En las últimas dos semanas visité Beijing y Hong Kong. Esta visita dejó claro que, en el mundo actual, EU es una potencia revolucionaria -más precisamente, reaccionaria- mientras que la supuesta China comunista es una potencia que mantiene el status quo. En este sentido, la Unión Europea tiene mucho en común con China. A los gobernantes chinos les gusta el rumbo que están tomando el mundo y la propia China. La Unión Europea no es tan complaciente. Conscientes de sus retos económicos y de seguridad, sus élites saben que tiene que cambiar mucho. Pero ellas también prefieren por mucho el mundo que el presidente estadunidense Donald Trump trata de destruir para transformarlo en el caótico que intenta crear.
Que un externo llegue a conclusiones claras de una breve visita a este enorme país es algo heroico, por no decir idiota. Sin embargo, he visitado el país al menos una vez al año desde 1993, excepto durante la pandemia, he seguido con atención la evolución de su economía y he hecho varios amigos entre su élite política educados en Occidente. El ascenso de China ha sido, por mucho, el acontecimiento económico y político más importante de mi vida. Heroico o no, hay que intentar comprender lo que Trump significa para China y lo que China significa para el mundo.
Entonces, a continuación presento lo que he aprendido.
En primer lugar, mis interlocutores chinos piensan en la convulsión actual en EU en relación con su propia revolución cultural, que comenzó hace casi 60 años. Mao Zedong utilizó su prestigio como líder insurgente para librar una guerra contra las élites burocráticas y culturales chinas. Trump también utiliza su poder como líder electo de un movimiento insurreccional para derrocar a las élites burocráticas y culturales estadunidenses. La profunda aversión a la revolución cultural es ampliamente compartida, al menos entre los miembros de mayor edad de la élite china actual. Tampoco les gusta la revolución de Trump.
En segundo lugar, muchos de los que lograron escapar de China en la década de 1980 y 1990 para formarse en universidades occidentales de élite admiraban los valores que veían allí y esperaban verlos arraigados en su propio país. El Estado de derecho, la libertad personal y la ciencia moderna les parecían ideas admirables. Para estas personas, lo que está sucediendo ahora en Estados Unidos es doloroso. Este lamento por la traición de EU a sus propios principios no es exclusivo de China.
En tercer lugar, reconocen que lo que le está sucediendo a EU tiene claras ventajas para su propio país. Casi todo el mundo ya comprendió para este momento que la firma de Trump no vale nada. Un hombre que intenta demoler la economía canadiense no será un amigo confiable para nadie más. Por lo tanto, las alianzas que EU necesitará para contrarrestar a China en su propio vecindario o, de hecho, en cualquier otro lugar, probablemente serán muy frágiles. Esto se aplica incluso a Japón y Corea del Sur, por no hablar de otros vecinos. En este contexto, China, principal potencia comercial de la región Asia-Pacífico, además de una potencia militar en rápido ascenso, no solamente va a dominar la región, sino que va a ir mucho más allá. Incluso Europa, preocupada por Rusia y tan abiertamente abandonada por EU, buscará una relación más amistosa con China. El “Estados Unidos Primero” de Trump seguramente significará solo Estados Unidos.
En cuarto lugar, DeepSeek le dio a los chinos un gran impulso de confianza. Creen que EUs ya no puede bloquear su ascenso. Un buen amigo me explicó que Xi Jinping tiene tres objetivos: estabilidad del régimen, desarrollo tecnológico y crecimiento económico. En la actualidad confían aún más en el segundo que hace unos años. No solamente se trata de DeepSeek, sino también del dominio chino del “sector de las energías limpias”. Muchos creen que los desafíos demográficos de China están destinados a destruir la economía. Pero el problema actual es la escasez de buenos empleos, no la escasez de trabajadores. Es un problema de demanda, no de oferta potencial. Esto seguirá siendo así durante mucho tiempo, debido al excedente de trabajadores rurales.
En quinto lugar, este problema de demanda es en efecto enorme, como ya argumenté en el pasado, pero no es algo insoluble. En mis conversaciones en China, la atención se centró, como ha sido durante muchos años, en cuestiones relativamente a corto plazo, como la debilidad del sector inmobiliario, el impacto de la caída de los precios de la vivienda en los balances de los hogares, las consecuencias de estos cambios para las finanzas de las autoridades locales y la caída de los precios minoristas. Todo esto recuerda a la economía japonesa posburbuja. Sin embargo, se trata de problemas estructurales, no cíclicos. La realidad subyacente es que, como ocurrió anteriormente con Japón y Corea del Sur, la capacidad de China para invertir productivamente sus cuantiosos ahorros (que todavía superan el 40 por ciento del PIB) se desplomó. Prueba de esto es el enorme aumento de la relación de capital-producto incremental, el ratio entre la tasa de inversión y la tasa de crecimiento económico (ver las gráficas).
A principios de este siglo, el déficit de demanda se llenó en parte con un enorme superávit por cuenta corriente. Luego, cuando esto se volvió imposible, después de la crisis financiera, el déficit aún mayor que surgió se llenó con un enorme aumento de la inversión en bienes raíces e infraestructuras. La inversión en bienes raíces ya está disminuyendo. Pero invertir aún más en fabricación solamente garantiza un exceso de capacidad cada vez mayor y, por lo tanto, una protección contra los inevitables aumentos repentinos de las exportaciones chinas. Por lo tanto, los europeos seguirán el ejemplo de Trump. De hecho, lo harán debido a la desviación de las exportaciones chinas hacia sus mercados, que seguirán su ejemplo.
Hoy en día, los responsables de la formulación de políticas de China hablan de “inversión en consumo”. Es un concepto interesante. Sin embargo, los principales requisitos son reducir la tasa de ahorro mediante la transferencia de ingresos a los hogares, el desarrollo de la red de seguridad social y el aumento del consumo público.
En resumen, los chinos creen que pueden sobrevivir a la embestida de Trump. De hecho, muchos creen que podría ayudarlos, al destruir la credibilidad de Estados Unidos y la percepción de su competencia. Esto no significa que en China estén seguros de su triunfo. Pero, como suele ocurrir con las grandes potencias, sus mayores retos están en casa, no en el extranjero.