Es posible que los tiempos de gran agitación global no sean buenos para el mundo, pero el sucio secreto del periodismo es que los escritores de opinión los encuentran bastante gratificantes en lo profesional. Sin embargo, los libros son un asunto diferente. Los choques económicos llegaron tan rápido que el lento proceso de publicación de libros deja años de trabajo minucioso como rehén de la suerte. Terminé mi último tomo, The Economics of Belonging, en los primeros meses de 2020, demasiado pronto para hablar de una pandemia que en cuestión de semanas puso de cabeza a la economía mundial.
La edición de bolsillo, que salió a la venta en Estados Unidos el martes, me dio la oportunidad de pensar en lo que ha cambiado (aunque después de que envié el nuevo prólogo, Rusia atacó Ucrania, con lo que el libro de nuevo quedó desactualizado). Para mí, lo más “fascinante” de la pandemia es que algunas de las políticas que defendía en el libro cayeron en desgracia. Entre estas se encuentran un fuerte estímulo macroeconómico para una “economía de alta presión”, políticas que ayudan a reequilibrar el poder en el mercado laboral y la economía digital (y, por supuesto, la combinación de ambos, donde la alta presión de la demanda mejora el poder de negociación de los trabajadores) y condiciones más fáciles para dejar los malos trabajos para buscar otros mejores. Los Bidenomics (principios en los que se baja la política económica de Biden) son un gran caso de prueba.
En el libro sostenía que en el pasado habíamos tenido muy pocas de estas cosas. El costo, escribí, había sido un bajo crecimiento y una mala productividad, y también un aumento de la injusticia porque estos resultados perjudicaban de forma desproporcionada a las personas que tenían salarios más bajos y estaban en los márgenes del mercado laboral. Entre otras cosas, llegué a la conclusión de que era crucial ser mucho menos tímido en cuanto a los estímulos macroeconómicos de la demanda.
Esta semana, estos argumentos se complementaron por un nuevo estudio del Banco de Pagos Internacionales (BPI). A continuación hay tres conclusiones clave. En primer lugar, en promedio, las recesiones aumentan la desigualdad. En segundo lugar, los aumentos de la desigualdad son complicados, y no se reducen rápidamente por sí solos. En la jerga esto se llama “histéresis de la desigualdad”. (La analogía es con la “histéresis” en la que la producción perdida en una recesión desaparece para siempre, ya que las economías posteriores a la recesión rara vez vuelven a su trayectoria anterior a la misma). Y, en tercer lugar, una mayor desigualdad le quita el filo a las herramientas normales de política macroeconómica que se utilizan para luchar contra las inflaciones. En conjunto, estas conclusiones implican que hay varias trayectorias de equilibrio en las que la economía puede acabar: algunas en las que las recesiones son más raras o menos profundas, la desigualdad es menor y la producción y la productividad son mayores; y otras en las que las recesiones son más frecuentes o más profundas, la desigualdad es mayor y la producción y la productividad son menores. El camino que siga una economía depende en parte del poder de fuego que los responsables de la formulación de políticas estén dispuestos a utilizar para mantener el crecimiento de las economías, con especial preocupación por los de abajo.
Este es el contexto desde el que he abordado el gran debate sobre la inflación posterior a la pandemia. Como escribí al principio, un brote de inflación será una señal positiva de que habíamos acertado con las políticas de demanda. Y he argumentado que los aumentos posteriores se debieron, en todo caso, a conmociones transitorias de la oferta. El hecho de que hayamos tenido choques de suministro imprevistos uno tras otro —algo que nadie discute— no es una razón para pensar que cada uno de ellos no sea transitorio.
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Pero suponiendo que sea cierto, como parece pensar ahora la mayoría de la gente, que la inflación a niveles récord es el precio que pagamos por una política de demanda de alta presión, ¿en qué medida está cumpliendo esa política con el precio? Analicemos a Estados Unidos, que es claramente la economía que se ha tomado más en serio la necesidad de una demanda de alta presión, aunque no lo diga con tantas palabras.
Tomemos primero la productividad. Aumentando a una tasa anual promedio de 1.1 por ciento desde finales de 2019, la producción por hora trabajada se desempeña bien, mejor que en los años anteriores a la pandemia, pero todavía a un nivel decepcionante en comparación con el crecimiento más rápido de la productividad laboral del pasado más lejano. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la producción de la economía estadunidense es ahora mayor que la proyectada antes de la pandemia, y hay que detenerse a reconocer lo extraordinario de esta hazaña. Al mismo tiempo, hay menos personas trabajando que hace tres años, y muchas menos de las que cabría esperar según la tendencia anterior. En conjunto, esto significa que la productividad es mayor de lo previsto antes de la pandemia: la producción por hora creció de forma rápida.
