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‘La Bestia’ no es lo peor: migrantes sobreviven 33 días secuestrados en el desierto

Una familia migrante que viajaba en el tren La Bestia fue secuestrada por un cártel. A lo largo de su viacrucis, enfrentaron amenazas, maltrato y el desespero por sobrevivir.

Ciudad Juárez, Chihuahua /

UNO. La rueda metálica produce un chillido al rozar con la vía. Una pierna de vaca quedó prensada, atorada entre el boje y el armazón. Segundos antes, el tren se sacudió y los tripulantes más cercanos, estremecidos, fuimos rociados con masa pastosa color café. Arriba de nosotros se extendía un cielo amplio, sin nubes, que se tornaba más azul conforme avanzábamos hacia el norte de México.

Subimos al tren ‘La Bestia’ después de esperar por dos días, cazándola, bajo un desnivel de la carretera que va de León a Aguascalientes. Unas 15 personas, todos migrantes y dos periodistas que los acompañábamos, estábamos montados en la intersección de dos contenedores de grano, tres vagones detrás de la máquina del ferrocarril. Otros se habían trepado en los vagones más alejados.

Eran los primeros días de enero; la inminente llegada de Trump a la Casa Blanca había impregnado al éxodo migrante de un apremio por llegar a la frontera antes de que esto sucediera. La mayoría eran migrantes que habían llegado a México meses atrás y ahora, presionados por la brevedad del tiempo, tomaban la decisión de apresurar su marcha al norte, subiéndose a ‘La Bestia’.

Las fuertes nevadas vistieron de blanco a Chihuahua, mientras los migrantes buscan algo de calor en una fogata improvisada | Pedro Anza
Las fuertes nevadas vistieron de blanco a Chihuahua, mientras los migrantes buscan algo de calor en una fogata improvisada | Pedro Anza

Me acomodé al lado de un hueco para hacer una fotografía cuando el impacto de la vaca sacudió al tren. Al mirar la rueda y descubrir la pezuña apuntando al cielo, se lo indiqué con una señal a Fredy, un joven de los Andes venezolanos que dormitaba recargado en un tubo metálico. El estruendo del golpe y el rocío de la masa lo habían sacado de su descanso incómodo.

Fredy, de 30 años, iba vestido con ropa deportiva, pants, chaqueta, y unos tenis blancos de basquetbol que había mantenido impecables hasta entonces. Cuando se percató de la pierna y el fluido en sus prendas, Fredy vociferó el hallazgo y los demás se asomaron de inmediato a la escena del crimen, incrédulos. Algunos rieron a carcajadas: la sustancia era la hierba recién mascada que se convertía en mierda en las tripas del animal. Como muchas otras del paisaje ganadero que atravesaba el ferrocarril, la vaca pastaba al momento de ser atropellada.

El grupo –conformado por familias, parejas y jóvenes solteros que se habían conocido en la ruta– estaba nutrido de múltiples nacionalidades y procedencias étnicas, la mayoría venezolanos, aunque había también gente de Colombia, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Honduras y Brasil. Hasta ese momento, desde que logramos subirnos a ‘La Bestia’ cerca de León, la marcha había sido constante, una velocidad media con pausas en solitarios ranchos de los linderos entre Guanajuato y Jalisco.

Cada que el tren se detenía, el grupo enmudecía; nos habían advertido de maleantes que ‘ponchaban’ el tren, esto es, cerraban las llaves angulares de frenado de aire para detenerlo, o aprovechaban sus paradas de rutina para saquear la mercancía de los vagones; en muchos casos dirigiendo sus empeños criminales en contra de los indocumentados, a quienes secuestraban o despojaban de sus pertenencias. Los peligros eran muchos y los migrantes estaban por descubrirlo en este viaje, que los llevaría directo a las puertas de la delincuencia organizada en Chihuahua.

El grupo se enfrentó a las bajas temperaturas durante su travesía en los vagones | Pedro Anza

Arriba de ‘La Bestia’ montan guardias para defenderse de los malandros

Cuando el tren se quedaba quieto, cualquier sonido, el ronroneo de una moto o el eco de una voz en la lejanía, ponían en alerta a los tripulantes. Sus rostros se tornaban serios, apesadumbrados por la posibilidad de verse en manos de delincuentes en aquellos páramos remotos donde nada valía un grito de auxilio.

