La nueva era de la violencia digital

Esa noche la comunidad de Southport se reunió para consolarse del shock.

La nueva era de la violencia digital
Bruce Swansey
Ciudad de México /

El lunes 29 de julio varios pequeños fueron atacados durante la celebración de un taller de baile en el que por lo menos una decena fueron heridos y tres niñas murieron. La instructora también fue herida mientras trataba de salvar a los menores. Otro hombre que se interpuso recibió una puñalada en la pierna, muy cerca de la vena femoral. El acontecimiento es una tragedia que sucede en una especie de santuario, precisamente el sitio que los padres creen a salvo.

Esa noche la comunidad de Southport se reunió para consolarse del shock. Era increíble. Las familias afectadas directamente, pero también quienes son víctimas colaterales mediante el terror que un acto así produce, intentaban consolarse ante la acción desmesurada e injustificable, que también ha servido como escudo para el vandalismo denominado de extrema derecha para definir ideológicamente la reunión, tan inmediata como dispersable, de pandillas asesinas que en nombre de la patria se proponen incendiarla. Según el rumor, un inmigrante musulmán era el responsable.

La acción de muchos criminales no responde a valores, ni siquiera a prejuicios conscientes. Quienes están alertas a las convocatorias digitales acuden a la llamada listos para armar bronca, ataques blitz a la velocidad digital de la guerrilla urbana de extrema derecha que se apropia del rumor y lo vuelve principio de acción contra las mezquitas y los negocios de quienes son considerados extranjeros indeseables, aunque tengan décadas afincados en la nación. La era digital es de la avispa.

No se necesitan principios para atacar una miscelánea ni para disfrutar el día de asueto partiendo cráneos. ¿Tienen ideología? ¿Están convencidos de ciertas ideas que estructuran el odio? Muchos llevan balaclavas y otros trapos para cubrirse el rostro, pero otros van “desnudos”, encendidos por la excitación que les produce la gresca ante la policía, a la que arrojan ladrillos de las bardas que han conseguido dilapidar, algunos petardos de gasolina y otros objetos arrojadizos. Son jóvenes probablemente desempleados y aburridos en busca de romper el tedio de una vida que se sabe limitada. El hecho de que el responsable sea un oriundo de Cardiff, en Gales, es irrelevante para la turba que no necesita razones sino rumores.

El estallido refleja una presión social que se ha agravado desde hace años, si se quiere una referencia contemporánea el thatcherismo que transformó el país en una economía de servicios, barriendo a su paso con la industria y con ella, el modus vivendi de varias regiones que se reconocen como “los olvidados”.

Antecedente irlandés

La serie de explosiones que han ocurrido en Inglaterra desde el lunes 29 de julio y amenaza empeorar tiene un antecedente inmediato: la explosión de noviembre del año pasado en Dublín, cuando el centro de la capital fue escenario de una batalla urbana que dejó un enorme saldo en tiendas asaltadas, ventanales rotos, ciudadanos aporreados, policías heridos, las calles un escenario bélico con trenes en llamas.

La tensión social que comienza con el destartalamiento de las regiones industriales solo podía agravarse con el Brexit, puesto que varios de estos pueblos se beneficiaron de fondos europeos para mejorar las condiciones de vida que los convierten en lugares de ruina.

En Inglaterra hay por lo menos dos países: Londres y Cuautitlán. Pero además de la diferencia abismal entre la riqueza y la pobreza, hay otras que brillan durante los disturbios que han estallado en diversas poblaciones inglesas, como la anti inmigración —un tema unificador que reclama el país para los aborígenes—, anti islamismo —porque el prejuicio no se limita a un motivo de agravio, sino que la raza también se encuentra en peligro—, misoginia y su pareja la homofobia, todos convencidos de que tienen derecho de estar allí para huir de la madriguera.

Brexit no creó el problema, pero sí agravó las condiciones sociales recortando el presupuesto para lo que no fuera estrictamente necesario desde el gabinete de Cameron. A su canciller Osborne le interesaba reducir la deuda en un momento además en que los intereses eran bajos comenzando por el desmantelamiento de servicios ya frágiles.

Boquetes y hoyos negros en Gran Bretaña

Los 14 años de gobierno tory no sólo han dejado un boquete de 22 millones de libras, sino también un hoyo negro que ha succionado la existencia de instituciones veneradas como el sistema nacional de salud, el transporte, la educación y últimamente, de forma escandalosa, la seguridad acorralada por la violencia que amenaza romper los acuerdos éticos que estructuran la vida en sociedad democrática.

