El ascenso de Jair Bolsonaro no solo es una telenovela brasileña. Se trata de un acontecimiento de importancia global, el último capítulo de una historia sobre la destrucción de los valores liberales y el ascenso del populismo.
La primera ronda de las elecciones presidenciales celebradas en Brasil sitúan a Bolsonaro, el candidato populista de extrema derecha, en la senda para alcanzar la presidencia del país a finales de octubre.
Si consolida su victoria el 28 de octubre, Bolsonaro se convertirá en la más reciente adición a la lista de líderes autoritarios, que incluye a Vladimir Putin, en Rusia; Xi Jinping, en China; Narendra Modi, en India; Recep Tayyip Erdogan, en Turquía; Rodrigo Duterte, en Filipinas; Viktor Orban, en Hungría y, por supuesto, Donald Trump en Estados Unidos.
La incorporación de Brasil al grupo de países que encabeza un líder autoritario tendría mucha importancia. Se trata del quinto país más poblado del mundo y el más grande de América Latina. Hasta hace poco se consideraba un modelo de país en los mercados emergentes que había adoptado con éxito la globalización y la democracia, dejando atrás una etapa oscura de autoritarismo.
Sin embargo, una terrible recesión, una serie de escándalos de corrupción y la decepción con el Partido de los Trabajadores, llevó a la población brasileña a perder la fe en los políticos de la clase dirigente.
Hasta finales de la década de 1980, Latinoamérica era el hogar de líderes autocráticos. En 1978, solo había tres democracias en todo el continente. El panorama político estuvo dominado por juntas militares y dictaduras como las de Augusto Pinochet en Chile y Jorge Videla en Argentina.
Pero a finales de esa década, la democracia había triunfado en casi todo el continente. La transición a la democracia en Brasil en 1985 —que puso fin a más de veinte años de régimen militar— fue un momento particularmente significativo debido al tamaño del país y su papel como líder regional.
Así como Brasil desempeñó un importante papel en un ciclo de la historia internacional que se prolongó durante décadas —en la que se vio la propagación de las libertades políticas y económicas en todo el mundo— ahora, una vez más, amenaza con formar parte de una tendencia política global. Pero, en esta ocasión, más lejos de las libertades y más cerca de un régimen autocrático.
Es importante destacar que si Bolsonaro resulta ganador, habrá llegado al poder a través de elecciones democráticas, no de un golpe de Estado. No obstante, este excapitán del ejército elogia en muchas ocasiones las dictaduras militares de Brasil de 1964 a 1985, las cuales, según su opinión, salvaron al país del comunismo, ofrecieron un rápido crecimiento económico e impusieron la ley y el orden.
Cuando el Congreso de Brasil destituyó a la expresidenta Dilma Rousseff, Bolsonaro dedicó su voto a favor del juicio político a la memoria del coronel Brilhante Ustra, un hombre que lideró un famoso escuadrón de tortura. Su compañero de candidatura, un general retirado, cree que la intervención militar podría ser la única forma de purgar al país de la corrupción.
Bolsonaro defendió en una época el control de la economía por el Estado, pero ahora apoya las privatizaciones y los recortes fiscales. Como resultado, esto provocó una tendencia alcista en los mercados, junto con el ascenso de su popularidad política.
La elección de Bolsonaro no significaría el fin de la democracia en el país, aunque es seguro que marcaría el inicio de una era en la que el presidente muestre desprecio por las normas de una sociedad libre, como el estado de derecho, los tribunales independientes y la libertad de prensa.
El candidato populista prometió soltar la correa de la policía para que contenga el aumento de la violencia en el país. Se calcula que siete de las 20 ciudades más violentas del mundo están en Brasil, un país en el que se registraron más de 60,000 homicidios el año pasado. Sin duda, la puñalada casi mortal que sufrió Bolsonaro en la fase final de la campaña electoral le ganó votos, pues elevó la voz de alarma sobre la inseguridad del país y, es comprensible el aumento de simpatía, que se siente por él.
Al hacer hincapié en su intención de contener la delincuencia y su apegó por los años de régimen militar, Bolsonaro hace recordar a Duterte, que llegó al poder en Filipinas en 2016 aprovechando la desesperación de la gente por la violencia y la corrupción. Desde entonces, Duterte le dio libertad a los escuadrones de la muerte contra presuntos delincuentes. También ordenó la detención de sus opositores políticos.
Filipinas y Brasil hicieron su transición a la democracia en la misma época. Ferdinand Marcos cayó ante la revolución del “poder del pueblo” en Filipinas en 1986, un año después de que José Sarney se convirtiera en el primer presidente civil de Brasil desde la década de 1960.
Hace 30 años, ambos países formaron parte de una tendencia global esperanzadora que duró décadas. Ahora, el temor debe ser que estamos entrando a una fase más oscura de la historia en el mundo, de la que Brasil, una vez más, llegaría a ser un símbolo para los demás países de América Latina.