Algunos bajaban del vagón en busca de rocas para defenderse, otros trepaban a los contenedores y montaban guardia, vigilando desde la altura los caminos de terracería que cruzaban el descampado.

Martha, una joven de 26 años, originaria de Cali, Colombia, que viajaba con su esposo Jorge, de 29 años, de Caracas, Venezuela, y sus tres hijos (Genesis, Marcos y Gabriel), mira hacia el horizonte, sus ojos preocupados evalúan los alrededores. Está envuelta en una cobija de cuadros azules junto a Jorge, que regaña a los niños cada que gritan o juguetean descubriéndose del abrigo que los protege del frío.

Ni un alma a la vista. Un hombre se acerca a la rueda a destrabar la pata del animal, otros graban con su celular el acontecimiento. Esto interrumpió de tajo el silencio producido durante las pausas de ‘La Bestia’ en el camino, así como el alivio del descanso, aunque fuera sobre el esqueleto de un ferrocarril en movimiento, después de noches en vela esperando el tren.

Fredy habla de la pata como un regalo divino, alimento que Dios mandó para mitigar el hambre clandestina. “Amén”, lo secunda ‘El Canelo’ en su interpretación mística, un campesino del llano venezolano que trabajó en una carnicería de Ecatepec por nueve meses, donde lo apodaron así pues su pelo anaranjado le daba un parecido al boxeador jalisciense.

Migrantes, en su mayoría venezolanos, llegan la capital del estado a bordo del tren de mercancías conocido como "La Bestia" | Pedro Anza

–Y son reses buenas –dice un hombre tuerto, contemplando a los animales de la manada vacuna que dejábamos atrás–. ¡‘Canelo’ ya tiene tarea!, ¿oyó? Le toca cocinar cuando el tren pare.

Otros migrantes aprovechaban la algarabía para inquirir sobre la ruta y hacerme las preguntas acostumbradas. Preguntas para las que no tenía respuestas.

–Oiga, periodista, y ¿qué me recomienda?, ¿Por dónde es mejor cruzar, por Juárez o Piedras Negras? Me han dicho que por Piedras Negras están deportando menos, pero dicen que ahí está el cártel y que secuestran mucho.

–¡No, vale! –contestaba otro–, en Ciudad Juárez está el cártel, nosotros por eso nos vamos por Piedras Negras, es más seguro, chamo.

–Nosotros vamos a Juárez, pero vamos con Dios –dice Martha. El miedo, o algo parecido, temblando en su voz, hacía menguar la firmeza de su afirmación.

Los migrantes desconocen la ruta que siguen y se entregan a la incertidumbre

Un migrante logró destrabar la pata del animal y ahora le quitaba la piel con un cuchillo para filetear. Mientras tanto, las discusiones en torno al camino a seguir evidencian un desconocimiento profundo de los viajeros sobre la ruta. Algunos no sabían a dónde iban. Muchos, desamparados, se refugiaban en los brazos de un Dios cuyos designios, fuesen estos los que fuesen, parecían aceptar con fe inquebrantable.

Las cobijas apenas son suficientes para proteger a los viajeros del frío | Pedro Anza

Lo cierto es que en su travesía la suerte, el azar y la intervención divina se sucedían constantemente. Como si tiraran los dados en un tablero de serpientes y escaleras, frente a cada decisión aparecían múltiples escenarios. En algunos de ellos aguardaba la víbora en la forma de accidentes, redes del crimen organizado, o el proceder inmisericorde de los agentes de migración, que cuando los capturaban los devolvían al casillero inferior, el sureste mexicano, desde donde tenían que reemprender la marcha ascendente esquivando de nuevo los peligros del camino.

En cada decisión estaba también contenida la posibilidad de un golpe de suerte –fruto de la bondad del cielo o la casualidad que los llevara por un camino libre de malandros, tarifas arbitrarias o impagables y autoridades al acecho– que podría catapultarlos a la frontera norte y de ahí a su destino.

El tren estaba por llegar a Aguascalientes, donde se mantendría inmóvil por un par de horas en la estación, hasta que llegara el relevo del maquinista para continuar el camino a Torreón. Desde ahí, los indocumentados tomarían un nuevo tren, algunos se moverían rumbo a Chihuahua, otros a Piedras Negras.

