Hasta el 6 de julio, cuando triunfó el laborismo, se creía que, a diferencia de otros países, incluso europeos, la estabilidad del Reino Unido (RU) era excepcional. El cambio de gobierno atravesaba todavía su “luna de miel”, pero debía solucionar hoyos negros en el presupuesto y reconstruir la infraestructura nacional, atender a la escasez de vivienda, solucionar la contaminación de las vías acuíferas y hacerse cargo de un sistema de inmigración complicado desde Cameron, que pasará a la historia como el ministro que perdió Europa.
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A un mes de distancia de haberse mudado sir Keir Starmer al número 10 de Downing Street, además de los obstáculos que podían preverse, enfrenta problemas extraordinarios. La explosión social que ha definido la semana en el RU se caracteriza por la agilidad simultánea de sus eventos, ira cruda que ha dejado a las fuerzas del orden apaleadas y humilladas y al primer ministro ante un estado de emergencia.
En diversas ciudades varias tiendas y negocios, teatros y pubs bajaron las cortinas y muchos temen ser víctimas de un ataque racista. Los disturbios han sucedido en diversas ciudades y regiones del RU revelando grupos criminales que responden a los llamados de los medios sociales, especialmente ciertas plataformas que promueven la violencia. Los colegas no son facinerosos ni tampoco creyentes, sino que están aburridos.
Fin a la 'luna de miel'
Después del resultado de las elecciones y de la “luna de miel” del laborismo con el RU, el cambio de gobierno significará reajustes que contengan el caos de los últimos 14 años y reestablezcan el orden.
A nadie se le ocurrió que el mayor obstáculo para reconstruir el país sería la lucha digital que sacaría del closet a los “patriotas” republicanos y unionistas que han encontrado algo en común: el racismo, la islamofobia y el sexismo. El estado conquistado por el laborismo es una lancha que hace agua por todos lados, la balsa del Medusa post Brexit.
Después de varios gobiernos conservadores (algunos tan fugaces que le ganaron a Downing Street fama de Airbnb), el gobierno tiene ante sí los trabajos de Hércules. La fobia anti inmigrante no disminuye, sino que como se ha visto desde el 29 de julio crece abarcando varias regiones.
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Es una forma de urticaria política, una prueba más de bienvenida al gobierno laborista que deberá empezar por reparar el vandalismo del conservadurismo que no invirtió en la infraestructura nacional y además se fue sobre presupuestos que deberían haber sido respetados.
A diferencia de sucesivos ministros conservadores, Keir Starmer se propone restaurar la integridad perdida, el respeto a la ley y la confianza en las instituciones. La seriedad y viabilidad política de los acuerdos que establezca con la UE para resolver el problema del comercio presiona. El lobo no se ha ido, está agazapado detrás del refri.
Hace falta un nuevo equilibrio entre ciudad y campo, que se mantiene relegado. Boris Johnson habló de la “nivelación” que debía atender las regiones en contingencia, pero hasta la fecha no se ha hecho lo necesario.
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Grandes proyectos como unir ciudades en el norte mediante la red ferroviaria se cancelaron y el estado de la infraestructura requiere un trabajo de mantenimiento y extensión de acuerdo con el crecimiento de la población. Con un electorado renuente a pagar impuestos más altos y el agujero, Starmer debe obrar prodigios.
El primero será la salud en bancarrota. El desmoronamiento de la NHS es el desastre más visible por ser una institución fundamental del bienestar social. La primera canciller Rachel Reeves también debe obrar maravillas porque la devastación conservadora supera las predicciones.
Desde 2010, cuando David Cameron fue primer ministro (el socialismo compasivo era divagación predilecta), la economía no ha levantado cabeza y ni Brexit ni la pandemia han ayudado. El reciente 15 de junio el Financial Times advertía que la “combinación tóxica de inmovilidad económica y populismo creciente” estaba por explotar. No se equivocaba.
De nuevo Belfast
Uno de los zafarranchos recientes ocurrió en Belfast donde el conflicto adquiere tintes locales. Una región, un “reino asociado” según los unionistas, el Ulster es un espacio disputado entre quienes se consideran irlandeses o europeos y los demás que se consideran oriundos y que, convencidos de sus derechos, aunque tampoco los tengan claros, reclaman el de expresarse que exige linchar a un musulmán.
