El motociclista riñe conmigo en un español con acento argentino. Lo aprendió a hablar cuando sirvió de transportista a militares argentinos que tenían su base en Haití, en los tiempos de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas, la controversial labor de paz de los Cascos Azules de la ONU, militares de veinticinco países que operaron de 2004 a 2017. Mientras Haití vive una nueva y profunda crisis, nos dirigimos a entrevistar a uno de los criminales más temidos, líder de los grupos que han tomado el control de la capital, y que se refiere así mismo como el nuevo Che Guevara.
—Cincuenta dólares no, no, mucho peligro venir aquí, hay bandido y armas. Cuando ‘Barbecue’ me mate, ¿qué vas a decir a mi mujer?
—¡Le diré que eras un boludo!
Ambos reímos. Estamos en Puerto Príncipe. A diferencia de las ciudades capitales de otras naciones latinoamericanas, las distinciones urbanas entre clases sociales no se evidencian en los desdibujados márgenes de sus demarcaciones, no porque la desigualdad de clase sea menos imperante, sino por su vertiginoso acento: la ciudad es un inmenso ghetto en el que flotan esporádicos islotes de vecindarios adinerados, casi invisibles, escondidos tras belicosas casetas de vigilancia.
Llevamos tres semanas recorriendo diario distintos puntos de la ciudad, los alrededores del Palacio Nacional y el Champ de Mars, el parque principal de Puerto Príncipe, donde día y noche se escuchan las detonaciones de disparos entre el grupo armado G9 “Familia y Aliados” y la Policía Nacional, pero también recorremos albergues improvisados, donde sobreviven los desplazados, víctimas del enfrentamiento entre la policía y las pandillas que suman alrededor de 600 mil personas desde el inicio de esta oleada de violencia, tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, en julio de 2021.
Después del magnicidio y una consecuente inestabilidad política, el país caribeño se sumió en un caos, donde pandillas, a veces agrupaciones juveniles criminales, a veces estructuras de corte paramilitar que habían respondido principalmente a los intereses de élites nacionales, económicas y políticas, utilizando el secuestro, el asesinato y la extorsión, acentuaron su independencia de los monopolios que los formaron, y comenzaron una cruenta guerra interna de disputa territorial: pelean el cobro de cuota a negocios, el tráfico de mercancías lícitas e ilícitas, la exclusividad de vínculos con autoridades políticas y policiales.
Aunque avanzamos sin contratiempo, Okap, como le dicen a este motociclista, luce contrariado. Nos adentramos en las calles semivacías de Delmas 6, el distrito controlado por el grupo G9, liderado por Jimmy Cherizier, mejor conocido como ‘Barbecue’, un expolicía de 47 años que después de haber sido acusado de perpetrar una masacre extrajudicial en La Saline, en la que al menos 71 personas fueron asesinadas, dejó el uniforme para liderar al G9.
Cherizier también encabeza la alianza Viv Ansanm, la cual, según el Ministerio de Seguridad, aglomera alrededor de cincuenta pandillas y que, entre otros objetivos, nació bajo la bandera de sacar del poder al hoy exPrimer Ministro, Ariel Henry, pues no había atravesado el debido proceso democrático para ocupar el cargo.
Como en el resto de Puerto Príncipe, cada pocas cuadras tenemos que bordear alguna trinchera de montones de escombro y carros quemados que bloquean la calle, probables señales de que, en ese punto, tuvo lugar un bwa kale, término del argot haitiano para nombrar los linchamientos a bandidos o presuntos bandidos, por parte de habitantes que se organizan para dar escarmiento a quienes intenten penetrar sus vecindarios, actos de autodefensa espontáneos.
Okap echa pestes mientras esquiva con osadía los restos de barricadas, sigue a otro motociclista que nos guía, que conoce la zona y a las personas indicadas para adentrarse en este distrito.
