Annie Proulx, la bordadora de historias

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Habla sobre la edad, la crisis climática, los ejotes morados y de por qué nunca vuelve a leer sus propios libros.

Annie Proulx, escritora estadunidense.
COURTNEY WEAVER
Ciudad de México /

Durante un cuarto de siglo, Annie Proulx se ha desplazado hacia el oeste como un ave migratoria, pasando de los acantilados de arenisca de Wyoming a las Sandías de Nuevo México y a las secuoyas del noroeste del Pacífico. Pero el año pasado regresó a Nueva Inglaterra, donde nació y pasó gran parte de su infancia. No para instalarse en una jubilación en la edad de oro. Sino para empezar el siguiente capítulo.

“Tienes una idea para algo y no desaparece, y sigue regresando bajo diferentes formas. Y sabes que tienes que prestar atención”, dice Proulx. “Tengo cosas que todavía no están maduras y están flotando por ahí”, añade.

Desde su debut en la escena literaria estadounidense a los 56 años, Proulx, ganadora de un Pulitzer que abrió nuevos caminos con sus retratos realistas de la vida de Estados Unidos del siglo XX, ha desafiado las expectativas. Nacida en el seno de una familia de origen francocanadiense y medios modestos, Proulx pasó las primeras décadas de su vida adulta desempeñando una variedad de trabajos, desde mesera hasta empleada de correos o periodista especializada en naturaleza. Se casó tres veces, tuvo cuatro hijos y escribió un relato corto ocasional.

A los cincuenta años, por fin se dedicó a escribir novelas. Postcards se publicó en 1992, y The Shipping News un año después. Desde entonces, ha publicado tres novelas más, varias colecciones de relatos cortos —de los cuales incluye Brokeback Mountain— y tres libros de no ficción, el último es una historia discursiva de los humedales.

Como buena escritora de Nueva Inglaterra, Annie Proulx es famosa por su ironía, su brusquedad y su ética del trabajo puritano, una disciplina que va mucho más allá de su prodigiosa producción literaria. Ahora, a sus 87 años, vive sola, poda su propio césped y cuida su propio jardín, además de supervisar media docena de proyectos de renovación para su nueva casa. ¿Cómo lo consigue?

“Sigue moviéndote. No dejes de pensar, hagas lo que hagas”, aconseja. “Creo que mucha gente se da por vencida y cae en la pereza…. pero hay que seguir moviéndose”.

Es un día soleado en Nueva Inglaterra. Una brisa fresca corre entre los árboles. Nos vamos a reunir en la casa de Proulx, que va a preparar un almuerzo para los dos con ingredientes de su alacena.

Sigo a Annie Proulx al interior de su casa y atravieso el vestíbulo hasta la cocina. Apaga la música de piano que suena en la bocina y vierte un buen chorro de aceite en una sartén de hierro fundido, dejando que se caliente antes de poner cuatro trozos de filete.

Proulx es una mujer de opiniones temibles. Decido empezar sobre lo seguro y le pregunto qué despertó su interés por los pantanos, el tema de su último libro. Se había interesado por la turba mientras paseaba con un amigo científico especializado en el clima por la playa de Port Townsend, Washington.

“No escribía para publicar. Escribía porque quería saber”, explica. Con el telón de fondo de los incendios forestales en la costa oeste y otra evidencia del cambio climático, escribir una nueva novela parecía inútil.

Abre el refrigerador y me ofrece un puñado de ejotes de color morado, sacándolos para que los pueda admirar. “Estos ejotes tienen un color precioso.… pero cuando los cocinas se vuelven verdes”.

Nos trasladamos a una pequeña mesa alargada, mientras Annie Proulx ordena la comida que preparó. Junto con el filete, están los ejotes y una ensalada de mango, cilantro, pepino y cebolla roja. Se habla de sal y pimienta, pero nunca llegan.

