La semana pasada, Angela Merkel hizo algo que nunca había hecho en sus 14 años como canciller de Alemania. Salió en la televisión para dirigir un mensaje a la nación.
Fue un momento histórico. Alemania cerró escuelas y tiendas y selló sus fronteras en un intento desesperado por frenar el avance del coronavirus (Covid-19). Se cerraron las fábricas y millones de personas se quedaron en casa. Una sensación casi palpable de alarma y confusión acechaba las calles.
El comportamiento de Merkel era tranquilo, pero su tono insistente. Todos debemos, dijo, reducir al mínimo nuestra vida social. Mantener nuestra distancia de las personas. Evitar el contacto con los ancianos. Mostrar un poco de solidaridad.
Llegó una nota inusualmente personal, una referencia a su vida en la Alemania Oriental comunista. “Para alguien como yo, para quien la libertad de movimiento era un derecho por el que se peleó mucho, ese tipo de restricciones solo pueden justificarse por una necesidad absoluta”, dijo.
Nadie había visto a Merkel hablarle al país por televisión, fuera de sus apresurados discursos de la víspera de Año Nuevo. Pocos la habían visto mostrar tanta empatía y emoción.
El impacto fue correspondido: cerca de 30 millones de personas vieron el discurso de 12 minutos. Sabían que estaban en las manos seguras de la gestora de crisis más experimentada de Europa. “Su estilo de liderazgo estuvo pasado de moda durante mucho tiempo, pero ahora es exactamente lo que la gente necesita”, dice Stefan Kornelius, biógrafo de Merkel. “Quieres a alguien como ella, que proyecte estabilidad y madurez. Alguien que no está tuiteando cada cinco minutos”.
Llega la hora, viene Merkel, dicen sus partidarios. Los hombres fuertes y los hombres espectáculo pueden tener sus usos durante tiempos de paz, pero en una pandemia, con la economía en una espiral descendente y millones con miedo, se necesita una cabeza fría.
Incluso después de que Merkel entró en cuarentena hace dos semanas, luego de que tuvo contacto con un médico que dio positivo por Covid-19, no había duda Angela Merkel, canciller de Alemania en la mente de la mayoría de los alemanes de quién estaba a cargo. “Ella analiza la situación con mucha precisión y, a diferencia de otros, escucha los consejos de expertos”, dice Jürgen Hardt, portavoz de asuntos exteriores del partido de Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán).
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La líder de 65 años de edad y con más tiempo en su cargo en Europa occidental, ya estuvo aquí antes. Dirigió a Alemania a través del colapso financiero de 2008, la crisis de deuda de la eurozona y la emergencia migratoria de 2015 a 2016, cuando más de un millón de refugiados ingresaron a Europa. A pesar de todo, ella transmitía una competencia tranquila y un mínimo de alboroto. Sin embargo, su regreso al papel de Mutti (o mamá) de la nación la tomó por sorpresa.
El cuarto y último mandato de Merkel ha sido un trabajo duro: la gran coalición que preside con los socialdemócratas ha estado dividida por disputas constantes, mientras que la incertidumbre sobre quién la va a suceder como canciller desestabilizó la política alemana.
Los conservadores de la CDU todavía no pueden perdonarla por mantener abiertas las fronteras del país durante la crisis de refugiados, una decisión que alimentó las tensiones políticas y dio un gran impulso a la alternativa de extrema derecha para Alemania, ahora establecida en los 16 parlamentos regionales.
Nada de eso parece importar ahora. Su gobierno entró en acción, impulsando un presupuesto de emergencia de 156,000 millones de euros (mde) para proteger la economía. Para los alemanes, dice Manfred Güllner, una de las principales encuestadoras del país, Merkel es “la red de seguridad viviente”. Su partido subió 4 puntos para llegar a 36%.
Hija de un pastor que se convirtió en físico, entró en la política después de la caída del Muro de Berlín y rápidamente ascendió para convertirse en ministra del gabinete de Helmut Kohl. Cuando se vio envuelto en un escándalo de financiamiento del partido, ella se puso en su contra y arrebató el liderazgo de la CDU. Como canciller ganó cuatro elecciones consecutivas y, en los últimos años, se convirtió en un símbolo de los valores liberales occidentales despreciados por los nacionalistas como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Pero su condición como la estadista sobresaliente de Europa se enfrenta a una prueba histórica. Algunos en Bruselas creen que el continente ahora enfrenta su peor crisis en tiempos de paz. Los líderes de la zona euro tal vez tengan que unirse para apoyar a la moneda única para salvarla de la ruptura. Sin embargo, hasta ahora hay pocos indicios de una acción europea coordinada.
Merkel tendrá que hacer lo necesario para garantizar la supervivencia del euro sin alienar a sus compatriotas. Una vez describió la crisis de la eurozona “como estar en una habitación tan oscura que no se puede ver la mano frente a la cara y tienes que andar a tientas”.
Pero mientras se prepara para la monumental tarea de rescatar a Alemania y Europa, al menos goza de un amplio apoyo. Incluso los políticos de oposición le dan el visto bueno. “En una crisis como esta”, tuiteó el parlamentario verde, Konstantin von Notz, “solo podemos estar felices de tener una canciller como Angela Merkel”.