Los custodios de Delmas 6
No ha pasado mucho tiempo desde que los grupos armados han reanudado el secuestro como modus operandi, se cuentan al menos tres periodistas entre los más de 700 civiles secuestrados en lo que va del año 2024. Como el caso del youtuber Addison Pierre Maalouf, mejor conocido como “Arab”, secuestrado pocas semanas antes en Croix Des Bouquets, mientras se dirigía a entrevistar a “Barbecue”, al mismo al que voy a encontrar.
Mientras avanzamos la gente, extrañada con la presencia de un “blanc”, o sea yo, en Delmas 6, me mira con ese escepticismo con el que se mira a los extranjeros en el país más pobre de América Latina y el Caribe. Una curiosidad mezclada con desconfianza que quizá encuentra explicación en el largo historial de intervenciones políticas y militares que han tenido lugar en estos suelos.
En aproximadamente tres kilómetros, desde que dejamos las inmediaciones del Palacio Nacional y nos adentramos en las calles de Delmas 6, pasamos al menos cuatro retenes de sujetos armados. En el primero, un hombre demacrado, alebresta al resto de los bandidos agitando sus manos mientras lanza lo que me parecen injurias o maldiciones. Los demás se ponen de pie, cargando sus armas de alto calibre y pecheras. El motociclista discute a gritos, la situación dura unos 15 segundos, pero es lo suficientemente tensa e ininteligible para hacernos pensar en una fatalidad inminente.
El “blanc” y su motociclista debíamos pagar una cuota alta para acceder —o salir— de los adentros de Delmas 6. Pero mi guía insistió en que teníamos una cita con ‘Barbecue’ y que, si lo deseaban, podía llamarlo en el acto para dirimir el malentendido. A regañadientes y continuando el vituperio, el hombre se quitó de en medio. Cuando estamos por avanzar, uno de los muchachos me interpela en creole, mostrándome su arma con una sonrisa de la que se asoma la malicia de un niño que está apunto de romper una ventana. Okap, fuera de sí, acelera con brusquedad y suelta un atropellado murmullo de quejas sobre la situación en la que nos encontramos.
—¡No lo rebases! —le dije con nerviosismo señalando a nuestro guía—. Tú síguelo a él, a nosotros nadie nos conoce aquí.
Ante mi desconocimiento del idioma, pregunto.
—¿Y el muchacho qué me dijo?
—Dijo ‘diles lo que viste, van a morir con estas armas’.
—¿Que le diga a quién?
— A los kenianos.
La tensión en la capital, en efecto, ha aumentado desde la llegada de los primeros 400 policías kenianos, parte de una misión internacional aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, fuerzas policiales enviadas para combatir a las pandillas, que se han apoderado de la capital y los caminos que llevan a ella.
El encuentro con Barbecue
El sol, al estrellarse con el pavimento, hace brotar un calor húmedo que levanta la pestilencia de los ríos de basura que inundan las calles de Puerto Príncipe. Dos camionetas negras polarizadas están estacionadas frente al portón afuera del cual esperamos. Okap fuma un cigarro tras otro, sopla con brusquedad el humo que se mezcla con el aire caliente del mediodía. De vez en cuando intercambia alguna palabra con un adolescente de arma larga y radio que hace guardia sentado en su motocicleta. Le calculo a lo mucho 16 años.
A contraesquina, refugiados bajo una sombra, tres jóvenes fuman marihuana y juegan dominó dejando recargados sus fusiles en la fachada gris de una casa. Llevamos más de 40 minutos sentados en las sillas de plástico que nos ofreció el joven guardia junto con una cerveza Prestige tibia. Nuestro guía rocía agua florida con un aerosol, en su motocicleta, en su pecho y en sus brazos, me dice que es para la protección espiritual. Considero pedirle que me rocíe también, pero de inmediato deshecho la idea.
Al igual que lo hacen en el resto de la ciudad, al verme, los pocos niños que aún merodean las calles de Delmas 6, se acercan extendiendo la mano y frotándose la panza:
—¡Blanc, blanc, one dollar!
Les digo que no hablo el idioma y el guardia los espanta con un gesto.