Proulx acabó en New Hampshire después de verse obligada a huir de su último hogar en Washington por una alergia al cedro rojo occidental, una de las especies vegetales predominantes en el estado. “Nunca he vivido aquí. Me gusta ir a sitios en los que no he pasado tiempo”, dice.

Una de las partes más difíciles de la mudanza fue tener que reducir su querida biblioteca, libros que había encontrado en librerías de segunda mano de todo el mundo y de los que se vio obligada a desprenderse porque no podía darse el lujo del tercer camión de mudanzas que habría necesitado. “Pensé que podía prescindir de ellos. Solo cuando llegué aquí y desempaqué las cosas y tenía un montón de estantes vacíos me di cuenta de la magnitud de lo que había hecho”.

Sus propios libros están marcados por un humor oscuro y frases que le dan una bofetada cuando se pronuncian. Mientras que otros escritores de ficción se consideran habitantes de un único universo, Annie Proulx pasó hábilmente de escribir sobre los abigarrados habitantes de la sombría Terranova (The Shipping News) a dos vaqueros que no han salido del clóset en Wyoming (Brokeback Mountain) con la familiaridad de quien creció con estas historias como propias. Tiene un ojo agudo para el detalle y un oído magistral para el dialecto.

Ella dice...

"Creo que mucha gente se da por vencida y cae en la pereza... pero hay que seguir moviendose"

La idea de ir a la universidad le parecía poco práctica a Proulx, al tener en cuenta los recursos de su familia. Pero “una profesora de la preparatoria, Elizabeth Ring” solicitó en secreto su ingreso en el Colby College de Maine. Asistió durante un año, abandonó los estudios y los retomó años más tarde, cuando sus hijos ya eran mayores, obteniendo su licenciatura alrededor de los 40 años. Se matriculó en un programa de doctorado en Historia, pero nunca terminó los estudios.

Annie Proulx compara el proceso de escritura con “el bordado, la carpintería o la costura de una prenda de vestir”, uniendo “principios y finales y diferentes partes que se reflejan o encajan entre sí…. para hacerlo bien hace falta tiempo”.

¿Cree que ha cambiado mucho como escritora con el paso de los años? Ahí vienen los ojos, que se fijan directamente en mí. “Ni idea”, dice. Proulx se mantiene escéptica y dice: “Yo no vuelvo atrás y leo cosas”.

Volvemos al tema de Fen, Bog & Swamp. “No es una historia de amor, eso está claro. Es difícil de leer porque el tema no es lo que queremos que sea. Y es difícil escribir sobre él porque necesita un vocabulario totalmente nuevo”, menciona.

Hace rato que terminamos de comer y Annie Proulx me pregunta si me gustaría ver los nuevos castaños que plantó. “Tienen unos centímetros de altura. Pero estoy aprendiendo mucho”.

Después de recorrer el resto de la propiedad de Proulx, me lleva de nuevo al interior, a la biblioteca: un antiguo taller de carpintería inmenso con estantes de libros. “Tengo muchos estantes vacíos, lo cual es alentador. Solo me falta salir a las librerías”.

Le pregunto si hay algo que le sorprenda de hacerse mayor. “Nada es una sorpresa. Es más un proceso de descubrir nuevas molestias cada día. Pero hasta ahora, ninguna sorpresa, excepto quizás estar aquí durante tanto tiempo... pensaba que me habría accidentado en un coche o que me habría caído de una montaña hace años. Pero aquí sigo”.

Su breve trabajo de publicidad para Fen, Bog & Swamp ya casi concluyó, menos algunas temidas firmas de libros. “A veces te encuentras con gente a la que preferirías no volver a ver. Viejos amantes. Gente que odiaste alguna vez”.

El almuerzo y la visita concluyen, Annie Proulx me acompaña hasta la puerta principal. Me extiende la mano en el umbral. “Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse un día de estos. Hasta pronto”, me dice con cariño, y luego se retira al interior, a los libros y al trabajo que le esperan.

Financial Times Limited. Declaimer 2021

sgs


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