La década de 2020 determinará si tenemos posibilidades de evitar daños irreversibles al clima, pero para Reino Unido esto viene junto a otros grandes desafíos. Su respuesta también va a determinar lo que suceda con el bienestar de su gente. El brutal testimonio de Dominic Cummings esta semana sugiere que la capacidad del liderazgo para cumplir es muy dudosa.
El Resolution Foundation and Centre for Economic Performance de la London School of Economics acaba de lanzar, hay que reconocer, una importante investigación sobre eso. Es decisivo, porque el país debe lidiar con la recuperación del covid-19, las consecuencias del brexit y una revolución tecnológica en curso y la transición a las emisiones netas cero de los gases de efecto invernadero. Además, lo hace desde una base de estancamiento de la productividad, alta desigualdad, rápido envejecimiento y alta deuda.
Solo una persona frívola supondrá que esto va a funcionar. Recordemos: en 1987, los italianos celebraron el año cuando sus ingresos nominales per cápita superaron a los de Reino Unido. pero en la actualidad, después de dos décadas de estancamiento en el ingreso real, Italia se encuentra muy por detrás. Su diferencia con Alemania se hizo más grande; sin embargo, en la última década, la productividad de Reino Unido también se estancó. Si eso no se revierte, un Reino Unido en declive no solo perderá su prestigio, sino su capacidad de dar un estándar de vida creciente a su gente.
En el informe se exponen con detalle los desafíos y el legado. En las secuelas de la pandemia, por ejemplo, quizá ha habido una conmoción permanente al comercio minorista en tiendas físicas, una fuente importante de empleos para las mujeres. Con el brexit, el impacto en el comercio con los países de la Unión Europea ya es visible, con pocas posibilidades de que el comercio con el resto del mundo (si es que algún día) compense pronto estas pérdidas. En cuanto a la tecnología, debemos asumir grandes y continuos cambios en la estructura del empleo y las presiones competitivas, con la desaparición de muchas empresas. En la transición al cero neto, el país debe hacer grandes inversiones mucho antes de que cualquier beneficio de los menores costos de operación se haga evidente.
Y luego está el terrible legado. La baja tasa de crecimiento de la productividad refleja, entre otras cosas, la escasa inversión y la lenta adopción de nuevas tecnologías. El informe señala que, “En 2017, Reino Unido solo tenía 71 robots instalados por cada 10 mil empleados de fabricación, en comparación con 309 en Alemania y 631 en Corea”. Principalmente como resultado del lento crecimiento de la productividad, el crecimiento de los ingresos reales de los hogares disminuyó del 22 por ciento en la década de 2000 a solo 9 por ciento en la década de 2010. Una vez más, la desigualdad se disparó en la década de 1980 y nunca se revirtió. Como resultado, “el coeficiente de Gini de Reino Unido (una medida de desigualdad que ideó el estadístico italiano Corrado Gini) es más alto que en todos los países de la Unión Europea, con excepción de Bulgaria, y el segundo más alto en el G7”. Reino Unido también tiene desigualdades regionales excepcionalmente grandes en productividad, lo que deja la distribución regional bastante menos desigual de los ingresos familiares dependientes de transferencias desde Londres, cuya industria más competitiva, la de servicios, fue sacrificada alegremente en el altar del brexit.
En vista de todo esto, la fácil propaganda engañosa del primer ministro es un lujo que el país no puede permitirse. En cambio, lo que se necesita es la “verdad despiadada” que recomendó Keynes al entonces naciente Fondo Monetario Internacional. Como indica el informe, Reino Unido tiene algunos activos importantes, en particular su idioma, universidades de primer nivel, una base científica sólida y políticos en gran parte no corruptos. El gobierno también estableció un “plan de crecimiento” que tiene algunos elementos positivos, entre ellos una inversión pública un poco más grande, un plan para el aprendizaje permanente, un enfoque en la innovación y la ciencia y algunos objetivos para la descarbonización.
Sin embargo, no se reconocen los costos del brexit ni los obstáculos para extender la prosperidad de manera más amplia. No hay certeza de que el dinero que se necesite se gastará en habilidades. También hay grandes huecos en el plan de descarbonización. Quizá lo más importante, en lugar de ideas sobre cómo aumentar la inversión privada, el canciller pretende, después de un breve periodo de generosos subsidios para la inversión, aumentar el impuesto a las corporaciones. Esto reducirá la inversión, ya de por sí baja. Sí, obtendremos “puertos libres”, pero estos resultarán ser un truco de suma cero.
Cuando estudiamos la pandemia vemos un error tras otro redimido por un destello de inspiración: el programa de vacunación. Pero una inspiración no asegura el desarrollo de una economía en circunstancias tan difíciles. Eso requiere formulación de políticas con visión de futuro y movilización de recursos por parte de una maquinaria política y administrativa competente en una relación de apoyo con un sector privado dinámico. Se necesita política, no gestos, y respeto por la realidad, no consignas. ¿Es factible en Reino Unido? Tal vez. ¿Probable? No.