Este verano, mientras adolescentes más afortunados encontraron sus primeros trabajos, coqueteaban en la playa o incluso asistían a la escuela de verano, Deneffy estaba encerrado en un departamento de Los Ángeles.
Estaba apartando un lugar en un apartamento, enfrascado en una lucha de voluntades con una hostil compañera de piso adulta que amenaza con echar a la calle a este joven de 15 años junto a su madre y su hermana de tres años.
El día que una reportera de un medio local lo visitó en su casa, estaba acostado en la cama, y en la pared detrás suyo colgaba una cobija peluda con la cara de la reina Elsa, de Frozen. Fingía estar entretenido con su teléfono, pero estaba grabando en secreto a Del Castillo, en caso de que su familia necesitara la grabación algún día.
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A unos metros de distancia, su madre, una mujer de 47 años y baja estatura que emigró de Guatemala hace 22 años, estaba tranquila, con su hija de tres años sobre una de sus rodillas.
“Pero pagué todo (lo de la renta) en junio como usted no lo tenía. Y usted dijo que iba a pagar en julio”, dijo en español. López le había entregado a Del Castillo giros de dinero por un total de mil 240 dólares, pese a que López dudaba que los caseros cobraran tanto por el apartamento destartalado de 41 metros cuadrados.
“Sí”, dijo Del Castillo, aceptando que López había pagado la renta de junio y julio, “¿pero cómo voy a tenerlos aquí dos meses? Yo no puedo”.
Del Castillo volteó a ver a la reportera para agregar: “No me dejan dormir. Son escandalosos. Roncan”.
Entonces agregó una nueva amenaza. Como se gastó todo el dinero que López le dio, Del Castillo no tenía para pagar la renta de julio, así que entregaría el apartamento y las llaves a fin de mes.
Tenían que desalojar.
La escasez de vivienda asequible en Los Ángeles le ha dado a cualquiera con un contrato de arrendamiento de un apartamento a su nombre el poder de aprovecharse de gente como López que no tiene ahorros en efectivo, referencias ni la destreza para competir por su propio apartamento y está desesperada para evitar caer en un albergue.
Demanda de vivienda aumenta deserción escolar
El año pasado, dos de cada cinco alumnos del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles faltaron más del 10% del año escolar, de acuerdo con información proporcionada por el distrito.
Pero hay más. Para abril, el distrito había perdido el rastro de más de 2 mil 500 alumnos, niños que calladamente dejaron de asistir a la escuela y, al parecer, no se inscribieron en otra, de acuerdo con información preliminar publicada en la página web del distrito.
Los motivos son variados y, en muchos casos, por completo desconocidos. La odisea de Deneffy es tan sólo un ejemplo de cómo la pandemia le arruinó la vida a un adolescente vulnerable y por qué le ha costado regresar a estudiar.
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La mayoría de los estudiantes que el gobierno considera “sin hogar” sí tienen dónde dormir, pero es un lugar precario y con frecuencia lo comparten con compañeros de piso, de acuerdo con estadísticas federales. En Los Ángeles, más de 13 mil alumnos no tienen hogar y 2 mil de ellos se quedan en albergues, declaró el superintendente de la ciudad la primavera pasada.
Fue idea de Deneffy quedarse semanas encerrado en el apartamento para impedir físicamente que Del Castillo los corriera. En una ocasión ella dejó fuera a López y a Jennifer, su hermanita, cuando él estaba en la escuela.
“Me da miedo que lo vuelva a hacer y no podamos hacer nada al respecto”, dijo Deneffy. “Si me voy no me siento seguro”.
Sin un padre en casa, de cierta forma Deneffy ha llenado esa ausencia. Cuida a Jennifer cuando su mamá está trabajando. Quiere trabajar para ayudar a pagar la renta. Con frecuencia se imagina que si López muere, él tendrá que hacerse responsable de su hermanita.
Jennifer ya le puso un apodo a su hermano adolescente. Le dice “papá”.
aag