Chile ha tenido una enorme influencia en el pensamiento económico. Durante la dictadura del general Augusto Pinochet, de 1973 a 1990, los discípulos del credo del libre mercado de Milton Friedman fueron pioneros en políticas radicales como la apertura de la economía al comercio global, la privatización de empresas estatales y la creación de pensiones privadas. Margaret Thatcher era una admiradora.
La dictadura de Pinochet comenzó con un golpe de Estado y terminó con un espantoso historial de derechos humanos: más de 3 mil asesinatos políticos y miles más torturados o exiliados. Esa era de represión, por fortuna, se enterró con una transición pacífica a la democracia, pero las políticas económicas a favor del mercado de la dictadura perduraron a lo largo de sucesivos gobiernos electos. Se les atribuye el mérito de haber convertido a Chile en una de las naciones del mundo en desarrollo más favorables a los inversionistas y en una de sus economías de más rápido crecimiento, aunque con una desigualdad muy alta.
Mañana, Chile entrará en una nueva era con la toma de protesta como presidente de Gabriel Boric, un joven de izquierda que representa una clara ruptura con su predecesor, el multimillonario conservador de 72 años Sebastián Piñera. Al mismo tiempo, una asamblea especialmente elegida está reescribiendo por completo la constitución de la época de Pinochet.
La esperanza es que Chile pueda reinventarse para ofrecer niveles europeos de bienestar y justicia social, preservando al mismo tiempo el crecimiento económico y la inversión necesarios para pagarlo. El riesgo es que se alcancen niveles europeos de crecimiento y deuda, y que el Estado se expanda rápido y tenga dificultades para financiarse y gastar de forma sensata.
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Tanto el nuevo gobierno como la asamblea constituyente son el resultado de las protestas que envolvieron a Chile a partir de octubre de 2019. Los manifestantes exigían una sociedad más justa e inclusiva, mejores servicios públicos y pensiones dignas. Boric estaba entre los manifestantes y, a sus 36 años, pertenece a su generación. Está muy comprometido con los derechos de las mujeres y los pueblos indígenas, y con el respeto al medio ambiente. Fue elegido con una plataforma de fuertes aumentos de impuestos para financiar grandes mejoras en los servicios públicos.
Los inversionistas se asustaron por el giro a la izquierda de Chile. Más de 50 mil millones de dólares abandonaron el país desde las protestas en las calles y las empresas aplazaron importantes proyectos. Boric trató de disipar los temores nombrando a un respetado tecnócrata, Mario Marcel, como ministro de Hacienda y recalcando la responsabilidad fiscal.
El nuevo presidente ya mostró una voluntad de estadista para sanar las divisiones causadas por unas elecciones muy polarizadas. Criticó enérgicamente a los regímenes represivos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, para disgusto de sus socios de coalición menores, los comunistas.
Hasta aquí, todo bien; sin embargo, se avecinan enormes desafíos. La economía corre el riesgo de estancarse a medida que se retira el estímulo de la pandemia. Los precios récord del principal producto de exportación de Chile, el cobre, se ven más que compensados por el aumento de los precios de la energía. Boric carece de mayoría en el Congreso, donde cada proyecto de ley debe ser cuidadosamente negociado.
El mayor riesgo de todos es el resultado impredecible de la asamblea constituyente. Elegida durante la pandemia con una baja participación, está dominada por la izquierda radical y los independientes disidentes. Las propuestas que se han debatido hasta el momento (sin aprobarse) incluyen la creación de 11 sistemas de justicia distintos para diferentes grupos indígenas, la abolición de la separación de poderes “burguesa” y la nacionalización de la minería.
Boric tiene una oportunidad única de demostrar que Chile puede volver a marcar tendencia a escala mundial, esta vez creando una sociedad más justa y ecológica, al tiempo que preserva el crecimiento y la inversión privada. Esto puede ser un nuevo modelo, tanto para América Latina como para el mundo en desarrollo, pero será necesario que Boric controle las ocurrencias de la asamblea constituyente.
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