Los vándalos responden a X, ex-Twitter, en Telegram, Bitchute, Parler y otras, que anegan la sociedad con “desinformación”. El término es importante porque implica la voluntad delictuosa de dañar a un grupo de personas (los musulmanes, pero también otras llamadas “minorías étnicas”) o a los bienes de la nación, será tratada como terrorista. El vándalo puede o no creer en las historias diseminadas por el terrorista Tommy Robinson y sus secuaces e impulsadas por Nigel Farage, el líder de Reform UK, que cuestiona si la verdad de los zafarranchos ha sido escatimada.

Hillary Clinton los definiría como los deplorables porque encarnan la venganza de la minoría escandalosa ahora en Estados Unidos que apoya al criminal confeso que se sueña dictador. En Europa la minoría deplorable se siente también con pleno derecho de ejercer la violencia en grupo, para eso son supremacistas blancos.

La pandemia puede haber sido el chorro que rebasó la olla y que parte de este pasmo peleonero sea resultado del gran encierro. Últimamente los asiáticos han sido incluidos en la otredad criminal como pandilla enemiga cuya existencia no es comprobable salvo en la imaginación de los líderes de corral conscientes de que movilizaciones de este tipo necesitan el combustible de los prejuicios. Como en West Side Story.

Candados a los inmigrantes pobres

Desde hace años Europa ha sido convertida en una fortaleza que se esfuerza por blindarse contra los refugiados y toda clase de inmigrantes pobres. Hasta hace poco tiempo podía comprarse un pasaporte europeo con tal de invertir una cantidad determinada, pero las excepciones no figuran en la mentalidad de quienes están dispuestos a incendiar la casa de campaña con el refugiado dentro. Desde hace un par de décadas el fantasma de la inmigración estimula la imaginación de los catastrofistas, agita el espectro de las invasiones, Roma de nuevo saqueada. Sin embargo, las migraciones están inscritas en la aurora de la humanidad. Migrar es algo connatural a los seres vivos y Europa es prueba de este tránsito entre razas, denominaciones, creencias y opciones personales, cuyo respeto es fundamental para la existencia civilizada.

Pero la violencia es semejante al agua o al fuego y siempre encuentra la manera de cundir. Los medios sociales son en gran medida causantes y sostenes de un estado de desinformación dolosa en la que la verdad ha sido reemplazada radicalmente por el cuento. Los creyentes y los impacientes son un público ávido para repetir el rumor y para actuar de acuerdo con las iniciativas propuestas en TikTok o con las que el camarada revela. Es un conglomerado vinculado por la xenofobia, el racismo, el sexismo, todos elementos que no han desaparecido en un país que desde el siglo XIX se considera civilizado.

Aparte de la economía, este es el gran desafío que enfrenta el laborismo y que, en Belfast, que no ha dejado de ser campo en disputa, comienza a establecer alianzas con los sectores unionistas más arrière como el Ulster Defense Association (UDL), grupo paramilitar que venera la sagrada unión de los reinos asociados. Esta articulación puede proporcionar a la turbamulta un disfraz en forma de causa. El descrédito del unionismo y su encogimiento ante el partido republicano Sinn Féin, han exacerbado la impotencia ante la predominancia política y la tasa de natalidad, que no favorece al unionismo. El nuevo gobierno laborista enfrenta una resistencia activa, aunque minoritaria, de violencia terrorista doméstica que exige solución.

La policía no actúa, sino reacciona en tiempo de apagar el fuego y ayudar a los vecinos a recoger los trastos rotos. Mientras, los ágiles corsarios de la ira digital se retiran a la espera del próximo llamado que reúna la jauría. Los ágiles corsarios de la ira digital se esperan el próximo llamado que reúna la jauría en Londres, en Devon, en Rotherham, en Aldershot, en Lancashire. Restaurar el orden implica imponer límites y esto no sucederá con poner en la calle más policías y más unidades capaces de desplazarse con la ligereza de los criminales, ni con inmiscuir al ejército para poner en su lugar a los delincuentes porque este tipo de medidas, aunque necesarias, conllevan riesgos de sesgo autoritario.

Hace falta también, de forma urgente, regular los medios sociales y, como a los medios de comunicación tradicionales, someterlos al dominio de la ley haciéndolos responsables de la normalización de la violencia, de lo que aparece en su plataforma, esa transformación digital de la prensa sin las restricciones legales que la regulan. Como a Rupert Murdoch y sus tabloides, los medios sociales deben ser tratados como espacios públicos y a eso se refiere el primer ministro Keir Starmer cuando advierte que las plataformas son responsables de la violencia que promueven y que es la misma en línea que en las calles. Ojalá este sea el punto de partida de una iniciativa legal global, es decir, una iniciativa que uniforme la respuesta y los procedimientos legales en el mundo contra la violencia inducida que amenaza incrementarse y cuyas próximas víctimas serán los abogados de inmigración y los centros de refugiados.


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