Una parada en Torreón para decir unos aleluyas en el templo cristiano

DOS. “No lo pueden ver pero aquí está el rey de reyes, el señor de señores. Está aquí, con nosotros, se siente cuando empezamos a creer, no en la costumbre, no en la tradición, sino en un Dios vivo. Oramos que lleguen con bien, en el nombre de Jesucristo”, dice un pastor a los migrantes, dispuestos en fila, congregados en un templo cristiano.

Al arribar a Torreón, el grupo fue invitado a una misa cristiana | Pedro Anza

El pastor los ha instado a acercarse al estrado desde el cual ha proferido el sermón de la noche. Detrás, los devotos bailan, aplauden, extienden sus manos y a veces caen al suelo vencidos por la prédica que extirpa la inmoralidad de los espíritus doblegados. Cuando esto sucede, mujeres vestidas con atuendos coloridos tiran una manta dorada sobre los caídos, dejándolos continuar sus espasmos en el pavimento.

Los invitó al templo un hombre robusto, de gabardina, que los recogió en un camión escolar, al atardecer, en un albergue en las orillas de Torreón, donde la mayor parte del grupo que bajó del tren había llegado a descansar la noche anterior. En esta ciudad de Coahuila recobrarían energías antes de seguir su camino a la frontera.

A Fredy se le ve serio, escucha con atención las palabras del pastor mientras murmura algo para sí mismo. De vez en cuando adquiere una postura de rendición, agachando la cabeza y frota sus dedos pulgares e índices. Jorge, a un costado, conmovido por el sermón, se seca las lágrimas del rostro con una mano, en la otra sostiene a uno de sus hijos que mira asombrado a una mujer caribeña en trance hacer contorsiones desde el suelo. Martha, a su lado, asiente a la prédica con los ojos entrecerrados y las palmas de las manos frente a sí, dispuestas al cielo.

Sin dejar de sermonear, el pastor baja del estrado y camina hacia los migrantes. Uno por uno, se acerca y reza poniendo las manos sobre sus cabezas. Después solicita a los enfermos y dolientes que den un paso al frente. Las temperaturas bajas del norte del país y el viaje a bordo de ‘La Bestia’ han desgastado la salud y resfriado a algunos migrantes, quienes enseguida corresponden a la petición.

Los migrantes van atentos, alerta de cualquier peligro mientras el tren avanza rumbo a la frontera | Pedro Anza

–Levanta las manos –le dice el pastor a Martha cuando se acerca.

Pone sus manos sobre el rostro de la joven colombiana.

Te vas a marear –le advierte y luego sigue–. Padre, en el nombre de Jesús, hemos sido sanos, gracias, Espíritu Santo, en el nombre de Jesús.

Concentrada en sus plegarias, los ojos ya cerrados de Martha se contraen aún más y una mueca de angustia asoma de su rostro. Cuando el ministro retira sus palmas prodigiosas de su cabeza, ella comienza a llorar. Alrededor, los congregados emiten aleluyas y mueven los brazos al aire con entusiasmo, tomando el llanto de la joven como una señal de que su Dios ha intervenido y se ha operado un milagro.

Los centinelas que cobran a los migrantes para subirlos a ‘La Bestia’

TRES. Los hijos de Jorge y Martha lloran casi toda la noche, pero sus quejidos apenas se escuchan tras el sonido del viento que se estrella en las paredes del vagón de ‘La Bestia’, enfriando todo lo que toca. Al pasear la mirada alrededor, hay oscuridad casi absoluta. Nadie duerme. El celular marca -8 grados y arriba del tren el aire helado del desierto mexicano golpea con fuerza sobre los cuerpos en vela.

'La Bestia' acerca a los migrantes a ciudades fronterizas como Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Piedras Negras o Nuevo Laredo | Pedro Anza

El tren salió a la una de la mañana de la estación de trenes de Torreón y ahora avanza a paso veloz agotando los últimos kilómetros que separan los estados de Durango y Chihuahua. Por una módica cantidad de dinero, un joven local de pantalones anchos, corte militar y gafas oscuras se ofreció a indicar a los migrantes el punto de acceso clandestino a la estación: un árbol a un costado de la barda que funcionaba como trampolín. Él hizo de centinela improvisado para asegurarse, desde un puente peatonal que atravesaba la estación, que nadie merodeara en las cercanías cuando los extranjeros brincaran en la oscuridad de la madrugada.

La noche también era fría en la comarca lagunera y los migrantes, originarios de países tropicales, abrigados con las pocas prendas que habían conseguido, a la intemperie lo resentían.

