La única certidumbre hacia la segunda vuelta electoral del domingo es que, por primera ocasión en la historia de Colombia, una mujer va a ocupar la Vicepresidencia.
No sólo una mujer, además una de ascendencia africana. Negra. De eso no hay duda porque Francia Márquez, la compañera de fórmula del izquierdista Gustavo Petro, no es la única afrodescendiente en la lista: también lo es Marelen Castillo, quien se presenta junto al candidato rival, Rodolfo Hernández, el independiente apoyado por las derechas.
Este hecho impacta en un país que siempre ha puesto obstáculos en el camino político de las mujeres y de los afrodescendientes, que nunca los ha querido en la primera línea del poder, pero no conmociona por igual.
El “racistómetro”, con el cual el Observatorio de Discriminación Racial en la Universidad de los Andes mide los gestos racistas en esta campaña presidencial, ha registrado seis ataques de este tipo contra Marelen Castillo y 791 contra Francia Márquez, es decir, por cada una de estas agresiones contra la asociada de Hernández, anotó 132 contra la de Petro. Entre ambas candidatas, una incomoda mucho más que la otra.
El racismo no es un tema con el que Castillo parezca cómoda. Cuestionada al respecto, puso por delante su experiencia personal.
“He tenido oportunidades, tengo que ser muy correcta, por la gente con quien he trabajado por encima de lo padecido por la generalidad de la población afro".
Ante la insistencia de un entrevistador en la emisora local W Radio, respondió con eslóganes: "(Colombia es un país) multicultural unido en la diversidad” antes de verse orillada a admitir que “en algunas regiones, yo sé que algunos compatriotas lo han sentido”.
Doctora en educación por la Nova Southeastern University, de Miami, Florida, no tiene antecedentes de activismo social ni político y era vicerrectora académica de la católica Universidad Minuto de Dios antes de aspirar a vicepresidenta, con un discurso que no problematiza el género ni la etnicidad: “Yo le sirvo a Colombia a través de la educación”.
Francia Márquez es lo opuesto. Su apariencia, origen, trayectoria y discurso activan una confrontación directa de Colombia con sus falencias históricas, que muchos preferirían ignorar, desconocer, francamente negar.
Nació en la aldea de Yolombó, en el municipio de Suárez, en el departamento de Valle del Cauca, pero más bien cerca de Cali (departamento de Cauca), una zona donde la población es predominantemente afrodescendiente y pobre, abunda la violencia de grupos armados y de grandes empresas mineras que los usan para aplastar la resistencia de la gente.
Como trabajadora doméstica que fue madre a los 16 años, Márquez se comprometió muy joven en la lucha contra el extractivismo, se pagó la carrera de derecho, promovió recursos judiciales exitosos contra las multinacionales, encabezó la “marcha de los turbantes” de 600 kilómetros hasta Bogotá, tuvo que dejar su tierra para no ser asesinada, fue acusada de guerrillera, sobrevivió a un atentado con granadas, recibió el prestigiado Premio Goldman de medio ambiente y otros reconocimientos, y se ganó su lugar como compañera de fórmula de Petro al obtener, en las elecciones primarias para elegir candidatos de las coaliciones de izquierda, centro y derecha, en marzo de 2022, nada menos que 800 mil votos, el tercer mayor caudal entre los aspirantes de todas las corrientes políticas.
Al explicar las razones de su aspiración, en agosto de 2020 tuiteó:
"Quiero ser Presidenta de este país. Quiero que nuestra gente se sienta libre y digna. Quiero que nuestros pueblos puedan ser desde sus diversidades culturales.Que nuestros territorios sean espacios de vida. Que nuestros niñ@s puedan andar sin miedo de ser asesinados".
En su figura, resaltada por los coloridos textiles de su gente, se representan las luchas feminista, antirracista, campesina y ambientalista. Por eso es el objeto de los ataques que el “racistómetro” reúne en tres categorías: los que la acusan de “resentida social” por reivindicar las demandas del pueblo afrocolombiano; los que “denigran su formación y capacidad intelectual para ocupar la Vicepresidencia” y los que “niegan su humanidad como mujer negra”.
Las explicaciones sobre el inesperado ascenso electoral de Rodolfo Hernández mencionan su forma de hablar ruda, pero popular, su manejo de redes sociales, su disposición a prometerlo todo y especialmente que representa la forma de detener a Petro. No se le atribuye un papel especial a Marelen Castillo.
En contraste, para Gustavo Petro, el tirón de Francia Márquez entre las mujeres, los grupos étnicos y sociales marginados y las luchas ambientalistas, puede ser la diferencia entre consumar la apuesta más exitosa que se ha lanzado desde las izquierdas en Colombia, el único país grande de América Latina donde nunca han gobernado, o ver el proyecto descarrilado por un puñado de votos por la ambición de un empresario sin propuesta política desarrollada y apoyado por las derechas que siempre han controlado la Presidencia.
JLMR