Es el sueño dorado de tantas parejas de la política en el hemisferio occidental: que la mujer aparezca en la portada de la revista de moda más influyente, Vogue, y que su marido la acompañe en el reportaje en interiores y en imágenes captadas por la legendaria fotógrafa Annie Leibovitz. Para muchos observadores del lujo y de las élites, es totalmente natural que un matrimonio como el de Olena Zelenska y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, haya aprovechado la oportunidad de figurar en tan fantástica vitrina.
Pero ambos están casi literalmente bajo fuego: porque se prestan a este ejercicio que otros consideran frívolo justo cuando su país está en guerra y la quinta parte de su territorio ha sido conquistada por una gran potencia; porque hacen un uso banal de lugares donde han muerto sus compatriotas y Leibovitz utiliza la tragedia como sofisticado fondo artístico; y porque si Ucrania no hubiera sido invadida, es improbable que las editoras de Vogue hubieran oído hablar alguna vez de los Zelenski: el privilegio se lo deben al desastre.
En la internet se desató un bombardeo inclemente: “¿Mandamos 58 mil millones de dólares a Ucrania para que Zelenski & esposa pudieran posar para Vogue? ¿Están en guerra y tienen tiempo para sesiones fotográficas?” preguntó en Twitter el activista de derechas Scott Presler, con 1.1 millones de seguidores. “Están romantizando la guerra, ¿no, Vogue?”, cuestionó un usuario en el Instagram oficial de la publicación, donde aparecieron tres fotos y un pequeño video. Otro sostuvo: “No parece buena idea que posen en una revista mientras le gente muere cada día en su país. Es superficial”.
Los tropiezos de políticos famosos
No es raro que Vogue lleve a portada a mujeres relacionadas con la política. En Estados Unidos, por ejemplo, 14 de las últimas 16 primeras damas, desde Eleanor Roosevelt en los años 40 hasta Jill Biden ahora, han sido destacadas de esta forma durante el ejercicio de su cargo, por esa revista considerada icónica por su capacidad de imponer tendencias e influenciar el estilo de vida de millones de mujeres a lo largo de varias generaciones.
Pero quizás a los Zelenski algún asesor les haya advertido que de ninguna manera era un paso sin riesgos, como muestran significativos ejemplos.
En 2017, por ejemplo, la entonces primera ministra británica Theresa May quiso ser precavida y escogió aparecer ante la lente de Leibovitz con un vestido elegante y a la vez aburrido de la firma LK Bennett, lo que no le sirvió para impedir un juicio severo por parte de la prensa. El diario The Guardian publicó que fue un “momento definitorio” que, “como Margaret Thatcher en la torreta de un tanque luciendo como un cruce entre Boudicca y Lawrence de Arabia, podrá convertirse fácilmente en un marcador de todo lo que está mal en su estilo de gobernar”.
Por su parte, Kamala Harris causó su propia polémica en febrero del año pasado. La edición estadunidense de la revista difundió dos portadas diferentes, una para su versión impresa y otra para la digital, que de inmediato levantaron oleadas de críticas. ¿Le habían hecho un retoque descuidado o incluso culturalmente insensible a la primera vicepresidenta negra de Estados Unidos, aclarándole un poco la piel? ¿Fue irrespetuoso que en la revista física la presentaran vistiendo unos tenis viejos y desgastados, en lugar de hacerla parecer más presidencial? ¿Engañaron deliberadamente al equipo de Harris haciéndole creer que el retrato más formal saldría en el print, aunque sólo fue destinada al digital?
En realidad, la discusión al respecto de Kamala Harris no era algo superficial en ese momento —como ahora no lo es el de los Zelenski—, porque al aparecer justo tres semanas después del intento de golpe de Estado de los simpatizantes de Donald Trump en el Capitolio, fue parte de un apasionado debate general en un país que se preguntaba qué hacer con sus graves problemas de género, raza y poder.
El despecho por lucir para Vogue
En Estados Unidos, Gran Bretaña y otras naciones, ser la estrella de una portada de Vogue es convertirse en el avatar de un momento cultural, tal vez lo más parecido que cualquier figura pública tendrá a aparecer en un timbre de correos o en un billete. En un panorama informativo cada vez más atomizado, en el que cualquier gestos se pierde en la galaxia de gestos de otros personajes en otros medios, una portada de Vogue todavía es una de las pocas plataformas capaces de llegar directamente a públicos muy diversos.
A pesar de que esa invitación —la Invitación— será inevitablemente causa de polémica, a la vez es deseada e irresistible. Tanto que Melania Trump, esposa del ex presidente de Estados Unidos, ha expresado su molestia porque, aunque protagonizó una edición de la revista en febrero de 2005, se convirtió en una de las dos únicas primeras damas que nunca fue llamada durante su periodo en el cargo (2017-2020) mientras que su antecesora Michelle Obama (2009-2016) apareció tres veces.
“Creo que la gente de Estados Unidos se da cuenta”, afirmó Melania en una entrevista en mayo pasado, “y yo tengo cosas mucho más importantes que hacer, y las hice en la Casa Blanca, que salir en la portada de Vogue”. Los Zelenski sin duda tienen problemas mayores que Melania. Pero tiempo se dieron.
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