–Esto es una película, una película de terror, pero de terror de verdad –repetía Fredy antes de montarse al tren, consternado, mientras bailoteaba y se calentaba las manos alrededor de una fogata encendida en la mitad de un callejón, cuando aguardábamos el silbido de la máquina, a la medianoche, que anunciaría la próxima salida de ‘La Bestia’ que nos llevaría a Chihuahua.

–¡Este frío gonorrea mata la hombría de cualquiera! –me dice con la sonrisa tiesa, castañeando los dientes, un joven colombiano que comparte una cobija, casi abrazado, con un compañero de viaje.

Los migrantes se enfrentan a todo tipo de adversidades en el camino | Pedro Anza

Al amanecer arriba del tren, entre las nubes aparecen los primeros rayos de un sol pálido. Los viajeros están absortos en el paisaje que emblanqueció mientras ellos dieron vueltas, luchando contra el frío y el insomnio. La nieve cae dentro del vagón, pero se derrite apenas toca la superficie metálica del tren. Gabriel, uno de los hijos de Jorge, le pide a su padre que lo cargue, quiere asomarse y ver la nieve por primera vez.

–¡Hay mucha nieve ahí, para hacer bolitas! –dice el niño emocionado del paisaje rural de Chihuahua. Los hijos de los demás también muestran entusiasmo por la nieve, quieren bajar, hacer monos con ella, lanzarse bolas unos a otros.

Ya no estamos lejos de Chihuahua. Erguidas en procesión, desfilan las montañas de la Sierra Madre Occidental, igual de blancas que el resto del páramo. Aprovechando una parada del tren, los migrantes bajan a recolectar leña, encienden una fogata en medio del vagón y se sientan en círculo para calentarse.

A nuestros costados hay grandes extensiones de tierra de cultivo, plantíos de nogales y chile, que también ha cubierto la nevada. El tren pronto arranca. Son pocas las casas que vemos mientras nos acercamos a las orillas de la ciudad.

Los migrantes planean sus pasos para evitar los retenes

CUATRO. La última vez que vimos a Jorge, Martha y a sus hijos, fue en un campamento de migrantes en Chihuahua, por la tarde, el mismo día que llegaron a la ciudad. Ellos ya no estarían ahí pero, días después durante ese mismo enero, al lugar le prenderían fuego durante un operativo de desalojo por parte de agentes del Instituto Nacional de Migración, acompañados de autoridades policiales.

Los viajeros buscan maneras de descansar, una forma de recuperar energías en su largo camino | Pedro Anza

Martha descansaba con los niños en una de las viviendas de cartón y lámina en la que habían alcanzado cupo dentro del refugio. Estaba dormida cuando la llamamos. La nieve que había caído con abundancia durante la noche y las primeras horas de la mañana comenzaba a desvanecerse. Martha descorrió el edredón morado que les servía de puerta de entrada sólo para despedirse. Intercambiamos palabras de cortesía, después dijo algo acerca de Dios y volvió a acostarse con sus hijos.

Jorge estaba reunido con otros muchachos alrededor de una fogata en medio de uno de los pasillos de terracería del campamento. Se informaba de los pormenores de la ruta que aún les quedaba por delante. El aroma de arroz cocido se mezclaba con el aire y el miasma pestilente del plástico en la lumbre. El grupo discutía acaloradamente sobre los siguientes pasos. El camino a Ciudad Juárez era riesgoso.

Para llegar, debían de subirse a taxis que de manera clandestina los lleven a la ciudad fronteriza evadiendo los puntos de retén de las autoridades migratorias. En ocasiones los carros los abandonaban a medio camino en el desierto; a veces, también, los entregaban a organizaciones criminales que operaban en la región.

Martha, Jorge y sus dos hijos pequeños fueron secuestrados por 30 días | Pedro Anza

Nadie confiaba en nadie. Se decía que en el campamento había gente que colaboraba con los grupos delictivos, “pichándoles” a los migrantes para que los secuestraran. A partir de ahí, el grupo de migrantes que días atrás se había montado a ‘La Bestia’ en Guanajuato, se dividió en familias, parejas y pequeños grupos. Cada uno tiraría sus propios dados y caminaría los derroteros de su suerte.