¿Y la desigualdad? El gran rastreador de crecimiento salarial de la Fed de Atlanta desglosa de forma útil el crecimiento salarial por niveles de sueldo. Muestra que los salarios crecen mucho más rápido entre los peor remunerados que entre los que mejor pagados, y esta brecha ha aumentado de manera rápida; de hecho, es la más alta registrada. Advertencia: estos datos no deben considerarse medidas en tiempo real (se trata de promedios móviles de 12 meses de cambios salariales interanuales para los mismos individuos). Pero el patrón muestra de forma convincente que los salarios se volvieron menos desiguales en la pandemia, que el crecimiento salarial más reciente se registra fuerte en el extremo inferior y, por lo tanto, que es probable que los más pobres hayan visto aumentos salariales reales incluso cuando los mejor pagados registran reducciones en sus sueldos reales. (Otra advertencia: los más ricos no están incluidos; las deficiencias de los datos hacen que el rastreador excluya a los que ganan más de 150 mil dólares al año).
Hasta ahora, la tesis económica de la pertenencia se sostiene bastante bien. Unos mejores salarios en la parte baja y una mayor productividad de la esperada son una muy buena recompensa para un aumento de la inflación, al menos si la inflación baja pronto en ausencia de nuevas conmociones negativas en la oferta mundial. Con el aumento de las utilidades en Estados Unidos como proporción del valor agregado real, hay pocos indicios de que las demandas salariales insostenibles obliguen a las empresas a alimentar la inflación de los precios. Para saber más sobre este tipo de argumentos, lean el último artículo de Adam Tooze sobre el debate de las presiones salariales sobre los precios de las empresas y recuerden que la inflación fue inesperadamente baja en la década anterior, por lo que el aumento actual solo ayuda a poner los niveles de precios en línea con lo que la Reserva Federal alentó a la gente a planear al tomar decisiones de préstamos y endeudamiento a largo plazo.
El contraste con otros países es ilustrativo. En Reino Unido, la producción no se ha mantenido tan bien como en Estados Unidos. Y la distribución de los salarios se ha comportado de forma muy diferente. En la segunda mitad de 2020 a los que menos ganaban les fue mejor, pero desde entonces, los que más ganan se pusieron al día y algo más, y los dos años muestran un claro aumento de la desigualdad.
Las tasas de inflación, por su parte, son comparables entre los dos naciones. ¿A qué se debe la diferencia en la evolución de la producción y la desigualdad que llegó con esta inflación? La respuesta más probable es justo el estímulo mucho más contundente y las decisiones políticas más redistributivas que implementó Estados Unidos en comparación con Reino Unido. No debemos descartar todavía a las Bidenomics, ni aceptar la nueva narrativa de que todo lo que trae una economía de alta presión es una inflación desmesurada.
Otras lecturas
1. Un nuevo artículo contribuye a la literatura que muestra cómo las crisis financieras pueden engendrar el extremismo político. En este artículo se muestra que una mayor exposición a los préstamos en moneda extranjera en Hungría, que conlleva mayores dificultades financieras cuando el tipo de cambio se mueve, da lugar a un mayor apoyo a la extrema derecha populista.
2. Novedades en el mundo del ingreso básico universal: las ciudades de Estados Unidos están experimentando con un IBU (programa de ingresos garantizados) para artistas, y un grupo de municipios polacos planea un proyecto piloto de IBU de dos años para 5 mil personas. En Reino Unido, un nuevo informe de la organización Compass calcula que un ingreso básico universal de 11 mil libras para una familia de cuatro miembros puede financiarse eliminando las desgravaciones de impuestos, aumentando las tasas de impuestos en 3 puntos porcentuales y aplicando a todos la misma tasa de seguro nacional.
3. El examen de conciencia de los alemanes sobre cuánto apoyar a Ucrania es fascinante. Jürgen Habermas, el más grande teórico alemán de la democracia vivo, se posiciona del lado de la cautela. Adam Tooze pone la contribución en contexto. Y Paul Mason argumenta de manera muy convincente por qué los de la izquierda deben rechazar a Habermas.
Noticias de números
La inflación de los precios al consumidor en Reino Unido alcanzó la tasa más alta en más de cuatro décadas debido al reciente aumento de los precios de la energía. Esto ubica al país cerca de la cima de la tabla de inflación entre las economías de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
El deterioro cognitivo causado por el covid-19 grave es comparable al declive que se produce entre los 50 y los 70 años, de acuerdo con una nueva investigación.