La amalgama de rebeldes sin destino se propone la fiesta de la destrucción, el glorioso presente de romper escaparates, asaltar negocios, quemar librerías y hoteles donde se encuentran los refugiados, actos de violencia que son una revuelta.
En Belfast los disturbios encontraron un terreno fértil y la ciudad ha vuelto a ser escenario de otra revuelta. Su historia consigna un período carnicero, encadenado en el encono entre unionistas y nacionalistas. La revuelta extendida mediante la plataforma cobra en Belfast una intensidad especial.
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El fin de semana se teme que haya disturbios. Como en otros sitios, en Belfast tampoco se trata de un “movimiento”, sino de encuentros fortuitos que atraen a hombres jóvenes y a varios viejos a lanzarse a un aquelarre.
La guerrilla ha asolado la ciudad y todo el Ulster durante décadas, un territorio áspero empapado en venganza. El recuerdo de aquella época es una pesadilla. Es la época conocida como el “tiempo de los problemas” y que hasta 1998 todavía cobraba víctimas. Entonces una bomba del IRA (ERI: Ejército Republicano Irlandés) explotó en el centro de Omagh.
Fue la última de una guerra sin cuartel que el Acuerdo de Belfast de 1999 ha contenido desde entonces a comunidades que reclaman derechos por un lado y justicia por el otro. Es como peli del oeste, pero esta vez los indios son los musulmanes y cualquier moreno es bueno para linchar.
En Belfast el odio se ha destilado con el repudio ancestral entre nacionalistas y unionistas que participan mayoritariamente en los zafarranchos.
Los nacionalistas insisten en la unión, pero de la isla irlandesa, no la del Ulster con el RU. Parte de sus votantes han emigrado a Reform UK, donde pueden expresar sus más acendrados rencores, un partido fundado por Nigel Farage que recogerá las ratas mojadas que abandonan la lancha conservadora.
Desde hace años ciertos políticos conservadores han utilizado un lenguaje abiertamente anti inmigrante y racista, normalizando el resentimiento y la ira de la que el mundo ha sido testigo. Hace tres años Priti Patel, entonces ministra de interiores, atacaba la profesión legal que hoy se ve amenazada por la turbamulta.
Suella Braverman, también como ministra de Interior describió la inmigración como una “invasión”. Dice mucho que las hijas de inmigrantes asiáticos tengan una posición tan contraria hacia sus orígenes.
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El odio y el pavor contra la inmigración ha sido alimentado por el partido conservador, que encontró en el tema una cortina de humo para distraer a la población de la evidente declinación en la que han participado dilapidando las instituciones. Rishi no dejó de repetir “Stop the Boats”.
Más recientemente Robert Jendrik, aspirante a capitán de la balsa, se ha preguntado por qué quienes claman Akaju Akbar, que significa Alabado sea Dios, no han sido aprisionados.
En Belfast la violencia ha reanimado a los fantasmas hambrientos. La violencia ha obligado a la policía a pedir ayuda a los colegas escoceses para contener a los agitadores. La vida pende de un hilo ante las convulsiones de grupúsculos cuya ideología es pelear. El lavado de cerebro comienza a dar frutos.
Hay que reclamar Inglaterra para los ingleses. Hay que expulsar a los adelantados de un cambio racial que en términos demográficos comenzó hace 10 años convirtiendo a los protestantes en una comunidad secundaria. La creencia en el rumor y en la validez de destrozar, no garantizan los nexos para crear un movimiento, sino una combustión de energías opuestas en ascuas y una enorme dosis de testosterona.
Una “invasión” inexistente
Ante las explosiones de violencia que han sucedido esta semana en diversas ciudades y regiones del RU, por la duración intermitente de los zafarranchos se diría que Belfast ha recibido una enorme cantidad de migrantes. La verdad según el editorial del Irish Times del 8 de agosto, la inmigración durante 2022 a Irlanda del Norte es insignificante: apenas 3 mil 732 recién llegados.