–Los esperamos en Houston. Nos vienen a visitar, ¡no se olviden! –nos dijo Jorge al despedirnos. Esa misma noche, cuando nuestro avión de regreso aterrizaba en la Ciudad de México, Fredy me envió un video por el celular.

En este aparecían Jorge y Fredy, la mañana siguiente de la llegada a Torreón, en la cocina del albergue, destazando la pata de res que habían destrabado de la rueda, para preparar el desayuno del grupo.

–La pierna de vaca que ayer Dios nos mandó, mire, que la mató el tren. Hoy la estamos pelando y vamos a comer bueno –decía Fredy con alegría.

Jorge lo secundaba igual de entusiasta:

–Un chef venezolano. De Venezuela pa’l mundo. Estamos en México, vamos pa’ Estados Unidos.

Tras ser liberados por el crimen organizado, la familia regresó a Ciudad de México, en donde se sienten más seguros | Pedro Anza

Los taxis los llevaron a la boca del lobo, el Cártel de Juárez

CINCO. Por una semana no supimos nada de ellos. No contestaban las llamadas ni recibían los mensajes que les enviábamos. Escuchamos que tanto Fredy, como Jorge, Martha y sus hijos, junto con otros diez migrantes, habían dejado el campamento la madrugada del 12 de enero, a bordo de taxis con rumbo a Ciudad Juárez.

Era probable que un retén de migración los hubiera detenido en el camino y regresado a Villahermosa, Tabasco, pero había pasado ya suficiente tiempo para que, si este fuera el caso, se hubieran comunicado al menos con familiares y amigos cercanos. Otra posibilidad era que, habiendo llegado al amanecer sin percance alguno, se hubieran entregado de inmediato a las autoridades estadounidenses, quienes los tendrían entonces detenidos e incomunicados. La probabilidad de este escenario, sin embargo, era aún más remota; sin conocimiento del terreno, los migrantes no encuentran pronto el punto indicado para cruzar el muro fronterizo.

Pero el día 17 de enero, un migrante venezolano apodado Samurai, que también viajó en ‘La Bestia’ con el resto del grupo, me escribió un mensaje: “Mano, ¿me puede llamar?, es urgente”. Según me dijo, Jorge, Martha, Fredy, y al menos dos familias más, estaban secuestrados en algún lugar entre Chihuahua y Villa Ahumada. Samurai decía estar asustado y sin saber adónde ir, caminando a la deriva por una carretera, con poca señal, junto con otro migrante que recién había salido de un secuestro; “prácticamente estamos en una bomba, tú sabes”, me dijo antes de pasarme en el teléfono al recién salido del cautiverio, que hablaba de manera atropellada, verdaderamente intranquilo.

'La Bestia' es el nombre de una red de trenes de carga que transportan migrantes por las vías férreas de México | Pedro Anza

“Pa’ mí que fue Samurai el que los pichó. Ese malandrito es un pirobo”, me dijo después otra migrante, cuando le conté de la llamada. Según ella, Samurai, que meses atrás había sido deportado de Texas al sureste mexicano, alardeaba tener conexiones con La Línea, principal facción del Cártel de Juárez. Este ‘Samurai’ fue el enlace entre el grupo de Jorge y Marta y los taxis en que se montaron. Seguramente, dijo, los habrían entregado a la organización criminal para su secuestro.

Pero Samurai no volvió a llamar, no volvieron a entrar las llamadas a su celular, ni recibió más mensajes. Dos semanas después, el 30 de enero, los secuestradores contactaron a las familias de Jorge y Martha. Les pedían cinco mil dólares por cabeza. Si querían garantías de que los secuestrados aún vivían, debían depositarles mil dólares para hacer una videollamada, pero había que apresurarse, de lo contrario, decían, sus familiares pagarían las consecuencias.

Llamaban para amenazar. Decían que los iban a matar, que les iban a pegar un tiro, que le iban a cortar el brazo al niño. El viernes 31 de enero le mandaron una foto a la madre de Jorge. Aparecía su hijo viendo fijamente a la cámara. Una ligera sonrisa se traducía en su mirada. Vestía una camisa roja, manchada con la sangre que le escurría del cuello, pero la proporción de su cara no correspondía con el cuerpo.

La familia estaba angustiada, los maleantes los presionaban para que depositaran, pero ellos dudaban que la fotografía fuera real. Nos preguntaron si la imagen había sido manipulada y a cualquier respuesta la angustia sobrevivía. Que la imagen fuera verdadera sugería que su hijo estaba siendo lastimado. Si, por el contrario, la fotografía era falsa, ¿qué significado escondería ese hecho?, ¿qué decía eso del paradero de los cautivos?

