En 2003, a los 40 años y con una fortuna estimada en 15 mil millones de dólares, Mijaíl Khodorkovsky era el hombre más rico de Rusia y el 16º del mundo, según la lista Forbes.
Era el ejemplo de la oligarquía creada por el gobierno de Boris Yeltsin (1991-1999) tras el colapso de la Unión Soviética: creció con sus padres en un departamento de dos habitaciones en un edificio multifamiliar, destacó como patriota convencido de los valores nacionales y fue dirigente de la Juventud Comunista, con el colapso de la URSS en 1991 se volvió banquero y consejero de Yeltsin y, con la ola de privatizaciones de empresas públicas vendidas a precios de ganga a amigos del régimen, compró el conglomerado Yukos, una superescalera al cielo de los ricos.
Se fue Yeltsin, el 1 de enero de 2000 lo remplazó Vladímir Putin y en 2003, Khodorkovsky cometió un grave error: discutió con el nuevo presidente en una reunión en el Kremlin, transmitida por televisión. Le dijo que altos funcionarios recibían enormes sobornos. Y fue juzgado bajo cargos de evasión fiscal y lavado de dinero, que Khodorkovsky aseguró que eran una venganza política. Pasó 10 años en prisión hasta que, en 2013, Putin le permitió marcharse al exilio en Gran Bretaña.
Un fantasma estremece a los oligarcas rusos, el fantasma de Khodorkovsky. Sin duda, flotaba sobre sus cabezas el 23 de febrero cuando, mientras su ejército iniciaba la invasión de Ucrania, Putin los convocó a una gran reunión en el Salón de la Orden de Santa Catalina en el Kremlin. Muchos de ellos son creación de Yeltsin y otros le deben sus apresurados ascensos al presidente actual, pero en este encuentro todos estaban igualados como inferiores a su anfitrión: él, sin cubrebocas, estaba solo de un lado del fastuoso escenario zarista, mientras que la treintena de jefes de las mayores empresas del petróleo, el gas y las finanzas, que juntos valen cientos de miles de millones de dólares, fueron acomodados a más de diez metros de distancia del líder -debidamente cubiertos con mascarillas-, en orden alfabético para facilitar su identificación.
¿Quién osaría exponer una idea disidente, un cuestionamiento, una duda? Putin había hecho circular por el mundo un video grabado sólo unos días antes, cuando Sergei Naryshkin, quien encabeza el servicio de inteligencia, sugirió que la intervención en Ucrania debería esperar un poco más, y el líder jugó con sus titubeos, con su miedo, frente a la cúpula de seguridad del país, y lo humilló forzándolo a dar una vuelta de 180 grados para sumarse al coro de apoyo incondicional.
El ejemplo estaba puesto. Putin convocó a sus oligarcas para alinearlos como medida preventiva porque, en parte, la estrategia de Estados Unidos y la Unión Europea al imponer sanciones individuales contra 26 de ellos, obstaculizar el comercio y limitar el acceso ruso al sistema financiero, tiene el objetivo de enfrentarlos con el presidente, de crear una fractura que, sumada al descontento popular y acaso el de los militares, pudiera provocar la caída del presidente.
Si con la ronda de represalias de 2014, impuestas por la anexión rusa de la península de Crimea, estar en la lista de sancionados era como un mérito patriótico, hoy parece un requerimiento, una muestra de cómo en el extranjero se percibe su lealtad a Putin y su importancia para Rusia. Hasta donde se sabe, en este momento, los castigos han producido los primeros resultados. La prensa está siguiendo el retiro de sus megayates, símbolos de su opulencia, de puertos donde podrían ser incautados a otros en países seguros. Se calcula que están perdiendo millones de dólares. Al menos cuatro megamillonarios han pedido públicamente el fin de la invasión. Ya es algo. Sin embargo, dista de ser suficiente y no hay certeza de que, aunque sea a cuentagotas, muchos más se sumen.
Pero el fantasma de Khodorkovsky no es el que más inquieta por las noches. Aunque pasó una década en la cárcel y le arrebataron Yukos y los millones que no logró sacar a tiempo de Rusia, al final lo liberaron y pudo marcharse. En cambio, otros enemigos de Putin, como el ex espía Alexandr Litvinenko y la periodista Anna Politovskaya, han muerto envenenados, o el político opositor Boris Nemtsov, baleado en pleno centro de Moscú (tras una protesta por las agresiones contra Ucrania en 2015), en casos que nunca se aclaran.
Esos espectros representan amenazas aún más temibles.
