“Bienvenidos a Estados Unidos”, dice una etiqueta en una manta tejida a mano con rayas moradas, blancas y grises.
Hollie Shaner-McRae, de Burlington, que hizo la manta a ganchillo como regalo para una refugiada, escribió en la etiqueta que sus bisabuelos llegaron a Estados Unidos desde Ucrania, Rusia y Polonia.
Uno de sus bisabuelos era sastre y el otro fabricaba barriles, explicó. “Ambos fueron muy valientes y llegaron a Estados Unidos de adolescentes”, escribió. “Deseo que haga amigos y se sienta a salvo aquí”, escribió Shaner-McRae a quien recibiera la manta. “Vermont tiene suerte de que lleguen nuevas familias y hagan más rico nuestro mundo”.
La manta era una de las al menos 86 mantas artísticas cosidas y tejidas como obsequios para refugiados e inmigrantes, para que se sientan bienvenidos en su nueva comunidad en Vermont. Las creaciones se mostraron en el Heritage Mill Museum de Winooski, Vermont, antes de ser entregadas a refugiados la semana pasada.
La iniciativa forma parte del proyecto nacional Manta de Bienvenida, que se describe como una acción artística colaborativa que apoya a refugiados que se instalan en Estados Unidos. La activista de Los Ángeles Jayna Zweiman comenzó Manta de Bienvenida en 2017 como oposición a los discursos de campaña electoral de Donald Trump sobre construir un muro entre Estados Unidos y México.
Como nieta de refugiados, creció con las historias familiares sobre cómo su abuelo había visto la Estatua de la Libertad. Décadas más tarde, el monumento aún le hacía sentirse bienvenido, dijo.
Al igual que la Estatua de la Libertad se veía como un símbolo invitador para los inmigrantes a finales del siglo XIX y principios del XX, Zweiman pensó entonces, “¿qué podemos hacer en el siglo XXI, mientras la gente llega por estos puertos diferentes, para darles la bienvenida?”.
Hasta la fecha se han repartido miles de mantas y notas en todo el país, que se expusieron en lugares como Atlanta, Chicago, Los Ángeles y Winooski, Vermont. Las cobijas, acompañadas con notas personales de sus creadoras, fueron después obsequiadas a refugiados en actos, cajas de bienvenida, en sus nuevos alojamientos o a través de grupos benéficos.
El proyecto va dirigido a los refugiados -personas que se ven obligadas a dejar su hogar o su país para huir de la guerra, la persecución o los desastres naturales- como ucranianos que huyeron de la invasión rusa en su país. Pero también se han entregado mantas a inmigrantes.
En Vermont, Aisha Bitini, originaria de República Democrática del Congo, dijo que adora la manta que eligió, una suave pieza hecha a ganchillo con grandes cuadrados en dorado, granate, blanco roto y gris.
“Tengo mucha suerte de tener una”, dijo mientras se la colocaba sobre los hombros. La escogió en una entrega de mantas celebrada la semana pasada en la Asociación de Africanos Residentes en Vermont, o AALV por sus siglas en inglés.
La nota que acompañaba a la manta “se siente muy especial”, dijo Bitini, que agradeció a la persona que hizo “esta hermosa manta”, señalando que la “atesoraré siempre”.
Kalyan Adhikari, originaria de Nepal, describió el proyecto en Vermont como “una iniciativa amable y acogedora”. El proyecto hace que los refugiados se sientan bienvenidos y un poco más como si estuvieran en casa, dijo.
“Esto me calienta el corazón. No puedo agradecerles lo suficiente”, dijo de las autoras de las mantas.
Sonia Savoulian, de Los Ángeles, se sintió implicada en la situación de inmigrantes y refugiados cuando el entonces presidente Donald Trump vetó la entrada de viajeros de varios países de mayoría musulmana. Sus raíces son armenias y en su familia hay refugiados e inmigrantes. Ella misma es inmigrante, y también resulta que hace cosas con lana.
El proyecto Manta de Bienvenida combina una expresión creativa con un producto que ayuda a los recién llegados a Estados Unidos a “sentir un abrazo, una bienvenida y una aspiración”, dijo. Desde que hizo su primera Manta de Bienvenida para una exposición en Atlanta en 2018 ha creado unas 50 más.
Zweiman dijo confiar en que hacer cobijas para los refugiados se convierta en una tradición estadounidense.
“Quiero que esto se siga haciendo en 50 años”, dijo. “Y quiero que un niño que participara en esto (...) cuando llegue la siguiente oleada de xenofobia, recuerde que hizo algo tangible para alguien que llegaba”.
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