Mikhail Hamati, de 72 años, tras hacer una larga fila en busca de pan en Beirut, está desesperado por las crecientes penurias que golpean incluso a los alimentos básicos en un Líbano en pleno colapso económico.
"No queda nada en este país", se lamenta el hombre al salir de la panadería, mientras una multitud a su espalda se aglomera en espera de su turno.
Muchos libaneses corrieron a las panaderías antes del amanecer del viernes en busca de pan, en momentos en que el país afronta una escasez de medicamentos y combustible. Todo ello se produjo después de que el Banco Central anunciara el miércoles que ya no podría subsidiar el combustible.
El país, inmerso en la turbulencia política desde 2019 y en la explosión de su puerto en 2020, está sumido en su peor crisis económica desde 1850, según el Banco Mundial.
Al menos un 78 por ciento de la población de más de 6 millones vive por debajo del umbral de la pobreza y los negocios apenas se mantienen a flote; la libra libanesa ha perdido en dos años más de 90 por ciento de su valor frente al dólar en el mercado negro.
Muchas panaderías cerraron porque no pueden cubrir el coste del combustible que necesitan para alimentar los generadores privados, porque los apagones se extienden hasta por 20 horas diarias. Las que siguen abiertas han racionado la producción para que les rinda más la harina subsidiada que reciben del Estado, causando escasez en tiendas y supermercados.
Hamati llegó a una panadería de Beirut temprano, temiendo encontrar una larga fila.
"Esta es la primera vez que vengo a esta panadería, no queda pan en las tiendas. ¿Qué queda de este país? Nos falta de todo", se lamenta.
Líbano enfrenta una crisis de combustible desde el inicio del verano boreal, y los importadoras atribuyen la escasez a un atraso del gobierno en autorizar las líneas de crédito que financian las compras. Las autoridades acusan a los distribuidores de acaparar existencias para venderlas más caras en el mercado negro o en la vecina Siria.
"Las panaderías no tienen cómo conseguir combustible (...) y no sabemos si lo recibiremos" del Estado, comentó Ali Ibrahim, dirigente del sindicato de panaderos. "Nos dan suficiente para dos días, pero las panaderías y molinos deberían recibir suficiente para un mes", agregó.
En el distrito Nabaa de Beirut, Jacques al-Khoury parecía nervioso al tratar de organizar una fila de decenas de personas que esperaban frente a su panadería. La fila comenzó desde las 03:00 de la mañana, cuando él comenzaba a hornear por el día.
"Las panaderías de esta zona han cerrado, ahora la presión me quedó a mí", comentó.
Khoury, de 60 años, dijo que recibe del Estado 36 toneladas mensuales de harina subsidiada, pero con la demanda creciente de pan, le dura una semana. En la ciudad norteña de Trípoli, la más pobre de Líbano, muchas panaderías han tenido que cerrar y los supermercados dejaron de vender pan.
Las pocas panaderías de Trípoli que siguen abiertas también luchan por hacer frente a la demanda.
"Estamos racionando la cantidad de pan que repartimos en las tiendas", dijo un empleado de una de las panaderías más grandes de la ciudad. "Les damos la mitad de la cantidad usual".
En una panadería de la ciudad sureña de Sidon, a los pobladores solo se les permitía comprar una bolsa de pan blanco. Según la ONU, los precios de los alimentos han aumentado en hasta 400 por ciento.
El costo de la canasta básica de alimentos para una familia es cinco veces superior al salario mínimo nacional, dijo el Observatorio de la Crisis en la American University de Beirut.
"Después de pagar el alquiler no nos queda dinero", aseguró Mohammad Abdul Qader, un empleado de pastelería y padre de cinco niños. Dijo que la comida está tan cara que ya no puede comprar carne. "Contemplo la carnicería a la distancia y después sigo mi camino", contó. "Ayer comí pan añejo con cebolla y tomate".
dmr