Así como un día su fundador llegó de Europa, los vitrales de Casa Montaña, han cruzado las fronteras.
Hoy el trabajo que ha permanecido por tres generaciones ocupa espacios en Tokio, Japón, Aruba, Punta Cana y Estados Unidos, entre otros y en casi todo México.
Este negocio familiar se empezó a labrar en 1913, vitrales grandes y de medianas proporciones se realizan hoy por Gabriel Montaña Tris y su hijo Fernando Montaña Vázquez.
Fue su abuelo Ramón Montaña Simón quien a los 12 años al llegar de España a Cuba con su hermano empieza a trabajar. Años más tarde se vienen a México y conocen a miembros de casa Pellandini, empresa suiza, la cual vendía entre otras cosas espejos biselados, vitrales y cromos.
Es entonces que se inician en la compra de cromos que ofrecían alrededor del país, siendo Torreón una ciudad a la que visitaban.
En aquella, época, relata Fernando, maestros vitralistas reconocidos llegaron de Casa Rigaldi provenientes de Barcelona y con ellos empiezan una relación laboral. Así, en 1913 se funda en San Luis Potosí, Montaña Hermanos y Martí.
“La empresa se creó junto con un señor de apellido Martí. Después de años de viajar, mi abuelo decidió quedarse en Torreón al ver el gran potencial que presentaba la ciudad”.
Al radicar en la Comarca Lagunera, decide abrir su negocio primero con el nombre que tenía en la ciudad potosina, posteriormente cambia a Montaña Hermanos Sucesores y finalmente, desde 1930 adopta el nombre Casa Montaña.
Mucho más que vitrales
A decir de Gabriel Montaña un vitral promueve un buen sentimiento, “hacemos cosas para que la gente esté feliz, más tranquila y a gusto, siempre con la filosofía de responder al cliente. Dicen que este trabajo es un lujo, pero no es así, porque en un edificio público el vitral cumple la función de contar una historia. En una iglesia el vitral tiene una iluminación especial que los cambia. El vitral educa, motiva y transforma”.
Desde 1997 Fernando Montaña Vázquez labora junto a su padre en el negocio en donde realizan también espejos avejentados y toda la artesanía de vidrio.
“Hay una calidad y un prestigio que cuidar, mi papá dice que hemos durado por dos cosas: porque hacemos las cosas bien y porque damos muy buen precio”.
Algunos vitrales que miden hasta 30 metros cuadrados, son transportados al extranjero y requieren el mismo cuidado que uno que se coloca en la ciudad de menor tamaño.
“Para desarrollar un vitral intervienen la responsabilidad y el compromiso, a eso se le suma la historia, el reconocimiento y el cariño en cada trabajo desde el dibujo, selección de color y visión de lo que se desea”, dice Fernando Montaña.
Al momento de elegir un vitral el cliente tiene a su alcance un catálogo, sin embargo, “cada trabajo es exclusivo, a la medida y en armonía con el espacio. Es un producto costoso, no caro, es un arte. Es el trabajo en equipo lo que logra un producto de calidad”.
En lo que a competencia se refiere, explica, hay quienes no han respetado el trabajo, porque en el vitral hay un mundo de posibilidades, todo depende del diseño y el tipo de vidrio”.
Para la elaboración de un vitral es una labor en equipo, si uno falla, el producto final no es el adecuado.
“En Casa Montaña se ha inculcado trabajar con responsabilidad”, concluye.
Proyectos
Actualmente trabajan en el vitral del Santuario de Guadalupe de Durango, Durango.
En Torreón también se tienen diferentes proyectos, el más reciente es el de la Iglesia de San José, en donde se puede apreciar la fachada, cerca de la pila bautismal, el Santísimo y diez ventanales de los cuales se tiene apenas uno.
Taller paralelo
En el espacio, nace un grupo paralelo en el que se emplean personas con discapacidad, ellos laboran artesanía de vidrio con una técnica que se llama vitral de epoxie, realizando cruces, portarretratos, mesas y lámparas.
En el espacio, nace un grupo paralelo en el que se emplean personas con discapacidad, ellos laboran artesanía de vidrio con una técnica que se llama vitral de epoxie, realizando cruces, portarretratos, mesas y lámparas.