A la mitad de la película El Poder y la Avaricia (Wall Street) de Oliver Stone, se muestra al yuppie en búsqueda que interpreta Charlie Sheen, en torno a una posible casa que le muestra un agente inmobiliario. “Está bien”, dice, saboreando las riquezas que estaban más allá de sus antepasados, “ofrece nueve-cincuenta”. Cuando llega la última sílaba, escuchamos el sonido sordo con el que empieza la canción “This Must Be the Place” de Talking Heads. Un montaje de la decoración interior se despliega mientras David Byrne canta acerca de un hogar y compañerismo de sobra, con una instrumentación melodiosa.
Lo sé porque he visto Wall Street aproximadamente cien veces, un hecho que no comparto con Byrne cuando nos reunimos. Al verlo, creo que las regalías se gastaron en arreglo personal. A los 63 años, es un híbrido de buen gusto de Morrissey y David Bowie, elegante, con la espalda recta y con un copete entrecano vestido con una elegante ropa café.
Estamos en una sala lateral en el Southbank Centre de Londres, el complejo modernista de teatros y galerías. En agosto, este lugar será la sede del 22d Meltdown Festival, del que Byrne -siguiendo los pasos de personas como Yoko Ono y Nick Cave- es el curador.
Habrá un grupo de metales y jazz experimental, flamenco y teatro en vivo. Actos que se buscaron desde Chicago y Guatemala, hasta Nigeria y Francia. También hay nativos. “Pensé, ¿conozco suficientes actos británicos?”, admite, al recordar sus dudas iniciales sobre el proyecto. “¡Resulta que sí!”. Las ideas llegaron de amigos y las propias excursiones culturales de Byrne alrededor de Nueva York.
Juntarlo todo fue “financiera y logísticamente un juego de Tetris”, dice, mientras muestra una expresión de sorpresa. “Las bandas están acostumbradas a llegar y salir en un día, los de teatro necesitan acampar por una semana”.
Byrne es inquieto y reservado en persona, aquí se inclina hacia delante, allá da una vuelta de 90 grados en su silla para reflexionar sobre una pregunta. Las celebridades transmiten sus egos a través de despreocupación magistral; Byrne aparentemente carece de ego, está tan alerta como una mangosta con cafeína. Cuando le cuesta trabajo sostener el contacto visual, es por la timidez y no por una actitud distante.
Byrne se ganó el derecho a innovar. Demostró su camino con una melodía antes de viajar a los límites exteriores de su oficio.
Para Byrne, el vínculo entre la tecnología y la música no siempre es benigno. En 2013, escribió sobre las “minúsculas” regalías que reciben los artistas por parte de Spotify y otros servicios de streaming. Temía una “cultura de grandes éxitos” en donde sólo la producción más superficial pueda hacer que se ganen la vida. Desde entonces, su argumento se suavizó (“estoy cautelosamente optimista, lo que no estaba antes”) pero todavía se preocupa por amigos menos establecidos, incluyendo los actos del Meltdown. Incluso se unió al consejo de SoundExchange, una organización sin fines de lucro que intenta garantizar que a los músicos se les pague las regalías que les corresponden. “Yo estoy bien, pero los músicos más jóvenes tienen que tomar esa decisión (de seguir en la industria) con mucho cuidado”.
Se pregunta por qué el internet, después de un cuarto de siglo, no cambió nada de la música pop que no sea la forma de distribución. “¿Por qué los videos musicales todavía duran lo mismo que una canción?”, demanda. “¿Por qué no duran mucho más? ¿O mucho menos?”.
Le sorprendió The Wilderness Downtown, la película interactiva que hizo Google en colaboración con Arcade Fire en 2010, pero esas aventuras destacan por ser raras. También siente curiosidad por el potencial de las gafas de realidad virtual para que transformen los videos musicales. “¡Y sólo se pueden imaginar la pornografía!”.
Se le debe perdonar a Byrne sus altas expectativas en la tecnología. Sabe cómo se ve realmente una era de innovación. Menciona la década de los 80 y se vuelve más expresivo, como un magnate que recuerda sus travesuras de juventud. “Vimos los videos como una oportunidad creativa, MTV era nuevo y estaba desesperado por material, así que hicimos esos videos rudimentarios y ellos, ¡simplemente los sacaban al aire!”. En cuanto a los cassettes, se convirtieron en un “medio de intercambio” entre amigos y una especie de bloc de notas exaltado. “Solía almacenar ideas de canciones en uno de los primeros Walkman”, y recuerda “que era una cosa enorme. La calidad del sonido no era grandiosa, pero eso nunca importó”.
Estos puntos de nostalgia es algo de lo más extraño de Byrne: la nostalgia y el amor a lo novedoso llegan a él con la misma facilidad. Recorre el mundo en busca de nuevos talentos -el año pasado colaboró con la cantante y compositora británica Anna Calvi- y una vez rechazó la invitación para reformar su antigua banda por temor a hacer una “de esas giras de ‘suena como sonaba antes’”. Pero en sus quejas con el internet, en su reverencia por Nueva York más de vanguardia de la década de los 80, en su resistencia a la obsesión moderna con la calidad del sonido, hay también una parte conservadora, y un temor silencioso de que la última etapa del capitalismo agota la energía de la cultura popular. Por su asociación de largo tiempo con Brian Eno, es fácil olvidar el gusto de Byrne por el rhythm and blues clásico.
Byrne tiene planes más allá de Meltdown, de dar un giro fuera de la música grabada e incluso de la cultura. El fomenta un “interés muy amplio” en la neurología, se informa con libros como The Tell-Tale Brain y The Invisible Gorilla. Escribió un musical (“Ya hicimos una prueba de canto”) y quiere juguetear con video.
Sin embargo, está en plena forma como un estricto vigilante de lo nuevo y curioso acerca de los últimos actos, pero está bien ubicado para discriminar lo bueno de lo superficial. El pasado ayuda. En el arte la única forma de probar la calidad es la longevidad. Hay una razón por la que las personas todavía escuchan “This Must Be the Place”, y por qué el mismo Byrne se derrite ante el recuerdo de esas canciones que sonaban a todo volumen en el radio de su habitación hace 50 años. “No veo hacia atrás en lo absoluto” afirma el gran músico que busca el futuro, mientras busco la salida del edificio que dirigirá en agosto. Afortunadamente, eso no es verdad.