Por primera vez en más de un siglo, los votantes mexicanos eligieron como presidente a un político que no pertenece a ninguno de los dos partidos tradicionales del país, otorgándole una victoria arrolladora al candidato antisistema Andrés Manuel López Obrador.
El activista social de 64 años de edad recibió más de 52.9% de los votos, de acuerdo con el conteo oficial del Instituto Nacional Electoral. Se espera que su partido, Morena, también obtenga una mayoría en la Cámara de Diputados. Incluso puede ganar una mayoría en el Senado.
Como resultado, López Obrador será el presidente más poderoso de México en más de 30 años. Eso debería permitirle aprobar leyes—y buscar su agenda nacionalista de izquierda— con facilidad. No hay duda de que las elecciones fueron históricas. López Obrador también es indiscutiblemente popular. Sin embargo, está por verse si es un mandatario populista.
AMLO, como se lo conoce comúnmente, aprovechó un deseo popular de cambio. Su victoria también refleja en parte la desilusión con las políticas económicas tecnócratas basadas en el mercado. Sin embargo, su atracción principal se basa en su compromiso de acabar con la inseguridad desenfrenada y liberar a México de la corrupción, de la “mafia del poder” del país. En ese sentido, su victoria es bastante diferente a la del resurgimiento del nacionalismo que llevó al poder a Donald Trump en Estados Unidos o al Partido de la Liga en Italia. Más bien es tan idiosincrático como el apodo de López Obrador, El Peje, un pez de piel dura nacido en Tabasco.
¿Qué deberían pensar los inversionistas de todo esto?
Al comparar a México con otros mercados emergentes importantes, como Brasil, Rusia o Sudáfrica, claramente la economía mexicana está en buena forma. El banco central es independiente, se ejerce la libre flotación del peso, la deuda nacional es relativamente baja, la inflación está bajo control y el déficit fiscal es manejable. El crecimiento es consistentemente sólido, aunque no es espectacular. Se requeriría de una mala gestión activa para empañar el envidiable historial macroeconómico de México. Sin embargo, hay tres preocupaciones inmediatas.
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La primera es fiscal. López Obrador necesita alcanzar un estimado de 2.5% del Producto Interno Bruto (PIB) para poder financiar pensiones más altas, los precios subsidiados de la gasolina y los alimentos, y los 3.5 millones de aprendices que son la base de su programa social. Pero ¿cómo puede lograr esto? Su mantra es evitar el endeudamiento y asegurar una baja inflación. Sus asesores también dijeron que no habrá aumentos de impuestos inmediatos. Las ganancias potenciales al terminar con la corrupción —que le cuesta a México más de 2% del PIB cada año— son notables, pero es una tarea grande y probablemente imposible. Eso significa que los fondos deberán llegar de recortes de gastos. Sin embargo, esto también podría ser recesivo e iría en contra de sus promesas sociales.
Una segunda preocupación es la energía. López Obrador quiere impulsar la inversión pública. Al mismo tiempo, quiere revisar los más de 100 contratos petroleros que se firmaron como parte de la apertura del mercado de petróleo de México, lo cual retrasará las inversiones extranjeras de más de 200,000 millones de dólares (mdd) que se esperaban a raíz de esos acuerdos. Él dijo que el país debería reconstruir su capacidad de refinación de petróleo, pero no se espera que el sector privado brinde su apoyo.
Por último, está el comercio. AMLO manifiesta su apoyo al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). También podrá renegociar el pacto con un mandato más fuerte que el de Enrique Peña Nieto, su impopular predecesor.
Lo que esto significa para las conversaciones con Trump es una pregunta abierta. El presidente de EU tuiteó el domingo que espera poder trabajar con López Obrador. Aunque provoca dudas, tal vez ese sea el caso. Como bromeó Alfonso Romo, el futuro jefe del gabinete: las abejas asesinas no se pican entre sí.
López Obrador asume el cargo el 1 de diciembre. Pocas veces ha mostrado interés por la economía. La política siempre ha sido lo principal para él, y ahora, libre de la necesidad de moderar sus palabras para ganar una elección, bien podría hacer comentarios incendiarios que sacudan al mercado. El gabinete que propone, aunque en teoría se ve sólido, consiste principalmente en académicos que no han ejercido un cargo público. Además, su movimiento político es un partido amplio que contiene muchas voces radicales.
Todo esto es una receta para la incertidumbre y la confusión. Probablemente los próximos cinco meses sean volátiles.