Bailando al borde del desastre por el cambio climático

Los pactos de la COP26, buenos pero insuficientes; las naciones deben trabajar en conjunto y actuar más rápido

El mundo se prepara para un alza en la temperatura de 2.7 grados centígrados. NAVESH CHITRAKAR / Reuters
Martin Wolf
Londres /

¿Cómo vamos a evaluar el resultado de la COP26 en Glasgow? Es razonable concluir que fue tanto un triunfo como un desastre, porque se realizaron algunos pasos notables, pero quedaron muy lejos de lo que se necesita. Todavía hay dudas de que nuestro mundo dividido pueda reunir la voluntad de afrontar este reto en el tiempo que queda antes de que los daños sean inmanejables. 

Climate Action Tracker dio un útil resumen de la situación en la que estamos: con las políticas y acciones actuales, el mundo se prepara para un aumento promedio de la temperatura de 2.7 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales; solo con los objetivos para 2030, esta cifra se puede reducir a 2.4; con la implementación plena de todos los objetivos presentados y vinculantes, lograríamos 2.1 grados; y, por último, la implementación de todos los objetivos anunciados pueden lograr 1.8. Por lo tanto, si el mundo cumple con todo lo que ahora indica, estaremos cerca del techo recomendado de 1.5 grados centígrados. 

El escepticismo está justificado. De acuerdo con Climate Action Tracker, solo la Unión Europea, Reino Unido, Chile y Costa Rica tienen objetivos de cero neto bien diseñados. Las mejoras anunciadas en las contribuciones determinadas a escala nacional (CDN) desde septiembre de 2020 bajarán el déficit de la disminución de emisiones de gases de efecto invernadero requeridos para 2030 en apenas 15 o 17 por ciento. Más de la mitad de esta reducción de las CDN viene de EU, cuyas políticas futuras son, por decirlo suavemente, inciertas.

Las reducciones de emisiones de metano y deforestación serán particularmente importantes, si se cumplen. Pero la reducción en la deforestación es dudosa. En cualquier caso, el déficit es grande.

No obstante, el panorama no es todo sombrío. Los compromisos de cero neto cubren 80 por ciento de las emisiones totales. El techo de 1.5 grados centígrados es también un claro consenso. Otra buena señal es la declaración de Estados Unidos y China, ya que nada puede lograrse sin estos dos países. La declaración final incluye el compromiso de “acelerar los esfuerzos para la eliminación gradual de la electricidad alimentada por carbón y los subsidios a los combustibles fósiles ineficientes”. Esto es poco. Pero es una novedad en los acuerdos.

Sin embargo, para que se logre la reducción de emisiones recomendadas para 2030, es necesario hacer mucho más. Una posibilidad son los nuevos compromisos en la siguiente COP, en Egipto el próximo año. Será la primera de una serie de reuniones anuales de alto nivel donde se pedirá a los países mejorar sus promesas.

Otra posibilidad es un sector privado más activo. Aquí la principal novedad es la Alianza Financiera de Glasgow para el Cero Neto (GFANZ, por su sigla en inglés). Según Mark Carney, ex gobernador del Banco de Inglaterra, el objetivo es “construir un sistema financiero donde cada decisión tenga en cuenta el cambio climático”.

El GFANZ está formado por los principales gestores de activos y bancos del mundo, con un total de activos administrados de 130 billones de dólares. En principio, la asignación de esos recursos hacia los objetivos de cero neto supone una enorme diferencia. Pero, señala Carney, 100 billones de dólares es la “cantidad mínima de financiamiento externo necesario para impulsar la energía sustentable en las próximas tres décadas”. Esto es desalentador.

No hace falta decir que si bien es posible evitar que las empresas hagan cosas rentables, es imposible obligarlas a hacer cosas que consideren insuficientemente rentables después de ajustar el riesgo. Para que inviertan lo necesario, debe haber un precio del carbono, eliminación de subsidios a los combustibles fósiles, prohibición de motores de combustión interna y la divulgación obligatoria de información financiera relacionada con el clima. Pero también se deben conseguir grandes cantidades de inversión privada en la transición climática en los países emergentes y en desarrollo, aparte de China.

El GFANZ aboga por la creación de “plataformas nacionales”, que convocarían y alinearían a “las partes interesadas —incluyendo los gobiernos nacionales e internacionales, las empresas, las ONG, las organizaciones de la sociedad civil, los donantes y otros actores del desarrollo—… para acordar y coordinar las prioridades”. Una cuestión importante y polémica será el reparto de riesgos. El sector público no debe asumir todos y el sector privado todas las recompensas.

Se le presta mucha atención al hecho de que los países desarrollados no aportaron los 100 mil millones de dólares (mdd) anuales prometidos a los países emergentes y en desarrollo. Esto es simbólicamente importante. Pero, como señalan Amar Bhattacharya y Nicholas Stern, de la London School of Economics, se trata de poco dinero: “En total, los mercados emergentes y los países en desarrollo, aparte de China, necesitarán invertir alrededor de 0.8 billones de dólares adicionales al año para 2025 y cerca de 2 billones anuales para 2030” en la mitigación y adaptación al clima y la restauración del capital natural. Aproximadamente la mitad de esta cantidad debe venir del extranjero, principalmente de fuentes privadas.

Pero también el sector oficial debe hacer más. En este contexto, es una verdadera lástima que no se aproveche más la reciente emisión de derechos especiales de giro. De la asignación total de 650 mil millones de dólares, alrededor de 60 por ciento se destinará a países de altos ingresos que no lo necesitan y apenas 3 por ciento a los de bajos ingresos. Está previsto prestar 100 mil mdd procedentes de los de altos ingresos a aquellos en desarrollo. Esto debería ser mucho más, para ayudar a hacer frente al legado del covid y al desafío climático.

En resumen, si comparamos el debate mundial actual con el de hace una década, hemos avanzado mucho. Pero si lo comparamos con dónde tenemos que estar, todavía queda un camino muy largo por recorrer. Es pronto para abandonar la esperanza, pero ser complacientes resulta absurdo. Debemos actuar con fuerza, credibilidad y rapidez y ponernos de acuerdo. Ya no podemos sentarnos a esperar.


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