Con la llegada del nuevo año, y mientras tratamos de reconstruir nuestras economías, tenemos que replantearnos nuestra forma de regular las finanzas. Esto se debe a que los retos planteados por la pandemia de covid-19 son diferentes a los provocados por la crisis financiera de 2008.
En ese entonces, las autoridades llegaron a dos conclusiones sobre el hecho de que los bancos fueran una parte importante del problema. Para reducir el riesgo hacia la estabilidad financiera, los bancos debían estar mejor capitalizados, y para reducir la dependencia de las economías de los grandes bancos, se debía fomentar la competencia de nuevos actores, incluidas las compañías de tecnología.
Estos objetivos se han cumplido en gran medida. En la actualidad, los bancos, de hecho, están mucho mejor capitalizados y sus balances son más robustos. Las grandes firmas de tecnología y otros nuevos proveedores lograron grandes avances en servicios financieros. Ahora el régimen regulatorio necesita otro reajuste para abordar tres desafíos críticos.
El primero es claramente la recuperación, que se acelerará si los bancos prestaran más a las empresas. Eso implica que tienen la capacidad de utilizar una mayor cantidad del capital que acumularon. Y si quieren acumular más capital al cual dar uso, necesitan ser capaces de atraer inversores.
Por el momento, la mayoría de los bancos no puede desplegar sus balances en todo su potencial. Esto, en gran medida, por la forma en que los inversionistas ven la regulación, incluidos los colchones de capital que se exigió que los bancos acumularan tras la crisis financiera. El objetivo era simple: los bancos aumentan su capital y construyen colchones durante las épocas de bonanza que puede utilizar para absorber las pérdidas en los malos momentos. Durante la crisis del coronavirus, los reguladores permitieron a los bancos usar sus colchones, pero a los inversionistas les preocupa qué va a ocurrir una vez que la economía comience a recuperarse y se exija a los bancos reconstruir estos colchones. Esto tomará tiempo, ya que las bajas tasas de interés y las economías débiles van a deprimir las utilidades de los bancos. Estos temores presionan a los banqueros para que eleven el capital ahora, en lugar de utilizarlo para financiar la recuperación.
Los reguladores, entre ellos Randy Quarles, quien preside el Consejo de Estabilidad Financiera, hablan sobre este problema. No pueden abordarlo con la suficiente rapidez. A corto plazo, las autoridades deben estabilizar los requisitos de capital, eliminar las incertidumbres sobre el marco regulatorio de Basilea III, que se adoptó después de la crisis financiera y simplificar y calibrar la forma en que los bancos pueden calcular el capital y la liquidez para absorber las pérdidas.
Un replanteamiento a un mayor largo plazo debe considerar la mejor manera de utilizar los colchones de capital y el nivel óptimo de los requisitos de capital y volver a examinar la forma en que los bancos calculan las ponderaciones por riesgo de sus activos con la vista puesta en liberar capital para financiar nuevos préstamos.
El segundo desafío es reajustar el régimen regulatorio para que apoye y acelere la transición verde. Hace falta una acción global para acordar una clasificación “verde” y asegurarse de que todas las grandes empresas cotizadas cumplen las recomendaciones del Task Force on Climate-Related Financial Disclosures (Grupo de Trabajo sobre las Divulgaciones Financieras Relacionadas con el Clima). Los mercados necesitan nuevos incentivos para apoyar la transición hacia una economía con bajas emisiones: los reguladores deben considerar cómo reducir el costo de capital para los bancos que financien actividades verdes.
El tercer desafío es la revolución digital. La regulación en este momento favorece a las compañías de tecnología que intermedian servicios financieros frente a los bancos. Esto es especialmente cierto en el caso de las normas sobre datos, que permiten los pagos. Las grandes tecnológicas se están convirtiendo en plataformas de crédito sin cumplir con la mayor parte de la regulación bancaria. Su papel, aunque aún pequeño respecto a términos globales, está creciendo. El año pasado, los créditos procedentes de fintechs y de grandes grupos tecnológicos sumaron 795 mil millones de dólares a escala global, de acuerdo con el Banco de Pagos Internacionales. Ahora la pandemia va a afianzar a los grupos digitales.
Tenemos que equilibrar el campo de juego, no para dar una ventaja a los bancos, sino para eliminar la ventaja que han tenido las compañías tecnológicas durante los últimos 10 años. Bajo la regulación de la Unión Europea, las firmas financieras deben dar acceso a las tecnológicas a los datos generados por los clientes si ellos están de acuerdo. Ese requisito debe aplicarse a los datos en poder de cada sector, incluidas las tecnológicas. Las condiciones no deben decantarse a favor de nadie. Las nuevas propuestas de la Comisión Europea requieren una actuación urgente.
No digo que tengamos que deshacer toda la regulación aplicada después de 2008; las reglas deben evolucionar a medida que el mundo, la competencia y los riesgos cambian. Tenemos que dejar de regular mirando por el retrovisor. Políticos, reguladores y bancos tienen que encontrar una manera para que nuestra estructura regulatoria ofrezca un mejor servicio a los clientes particulares y empresas, y ayudar al mismo tiempo a los bancos a ofrecer resultados a sus accionistas y abordar estos tres desafíos. Un reajuste es necesario.
*La autora es presidenta ejecutiva de Santander
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