'La Bestia' también es conocida como 'El Tren de la Muerte' | Pedro Anza

Los migrantes estuvieron encerrados y no sabían si saldrían vivos o muertos

SEIS. Estamos en un campamento al centro de la Ciudad de México. Fredy estuvo secuestrado por La Línea en una bodega en medio del desierto durante 33 días junto con Jorge, Martha, sus hijos, y otras familias de migrantes que viajaban en el tren. En total, había 40 migrantes ya reclusos en el lugar, todos extranjeros excepto por un conductor de taxi mexicano, que al parecer no había pedido permiso a La Línea para transportar a los indocumentados y por ello había sido privado de su libertad.

–Cuando estabas encerrado no sabías si ibas a salir vivo o muerto. Imagínate lo peor de una película de terror, una escena donde ves al asesino de frente y no sabes si vas a ser el elegido o vas a sobrevivir –dice Fredy balanceándose en una silla mecedora.

–La fotografía era falsa, a mí nunca me tomaron fotos, y sólo una vez me castigaron –dice Jorge al reencontrarlo. Según dice, en los 33 días que permanecieron secuestrados, había sido golpeado únicamente en una ocasión: por haber levantado la voz a uno de los secuestradores, había sido reprendido con puñetazos y patadas y posteriormente dejado sin alimento por poco más de dos días.

Aunque físicamente la mayoría de los cautivos habían salido ilesos, su psique estaba marcada por las constantes amenazas de ser asesinados, a veces expresadas de formas sutiles y a veces más explícitas.

–Había un custodio al que todos le teníamos miedo, y cada que entraba, todos calladitos. Ese nos señalaba un ducto de desagüe y nos decía que por ahí se habían metido muchos migrantes pero que nunca habían regresado –dice Martha.

–Pero en ese ducto no cabía ni un niño pequeño sino es en pedacitos, nos decía eso para meternos terror –agrega Jorge.

Caídas, acoso, violencia por parte de las autoridades son algunos de los riesgos arriba del tren 'La Bestia' | REUTERS/Jose Luis Gonzalez


Otros custodios no eran tan hostiles y en ocasiones eran incluso amistosos con los niños, a quienes dejaban tomar sus armas y balas. Acrecentando el temor y la incertidumbre, se rumoraba entre los migrantes que el hecho de que sus familiares pagaran la cuota no garantizaba su libertad y, aunque no lo corroboraron, había quien decía que se enviaba a algunos a una nueva casa de seguridad, donde se les daba comida sin sal, temían que significara que preparaban sus órganos para el tráfico.

Lo cierto es que el mundo cambió en ese mes de cautiverio. Para el momento en que conversamos entre las casas improvisadas por los migrantes, Trump ha cancelado las solicitudes de asilo a través de CBP OneJorge, Martha y Fredy desistieron de su intento de cruzar la frontera apenas salieron del secuestro. Cuando aún estaban en Ciudad Juárez, recién liberados, más cerca de Estados Unidos de lo que nunca habían estado, se encontraron con que la posibilidad de poner un pie en el país anhelado era impensable. Salían del albergue al que habían llegado sólo para comprar un refresco y era un reto. El fantasma del cautiverio los perseguía. Por la calle todos eran sospechosos, cualquier persona que los mirara podía ser uno de ellos.

Decidieron entonces regresar a la Ciudad de México, donde se sentían más seguros, para juntar dinero y poner en orden sus documentos con la embajada y así poder regresar a Venezuela.

Gabriel, uno de los niños de Martha y Jorge, juega con un trenecito de plástico en el piso, dice que viaja a Estados Unidos. “A los niños no se les olvida nada”, dice Jorge señalando a su hijo y lo mira con ternura. “Ayer estaban jugando a los secuestradores, correteaban, se apuntaban, decían que estaban secuestrados, que tú para acá, que tú para allá, que ya se va a apagar la luz, que tápense los ojos”.


GSC/LHM


  • Pedro Anza
  • Pedro Anza estudió Antropología Social e incursionó en el cine. Ha colaborado con diferentes medios, como fotógrafo, videógrafo y escribiendo crónicas, cubriendo temas nacionales e internacionales.

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