Pocos gobernantes escapan al olvido que la Historia mundial los sentencia ante los ojos del ciudadano común. Muchos menos pueden crear una empatía y una admiración natural más allá de los centros académicos, estatuas olvidadas o libros para glorificarlos o denostarlos.
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Regordete, avejentado, con su eterno puro inherente a su físico, al tiempo que hacía con la mano la V de la victoria, Churchill sigue siendo ahora, a 55 años de su fallecimiento, de esa especie de políticos que se les clasifica como estadistas infaltables para que el mundo progrese.
Churchill se ha vuelto un símbolo de lo británico, exportable en su figura del legado del orgullo anglosajón. Películas, series de televisión en cable y streaming, biografías, miles de souvenirs con su figura, puros y un sinfín de productos refrendan esa representación hoy en día.
Estratega, hábil como muy pocos, Churchill supo de la importancia de la palabra para sensibilizar, alentar y mover a millones. Visionario, saltó de su tiempo para acercarse más a la era de internet: una palabra precisa, una frase contundente, la ironía como vehículo.