que ellos mismos fueron violentados por sus falsos interlocutores.
“Hay gente que me escribe que la sangre de las mil 300 víctimas está en mis manos, que merezco que mi madre (Ditza, de 84 años) haya sido secuestrada y llevada a Gaza y que con gusto ayudarán a que yo la acompañe”, declaró a la prensa Neta Heiman Mina, del grupo Mujeres Que Hacen La Paz.
Quienes apoyan la respuesta violenta incentivan a que los pacifistas, ahora que por fin han sufrido en propia piel, entren en razón y acepten que la única vía es aplastar al enemigo.
Sin embargo, posturas como la del activista Maoz Inon, cada vez más numerosas, contradicen sus expectativas. Y pese a la censura social y la agresiva persecución contra los disidentes (a varios académicos las universidades les han pedido la renuncia por no apoyar la guerra, y el periodista Israel Frey y su familia han tenido que esconderse y temen por sus vidas después de que cientos de activistas de derecha atacaron su casa en represalia por haber llamado a tener empatía con la niñez de Gaza), poco a poco se atreven a manifestarse con mayor énfasis.
Yonatan Ziegen, hijo de la prominente pacifista Vivian Silver, secuestrada por Hamás en el kibbutz Be’eri, sostuvo que su madre debe “sentirse mortificada” por el bombardeo y el bloqueo de Gaza, “porque no puedes sanar a los bebés muertos con más bebés muertos. Necesitamos paz. Por eso es por lo que ha estado trabajando toda su vida. El dolor es el dolor”.
Ziv Stahl, sobreviviente de la masacre en el kibbutz Kfar Aza y directora de la organización Yesh Din, escribió que “no necesito venganza, nada regresará a los que se fueron. El bombardeo indiscriminado de Gaza y la matanza de civiles que no tienen que ver con estos horribles crímenes no es una solución”.
“Le ruego al mundo: ¡paren todas las guerras!, ¡dejen de matar bebés!”, reclama en un video de Facebook Michal Halev, madre de Leor Abramov, un DJ de 20 años asesinado en el ataque contra un festival de música en el kibbutz Re’im. “Este país, Israel, atraviesa el horror. Y estoy segura de que las madres de Gaza están atravesando el horror. En mi nombre, ¡no quiero venganza!”.
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Los kibbutzim son cooperativas agrarias establecidas bajo principios de igualdad, cooperación y solidaridad. Los seis que recibieron la agresión de Hamás eran conocidos por su activismo a favor de una solución política de las diferencias con los palestinos y por su rechazo a la ocupación y a la guerra.
El kibbutz de Nir Oz, fundado en 1975, tiene además la característica de que en esa década recibió a muchos sudamericanos, particularmente argentinos, que tuvieron que escapar de las dictaduras de la época por su afinidad con sectores de izquierdas.
La disposición de las casas, de una planta, cómodas, sencillas, revela proximidad y confianza entre los vecinos. Pero muchas están total o parcialmente destruidas por el ataque de Hamás. De los 400 miembros del kibbutz, mataron o secuestraron a más de la cuarta parte, unos 115, según las autoridades. Incluida la mexicana Ilana Gritzewsky, una quintanarroense de 30 años de quien se cree que está cautiva. Otro connacional es Orión Hernández, capturado en el festival de música.
Mientras transpira el dolor de una utopía despedazada por la realidad, el señor Paukar sortea a los militares para acercarse a nosotros y reivindicar que los principios sostenidos por casi 50 años en esta comunidad permanecen a pesar del daño recibido.
No es el único en Nir Oz que se mantiene fiel al pacifismo. De aquí fue arrancada su amiga Yocheved Lifshitz, a sus 85 años. La ataron a una motocicleta, la lastimaron con golpes en las costillas, y se la llevaron a Gaza, donde la hicieron caminar descalza sobre arena húmeda por largos túneles, hasta que la encerraron con otros 25 rehenes en un salón subterráneo. Pero ahí cambió el trato, les dieron los mismos alimentos –pan pita con queso y pepino– que tomaban sus vigilantes y atención médica regular.
Dos semanas más tarde, la entregaron a Israel como muestra de buena voluntad para negociar la propuesta de acuerdo que se conoce como “todos por todos”: la liberación de los 239 cautivos de Hamás (además hay alrededor de 40 desaparecidos) a cambio de la de todos los prisioneros palestinos en cárceles israelíes (5 mil 349, incluyendo 33 mujeres y 170 menores de edad). El Foro de Familiares de Rehenes y Desaparecidos le ha exigido al primer ministro Netanyahu dialogar con la milicia islamista en esos mismos términos.
En un video difundido por sus captores, la señora Lifshitz aparece despidiéndose de mano de un combatiente encapuchado. “Shalom” (paz, en hebreo), le dijo. Eso molestó a una parte de la sociedad israelí. “Era un paramédico y nos trató bien”, explicó a la prensa. “Pasé por un infierno”, describió. Su esposo, Oded, sigue retenido.
“Está totalmente concentrada en el retorno de los demás rehenes”, declaró su hija una semana después de la liberación, “es su prioridad número uno”. ¿Y la venganza? “Ella siempre ha creído en la humanidad”, resumió.
aag