Las sillas de los jueces todavía estaban vacías y en la primera fila del banquillo ya esperaban los acusados más notables, menos una: la principal. El día que se enfrentó a su primer juicio por corrupción, la ex presidenta argentina Cristina Fernández se camufló en la última fila.
“¿Dónde está Cristina?” fue la frase más escuchada en los prolegómenos entre los periodistas agolpados al límite del anfiteatro de la sala, un lugar desde el que era imposible ver a la ex mandataria, quien durante la sesión lució sosegada y ante el tedio habitual de la lectura de las acusaciones, se la vio con su celular en algunos momentos.
Era un día marcado en rojo para muchos y se notó, ya que Cristina K, que gobernó entre 2007 y 2015, estuvo acompañada por algunos de los que la respaldan de manera activa.
Figuras públicas como la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, la referente de Madres de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini y diferentes alcaldes kirchneristas le hicieron el “aguante”, como se dice de manera tradicional en Argentina al apoyo incondicional a una persona.
Todos estaban a pocos metros detrás de ella, separados por un vidrio que dividía a la acusada de la selecta cantidad de público que presenció el inicio del juicio por la Causa Vialidad, que investiga a 13 políticos y empresarios por presunto fraude contra la administración pública y asociación ilícita durante los gobiernos kirchneristas.
La actual senadora, investigada por una decena de causas, es sospechosa de ser la “jefa” de ese grupo criminal, pero durante todo este tiempo afirmó ser víctima de una “persecución política” detrás de la cual estaría el actual gobierno, encabezado por el presidente Mauricio Macri.
Sí hubo una ausencia destacada, la del precandidato presidencial Alberto Fernández, apenas tres días después de que Cristina y él lanzaran su fórmula conjunta para la vicepresidencia y la presidencia argentina respectivamente, anuncio que sorprendió a todo el país y zarandeó el tablero político.
Con la escenografía clara y la ex jefa de Estado difuminada entre los demás acusados y sus letrados, que ocupaban entre todos cinco largas filas de la sala, el Tribunal arrancó una sesión que, más allá de lo histórico de una ex presidenta sentada en el banquillo, algo no menor, tuvo escaso interés.
El entorno no ayudaba: a la voz monótona del secretario que leía la acusación se le sumaba una sala sacada del pasado, con desconches en el techo, cortinas de terciopelo rosa desteñidas, muebles vetustos y un proyector con una capa de dos dedos de polvo que transmitía el juicio en calidad parecida a la de un VHS.
Mientras escuchaba el argumentario de la Justicia, la ex presidenta no podía oír a las decenas de militantes que se apostaron fuera del gris edificio de los tribunales federales argentinos en Buenos Aires, aunque sí los saludó a su salida en un coche modesto.
Durante el primer día de la vista oral se comprobó que las puertas del tribunal se convertirán en un espacio de merchandising similar al que hay en un estadio después de un concierto.
Camisetas con motivos tan variados como un DNI (cartilla de identificación) de la ex gobernante, encendedores con su efigie y pañuelos de “Cristina 2019” se ofertaban, económicas, esparcidas en mantas por el suelo.
“(El juicio) es una payasada porque esto no es verdadera justicia, en este país siempre se ha tratado de delincuente a todos los que han luchado para que sea una nación justa, libre y soberana”, afirmó la militante Soledad Agraza, a pocos metros de un predicador que, megáfono en mano, pedía “una oración por Cristina”.