El ascenso de los populistas autoritarios

FT Mercados

Este tipo de líderes están al borde del poder en muchos países, debido al fracaso de las élites políticas y comerciales existentes.

“Muchos populistas autoritarios ofrecen una ‘pseudo-democracia’, pero las elecciones en ese tipo de países son una especie de teatro"(Shutterstock).
Martin Wolf
Ciudad de México /

El autoritarismo está en marcha, no solamente en países relativamente pobres. También en los países ricos, más significativamente en Estados Unidos (EU), la nación que defendió y promovió la democracia liberal a lo largo del siglo XX. Donald Trump es un ejemplo clásico de un populista que podría convertirse en autoritario. Las instituciones estadounidenses pueden detener el ascenso desenfrenado rumbo al poder. Pero la amenaza que plantea parece clara.

 ¿Cómo debemos entender este resurgimiento del autoritarismo? ¿Qué forma toma? ¿Qué responsabilidad tienen las élites por su éxito? Estas son algunas de las preguntas más importantes que se plantean en Occidente. La forma cómo respondamos a ellas dará forma al mundo. Si abandonamos la causa por la que tanta sangre se derramó, ¿cómo podemos esperar que otros crean en ella? Le entregaríamos el mundo a Xi Jinping, a Vladimir Putin y a otros que ven el mundo como lo hacen. 

Erica Frantz, de la Universidad Estatal de Michigan, arroja más luz sobre las costumbres de los autoritarios contemporáneos en un breve libro. Esto ilumina dos puntos principales. 

En primer lugar, la forma más común de que surjan regímenes autoritarios es socavar la democracia desde el interior. Ese tipo de procesos representan alrededor de 40% de todos los desplomes de los gobiernos democráticos contemporáneos. En segundo lugar, este tipo de regímenes a menudo toman lo que la autora llama “la forma más peligrosa de dictadura”: el régimen personal o “personalista”. Entre 2000 y 2010, 75% de las transformaciones de las democracias en dictaduras terminó así. Los ejemplos son Rusia, bajo el mandato de Vladimir Putin; Venezuela, bajo el régimen de Hugo Chávez y Turquía con Recep Tayyip Erdogan.

 Una pregunta crucial es ¿qué se entiende por “autoritario”? La respuesta es la ausencia de democracia. Esta, a su vez, es un sistema en el que las elecciones libres y justas determinan quién tiene el poder. Por tanto, el Estado debe permitir la libre expresión de las opiniones, una prensa libre, la ejecución imparcial de la ley electoral, un sufragio universal adulto y el derecho de los competidores políticos para obtener los recursos que necesitan. 

En la actualidad, las elecciones confieren legitimidad. Por esta razón, muchos autoritarios ofrecen una “pseudo-democracia”, pero las elecciones en ese tipo de países son una especie de teatro. Todo el mundo sabe que el líder no se dejará derrotar. Tal régimen es algo completamente distinto de una democracia.

 La autocracia ya no es un fenómeno de los países en desarrollo, por lo que “muchas de las democracias que actualmente parecen estar al borde de la transición a la dictadura se encuentran en Europa”, explica la profesora Frantz. 

También hay un marcado cambio en la forma de autoritarismo. El partido-Estado chino es una rareza. El número de dictaduras militares disminuyó considerablemente. Pero las dictaduras personales pseudo-democráticas van en aumento. 

Las características de estas dictaduras personales incluyen un círculo íntimo de personas de confianza; colocar a personas leales en posiciones de poder; la promoción de miembros de la familia; la creación de un nuevo movimiento político; el uso de los referendos como forma de justificar decisiones, y la creación de nuevos servicios de seguridad leales al líder.


Un distintivo de estos autócratas es que comienzan como populistas. Una vez armados con poderes extraordinarios, argumentan que solo ellos pueden resolver los problemas del país. Afirman que la élite tradicional es corrupta e incompetente. Insisten en que hay que desconfiar de los expertos, los jueces y los medios.

 En su lugar, los votantes deben confiar en la intuición del líder, una encarnación viva de la gente. Ese tipo de argumentos también justifican la represión de los “enemigos del pueblo”, haciendo imposible una democracia genuina.

 La buena noticia es que, hasta ahora, estos “Flautistas de Hamelin” no han logrado llevar a la autocracia a ninguna de las democracias establecidas de altos ingresos. La maquinaria democrática sobrevive, como se demostró en las elecciones de mitad de mandato en EU. Sin embargo, en muchos países, los populistas con tendencias autoritarias están al borde del poder.

 Los fracasos de las élites gobernantes y comerciales existentes —su indiferencia ante el destino de gran parte de la población, su codicia e incompetencia, que quedaron claramente demostradas por las inesperadas crisis financieras en EU y Europa— en gran medida tienen la culpa.

 La realidad es que estas nuevas autocracias no ofrecen soluciones: Putin llevó a Rusia a un continuo declive económico. La promesa de Trump de “Hacer a Estados Unidos Grandioso de Nuevo” es un fraude. Al socavar las instituciones independientes, dichos líderes harán que sus países sean más pobres y su gente menos libre.

 Los que tienen la fortuna de vivir en democracias que se rigen por la ley, deben dedicarse a hacer que funcionen mejor. Es una tarea complicada. Pero también es la única forma de garantizar que estos sistemas políticos se transmitan intactos —idealmente, más fuertes— a las siguientes generaciones.

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