Desde una celda de 15 metros cuadrados, un preso prepara su propia campaña presidencial y, como si se tratara de un thriller de Netflix, tiene todas las posibilidades de ganar a menos que a mediados de septiembre el Tribunal Supremo impida su candidatura. En el cuarto piso de la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba, el ex presidente Luiz Inacio Lula Da Silva, condenado por corrupción en un cuestionado juicio, es el jefe de su propia campaña. Y se apoya en la persecución tenaz del juez Sérgio Moro para multiplicar su mito. Moro y Lula, cual púgiles de boxeo, lanzan golpes desde las sombras de la ciudad de Curitiba, intentando averiguar el movimiento de su enemigo.
Por primera vez desde que Lula ganó las elecciones en 2002, la campaña presidencial del Partido dos Trabalhadores (PT) no tiene director de marketing. João Santana, el estratéga político que también intervino en campañas electorales en México y Argentina, está preso, acusado de cobrar en las campañas de Lula en 2006 y de Dilma Rousseff en 2010 y 2014. Duda Mendonça, el otro especialista en marketing político que inició la mitología Lula y conquistó la presidencia en 2002, también tiene problemas judiciales tras la operación Lava Jato. Mendonça aceptó una delación premiada para permanecer en libertad, a cambio de aportar informaciones sobre irregularidades en las elecciones de 2014.
Lula, guionista y protagonista al mismo tiempo, dirige al milímetro la trama electoral. Está preso por “corrupción pasiva y lavado de dinero” sin pruebas palpables. Sabe que es un buen escenario. Los enemigos de Lula preveían despedazar la figura del ex presidente más popular de la historia con su prisión. Ocurrió lo contrario: fue despedido con un baño de masas en la sede del Sindicato dos Metalúrgicos de São Bernardo do Campo. Allí arrancó su carrera en los setenta. Allí renacía en abril. Allí se casó con su mujer, Maria Letícia, recientemente fallecida, afectada por este combate inesperado. De lo que no caben dudas, es de que su mito crece.
Pese a estar detenido desde hace cuatro meses, Lula goza de 37 por ciento de intención de voto en la nueva encuesta de Ibope, primera a escala nacional tras el comienzo de la campaña para los comicios de Octubre. Es casi la misma cifra que le otorga otra encuesta, que le asigna una amplia ventaja sobre su rival Jair Bolsonaro, un militar de ultraderecha, a quien Ibope da 20 de la intención de voto (ahora, con Lula en escena, tiene un 18).
En el probable caso de que el Tribunal Electoral impida a Lula seguir con su candidatura por estar condenado en segunda instancia, Lula deberá elegir un delfín capáz de suplantarlo. Y eso es más difícil que ganar una elección.
Lula dirige desde prisión su campaña presidencial
LA ALDEA
Guionista y protagonista al mismo tiempo, diseña milímetro a milímetro la trama electoral y aunque sus enemigos preveían despedazarlo, el mito Da Silva crece
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