Los disidentes
“Gente inocente muere en Ucrania en estos momentos, cada día. ¡Esto es inaceptable!”, publicó en Instagram Oleg Tinkov, banquero. También se inconformó el empresario del aluminio Oleg Deripaska, quien ya tiene penas impuestas por Washington pero no en esta ocasión, sino porque fue el contacto ruso del jefe de la campaña 2016 de Donald Trump, Paul Manafort, condenado a prisión por haber puesto en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos y luego indultado por el ex presidente.
Los que sí aparecen en la nueva lista de sancionados son Alexéi Mordashov, que con una fortuna estimada en 28,900 millones de dólares, ha perdido 6,200 millones sólo esta semana, según cálculos de la agencia Bloomberg. Es el hombre más rico de Rusia, dueño de Severstal, conglomerado de acero y energía que ahora tendrá que dejar de venderle a la Unión Europea, y declaró a la prensa que “es terrible que ucranios y rusos mueran, que la gente sufra dificultades y la economía esté colapsando”; y Mijaíl Fridman, dueño de AlfaBank y los supermercados Día (con muchas sucursales en Europa), que escribió una carta a sus empleados en la que manifestó que “estoy profundamente apegado a los pueblos ucranio y ruso, y considero el conflicto actual una tragedia para ambos”.
Además, el gigante Lukoil, que tiene miles de gasolinerías en todo el mundo y acaba de ser excluida de la Bolsa Mexicana de Valores, emitió el viernes un comunicado el “cese inmediato del conflicto armado”. Su presidente, Vagit Alekperov, ha perdido en estos días 6 mil 900 millones de dólares de su fortuna de 14 mil millones de dólares.
Los (hasta ahora) leales
El 2 de marzo, al anunciar la creación de una fuerza de tarea que llamó KleptoCapture (con raíz en el griego “kleptes”, ladrón), el presidente estadunidense, Joe Biden, declaró: “Oligarcas, les advierto: usaremos todas las herramientas para congelar e incautar el producto de sus crímenes”. Entre su país y la Unión Europea, han puesto en la mira al menos a 26 figuras prominentes de la élite económica rusa.
Entre las más destacadas están hombres -todos son hombres en esta élite- que crecieron a la sombra de Putin, incluidos ex compañeros suyos de cuando era espía en el desaparecido servicio de inteligencia soviético KGB, como Sergei Borisovich Ivanov quien fue vice primer ministro y ministro de defensa antes de convertirse en el representante especial de Putin para medio ambiente. Su hijo Sergei Sergeevich Ivanov es el presidente de la empresa pública Alrosa, dedicada a la minería de diamantes, y miembro del consejo de Gazprombank, la tercera mayor institución financiera rusa.
Otro ex colega del KGB es Nikolai Platonovich Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad ruso, supuestamente implicado en el envenenamiento con radiación en Londres del ex espía disidente Alexandr Litvinenko. Su hijo Andrey Patrushev es alto ejecutivo de Gazprom, la tercera petrolera rusa.
Igor Ivanovich Sechin era un intérprete del ejército a quien Putin convirtió en presidente de Rosneft, una de las mayores petroleras del mundo. Su hijo Ivan Igorevich Sechin es alto ejecutivo de la misma empresa.
Alexander Aleksandrovich Vedyakhin es subdirector ejecutivo de Sberbank, la primera institución financiera rusa, cuyo valor en bolsa se desplomó porque las sanciones la expulsarán del mercado europeo.
¿Abramovich, se salva?
Algunos observadores han notado que varios miembros prominentes de la oligarquía están inexplicablemente fuera de la lista de sancionados.
Destaca Roman Abramovich, mecánico y vendedor callejero en tiempos soviéticos que se hizo amigo de Yeltsin -fue invitado a vivir en un departamento adentro del Kremlin-, es reconocido como la primera persona que le recomendó a Putin como sucesor y se convirtió en uno de los principales consejeros del actual presidente. Su fortuna se estima en 13 mil millones de dólares, es dueño del equipo de futbol Chelsea y posee el superyate más caro del mundo, Solaris, de 455 pies de eslora y dotado de helipuerto, cancha de tenis, alberca y espacio para albergar a cien personas entre huéspedes y tripulación.
En el parlamento británico, el líder de la oposición laborista, Keir Stermer, señaló que el primer ministro Boris Johnson había incluido a Abramovich en lista de sanciones y luego lo excluyó: “¿Por qué diablos no está en ella?”
Mientras Johnson respondió que “no es apropiado para mí comentar casos individuales”, Abramovich anunció el 26 de febrero que dejaría de tomar decisiones sobre el Chelsea para ponerlo “al cuidado de su fundación”, y el 2 de marzo declaró que lo venderá y donará lo que le paguen “a las víctimas de la guerra en Ucrania”.
ledz