Una camioneta gris, también polarizada, se detiene en la calle frente a nosotros. Pienso que se trata de ‘Barbecue’ y me pongo de pie, la ventana baja pero al interior aparece un joven con rastas que habla dirigiéndose a mí en creole.
—Dice que sabe que tú tienes micrófono y cámara escondida de policía —traduce Okap, riendo. Sin dejar de sostenerme la mirada, el hombre sonríe, apunta el dedo hacia mí con complicidad, y acelera su vehículo. Okap maldice en creole y lanza al aire la colilla de su cigarro. Solo quieren examinar mi reacción.
De una de las camionetas polarizadas que permanecieron inmóviles a dos metros de nosotros durante la hora de espera, finalmente desciende ‘Barbecue’ frotándose la cara y bostezando como quien, tras una ensoñación, se empeña en volver a la vigilia.
De inmediato da instrucciones a los jóvenes, quienes abandonan presurosos la partida de dominó y se acercan colgándose las armas al hombro. Le pregunto a mi guía si puedo hacer fotografías, me responde que no con una señal con las manos. Sin dejar de hablar con los muchachos, ‘Barbecue’ me mira de reojo.
Lleva una cadena de oro y una camisa negra, sin pechera ni armas, al menos no a la vista. Aunque su presencia emana dominio y los jóvenes se reúnen reverentes a su alrededor, este hombre de mediana estatura y voz serena no es tan imponente como podría sugerir a la imaginación el aura magnánimo que reviste la sola mención de su nombre, el responsable de la masacre de La Saline y tantos otros violentos episodios atribuidos, en cualquier callejuela de Puerto Príncipe.
Su rostro va entre gestos de aguda seriedad y muecas de mofa mientras termina de dar indicaciones. Vuelve a mirarme de reojo, hace una pausa súbita en la conversación y me saluda amistosamente, como si recién cayera en cuenta de mi presencia.
“Champaña para unos pocos, agua para todos”
Hemos encontrado condiciones favorables para la entrevista bajo la sombra de un techo de lámina al interior de una escuela preescolar a unas cuadras del lugar donde aguardamos. Frente a mí está Jimmy Cherizier ‘Barbecue’, quien asegura que se ganó dicho apodo desde la infancia debido a que su madre vendía pollo asado en el vecindario; aunque hay quienes aseguran que fue bautizado así por la fama de quemar en brasas los cuerpos de sus enemigos muertos.
En la entrevista me acompaña Okap y nuestro guía, quien me ayuda a traducir. Afuera del recinto esperan una decena de custodios armados.
—Cuando era policía, me era posible arrestar a los pobres, a los que vivían en los barrios de clase obrera, pero era imposible arrestar a esos que tenían dinero. Era incluso prohibido detener sus autos en los retenes de revisión. Como policía noté que mis superiores tenían el hábito de obedecer a los ricos para destruir a la gente desfavorecida, a los que tenían mi misma apariencia y provenían del mismo estrato social del que yo venía. Desde entonces entendí cómo funcionaba el sistema en el que yo operaba.
—¿Qué sistema era ese?
—Un sistema que otorga a un grupo minoritario, que representa el 5 por ciento de la población, el acceso al 95 por ciento de la riqueza del país. Un sistema que no provee acceso al agua potable a la población, ni acceso a la educación, vivienda, o trabajos para los y las jóvenes que viven en la miseria.
Recargado sobre una pared color verde pistache, a unos metros, un anciano borracho, famélico y descamisado —quizá el velador de la escuela— aprovecha las pausas de traducción en la conversación para intentar venderme un pedazo de plástico corroído, en el que se vislumbra la imagen difuminada de un santo católico.
Activistas, trabajadores por la paz, periodistas y académicos haitianos me han advertido en previas conversaciones que no debo creerle al líder de los bandidos, que aunque su discurso pueda tener sus aciertos, y en ese sentido ser atractivo, en la práctica, el conglomerado de pandillas con las que se codea el otrora policía, ha incurrido en los actos más atroces e inhumanos en contra de la sociedad civil, desde el secuestro y la extorsión hasta los abusos sexuales, la quema de casas y el desplazamiento de barrios enteros.