Según el periódico, ese año llegaron 27 mil 16 y 24 mil 702 se fueron. Los disturbios que suceden contra la “invasión” no se justifican, pero expresan una lenta cocción de venenos ancestrales mezclados con la islamofobia, el racismo y el sexismo.
La mayoría de los participantes en los desórdenes son jóvenes que no representan a la comunidad, sino que la eligen como escenario para reunirse y pasar un rato emocionante prendiéndole fuego al centro de refugiados.
La desmesura de los añicos, de las bardas dilapidadas para usarlas como proyectiles, de las vidas destrozadas, de los coches incendiados, son joyas resplandecientes que crecen el recuerdo de los cruzados. El orden que los margina no es tan fuerte ni parece preparado para enfrentar la guerrilla simultánea, la táctica favorecida por la plataforma.
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Ante esta nueva era de la violencia digital, el estado se encuentra inerme o mal preparado. La forma de asegurar el orden ya no puede depender sólo de la fuerza policíaca, que no está entrenada para adelantarse al enemigo. Como declaró Sadiq Khan, el gobernador de Londres, la Online Safety Act carece de vigencia.
Es incapaz de obligar a la plataforma a emplear otros algoritmos, ni siquiera de hacerla discernir entre la “información” que presenta. Precisamente por esto urge comenzar un proceso que no es distinto del que reguló la prensa en su momento, y que consiste en hacer responsable a la plataforma de lo que se cuelga en ella.
Starmer dio el primer paso al advertir que la responsabilidad es la misma en línea que en las calles, pero si se quiere controlar la desinformación se requiere de una iniciativa internacional o por lo menos a nivel europeo.
Es importante recordar el “tiempo de los problemas” en Belfast para considerar la volatilidad del territorio, aunque también es cierto que desde 1999 Irlanda del Norte conoce el cese de la violencia. Esto no significa, sin embargo, que el problema haya sido resuelto, aunque puede ser que la demografía decida la balanza sobre el territorio. Stormont ha condenado en pleno las atrocidades cometidas en nombre de la nebulosa original.
La “contaminación” de la impaciencia de extrema derecha es que tradicionalmente recoge filamentos de rencor debidos a otros motivos, aunque todos desemboquen en el mar del olvido y la marginación. Belfast no es la excepción. Es una ciudad dividida entre católicos republicanos y unionistas protestantes, una generalización cuestionada.
Actualmente hay una generación que nació y creció libre de la opresión sectaria, que no conoce lo que significa vivir en el terror tribal y que aprecia la paz y la convivencia en lugar de los asesinatos y la venganza. Esta generación que el Acuerdo de Belfast hizo posible tiene otra identidad personal y política que rechaza el binarismo.
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Alliance se perfila como una posibilidad para quienes no caben en los límites que han definido la forma de gobierno desde 1999. En el futuro inmediato el poder no tiene que decidirse entre tirios y troyanos, sino entre estos y otros.
Los zafarranchos ocurren en el contexto de la cuestión que domina Irlanda del Norte y es su situación como bisagra entre el RU y mediante Irlanda, Europa. Eso, la cuestión acerca de quedarse con el RU o unificarse con Irlanda para recuperar la integridad territorial de la isla, son cambios que tendrán lugar relativamente pronto. De la forma en que se contenga el fascismo separándolo de antiguos reclamos, depende el proceso de Irlanda del Norte. También habrá que ver cómo evoluciona la nueva relación del gobierno laborista con la UE porque también contribuirá a definir la situación del Ulster.
Los estallidos han exigido que el primer ministro convoque a una reunión Cobra para enfrentar las turbas envalentonadas, los pandilleros apoderándose de las calles. Starmer ha puesto manos a la obra inmediatamente. 400 arrestados esperan ser examinados legal y expeditamente.
Ya hay tres maduros tras las rejas. La empresa no es sencilla porque la policía es insuficiente. También porque teme extralimitarse con los vándalos que pueden perseguirlos después legalmente. Tampoco es sencilla porque su manejo decidirá la suerte del gobierno. Si los laboristas son capaces de apagar el fuego sin más estropicios tendrán el apoyo para limitar seriamente el comportamiento antisocial en línea y en la calle.