Hay quien incluso me ha advertido que entrevistarlo es abonar a la confusión de la opinión pública internacional que, desconociendo el contexto haitiano, suele erigirlo como un potencial libertador.
“He escuchado a gente hablar de él como si fuera un nuevo Che Guevara”, me dijo en una entrevista Henry Boisrolin, académico y analista político haitiano. “Un revolucionario debe de tener principios. No todos los medios se justifican en los fines. Un revolucionario no puede admitir que grupos estén violando a niñas, que se estén quemando las casas de los pobres. Él dice que nunca ha violado ni secuestrado. Él dice esto, pero un revolucionario no va a hacer la revolución junto a tipos que él reconoce que sí cometieron esos actos. El Che Guevara nunca se juntó con los asesinos de la mafia”.
Las advertencias contrastan con la apariencia del hombre sentado frente a mí. En efecto, el líder de la G9 transmite una serenidad y articulación del discurso que lo vuelven carismático, casi bondadoso, dificultando la duda sobre la sinceridad de sus palabras, y volviendo por momentos absurda la consideración de su atribuida maldad.
—Lo que digo no es mentira, todo el país sabe que es verdad. Esta realidad empeora con el tiempo. Se quejan de que nosotros, los bandidos, [que] hacemos la vida difícil a la población, pero la policía cada vez es más corrupta. El actual director general usa la institución como una compañía de seguridad privada, ve la presencia de tanques frente a los centros de comercio de los oligarcas y a los policías no uniformados que protegen estas empresas. En otras palabras, aquellos con los medios económicos en Haití, especialmente los mulatos, hacen lo que se les antoja. Ellos eligen al presidente, a los senadores y diputados, a los magistrados comunales, directores generales, jefes de la policía. Es siempre su voluntad la que prevalece —dice Barbecue.
—Hay mucha gente que considera que los grupos armados son una amenaza criminal y que distan de ser un movimiento con ímpetu democrático. Usted incluso ha sido llamado terrorista por distintos sectores de la sociedad haitiana. ¿Qué piensa de ello?
—No me molesta. Nelson Mandela fue llamado terrorista. Jean-Jacques Dessalines [líder de la revolución haitiana, quien proclamó la independencia del país], en sus esfuerzos para liberarnos, también fue nombrado bandido y terrorista. Como dijo Thomas Sankara, “tienes que elegir entre champaña para unos pocos o agua potable para todos”. Si el hecho de que demandemos mejores condiciones de vida es la razón por la que somos llamados bandidos y pandillas, ¡estoy listo para morir siendo llamado así!
“Si quieres paz, prepárate para la guerra”
—¿Qué piensa de aquellos líderes sociales que han encabezado movimientos no armados buscando transformaciones democráticas en sus países? Martin Luther King o Ghandi, por ejemplo. ¿Encuentra inspiración en ellos?
—Tengo respeto por Gandhi y Luther King, pero estoy más del lado del Che Guevara porque yo, como él, peleo con las armas, y como la del Che, nuestra lucha es por los desfavorecidos. Dessalines, Fidel Castro, Che Guevara, Thomas Sankara, Ibrahim Traore. Estos son líderes que deberían inspirar a todos aquellos que luchan por un cambio. Hay un dicho que dice: “si quieres paz, prepárate para la guerra”. Hoy tomamos las armas porque sabemos que por los últimos 30 años nuestro pasado ha sido marginal, lo es también nuestro presente, y nuestro futuro no se visualiza diferente.
Sin desistir en su empeño comercial, con un tufo a licor, el presunto velador se acerca a mí y desliza con sigilo en el bolsillo de mi camisa una imagen religiosa, esperanzado en convencerme de pagar los 10 dólares que pide por ella. Barbecue, con un súbito cambio de semblante, le ordena que se vaya. En el acto, el hombre retira el pedazo de plástico de mi ropa y se marcha.
—Hoy la policía está multiplicando sus atrocidades en contra de la clase obrera y los barrios y territorios golpeados por la pobreza. Van a estos barrios a matar, mientras actúan de manera diferente en las áreas donde vive la gente adinerada. En las partes altas de Pétionville, en Thomassin y Laboule, por ejemplo, la policía sí hace su trabajo de protección. En esas áreas la policía no tiene el derecho de arrestar a nadie, o de asesinar de la misma manera que sí lo hace en los barrios de clase obrera.
—En mayo de este año han logrado la renuncia del exPrimer Ministro Ariel Henry , ¿no era esto parte fundamental de lo que buscaban los grupos armados con su alianza?
—No, en Viv Asnsanm no solo queríamos destronar a Ariel Henry, sino terminar con el actual sistema controlado por oligarcas y políticos tradicionales que destruyen el país. Hoy Ariel Henry se fue y ha sido reemplazado por un Consejo Presidencial de Transición, el cual no fue electo por la gente de Haití, por los haitianos, sino que representa los intereses de Canadá, Francia y Estados Unidos.
“Puedes ver que los miembros de este consejo no respetan las normas constitucionales ni se llevan bien entre ellos. Este sistema no tiene nada que ver con la voluntad del padre de la nación. Cuando Dessalines tomó las armas para darnos la independencia, optó por una distribución equitativa de la riqueza del país. Diferente a lo que vemos hoy. Una vez que tengamos acceso a agua potable, a vivienda, a educación gratis para nuestros hijos, trabajos, seguridad, estaremos listos para colaborar con el Estado para servir al país”.
—Ha llegado el primer contingente de policías kenianos. Aunque aún se espera el resto de la misión policial internacional, se acerca cada vez más un fuerte conflicto interno en Haití, ¿cómo están viviendo ustedes la inminencia de esa situación?
—Esa fuerza está destinada a fracasar. Otra vez, esta voluntad de intervención no vino de los haitianos. Es una imposición de Estados Unidos, Canadá y Francia. La gente en efecto está cansada de la inseguridad. Como sucedió en 2004, esta fuerza va a involucrarse en todo tipo de formas de violación a los derechos humanos. Esto va a orillar a la gente de Haití, que es naturalmente rebelde, a rebelarse contra esta fuerza multinacional. Los oligarcas dirigen esta fuerza en contra de los barrios de la clase trabajadora, donde llevarán a cabo sus operaciones con el pretexto de arrancar a las pandillas de raíz. Sin embargo, si vemos la cartografía de estas áreas, del ghetto, es obvio que gente inocente será víctima colateral. Nosotros no nos quedaremos quietos.
—Hay mucha gente, como usted, que está también en contra del sistema político imperante en Haití, pero que apoya la intervención de la fuerza multinacional para combatir a los grupos armados, ¿qué piensa de eso?
—Los políticos y oligarcas no están trayendo estas fuerzas para dar seguridad al pueblo haitiano ni para ayudar al país. Traen esta fuerza porque están perdiendo el control de las armas que ellos mismos distribuyen en los barrios de la clase obrera para asesinar y desestabilizar gobiernos, como hicieron en 2004 contra [el expresidente] Jean-Bertrand Aristide.
Barbecue mira su reloj. Sin dejar de hablar, hace un gesto a uno de los muchachos que custodian la entrada. El destino del hombre que habla frente a mí parece claro. Me pregunto, mientras lo escucho, si ha considerado la posibilidad de que su empeño, sea el que sea, pueda ser fútil. Si tiene la sensación de estar arrinconado, perdido, ante la inminencia de una catástrofe. Preparo mi cámara al tiempo que le agradezco por la entrevista, tengo pocos segundos para hacerle una foto. Aunque su gente me dijo que no aceptarían fotografías, Barbecue enfatiza mientras se acomoda para la cámara:
—Esta fuerza que viene es voluntad de Estados Unidos, Canadá y Francia, apoyada por los oligarcas corruptos y políticos tradicionales. Pero no viene de la voluntad del pueblo haitiano. En efecto, vienen a fallar.
GSC/PA/ASG