El camino de Christine Lagarde en el Banco Central Europeo

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Christine Lagarde habla sobre la abrupta curva de aprendizaje que enfrentó al llegar al BCE y del manejo de las crisis que llegaron después de la pandemia.

Christine Lagarde, Presidenta del Banco Central Europeo (BCE).
Martin Arnold
Ciudad de México. /

Christine Lagarde me entrega una pequeña bolsa de papel blanco con algo sorprendentemente pesado en su interior después de recorrer el restaurante con su habitual elegancia.

Se quita los guantes de cuero negro antes de estrechar la mano -hace un poco de frío en este día nublado en Frankfurt- y explica: “Es mermelada que hago con toronjas de nuestro jardín en Córcega”.

El regalo me desarma. Tal vez esa sea la intención de Lagarde. ¿Puedo aceptarlo? ¿Debería haber traído algo para regalarle? “Llevo comiendo una toronja al día desde hace unos 45 años”, dice la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), con una sonrisa radiante que realza su corte recto plateado, su blusa de seda blanca, su bufanda de flores monocromática y sus aretes de perlas. “Te da vitamina C y un poco de ánimo por las mañanas”.

Estamos en el Caféhaus Siesmayer, una cafetería de estilo vienés poco ostentosa, conocida por sus deliciosos pasteles franceses y alemanes. Nuestra mesa está junto a un ventanal con vista al Palmengarten, el jardín botánico construido por Heinrich Siesmayer e inaugurado en 1871, una de las principales atracciones de Frankfurt.

Ya pasaron cuatro años desde que Lagarde llegó a esta ciudad, ya como una de las mujeres más poderosas del mundo. Dejó Washington, donde dirigía el Fondo Monetario Internacional (FMI), como parte de un acuerdo franco-alemán que la trasladó al BCE mientras nombraba a la ministra de Defensa de Berlín, Ursula von der Leyen, para dirigir la Comisión Europea.

“Es el medio tiempo, ¿eh?” dice, señalando que en unos días será exactamente el punto medio de su mandato de ocho años y maravillándose de lo que ha sido “una pronunciada curva de aprendizaje, pero en el contexto de una increíble serie de crisis, puntos de ruptura, cambios…es suficiente para dejarte un poco mareado”. Este parece el momento perfecto para hacer balance.

Pero primero llega la mesera para preguntar por las bebidas. Con su típico bronceado y sus ojos azul verdosos brillantes, Lagarde decide rápidamente: “Sabes, tomaré agua mineral, lamento que sea un poco aburrido…sí”. Casi abstemia, solo hace una excepción con “una copa de champán o si hay un Burdeos fantástico”.

Los últimos cuatro años produjeron una aleccionadora “serie de crisis, una tras otra”. Primero, la pandemia de coronavirus paralizó la economía solo cinco meses después de la llegada de Lagarde como jefa de la política monetaria de Europa. Luego, dos años después, la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania hizo que se dispararan los precios de la energía y de los alimentos, impulsando la inflación de la eurozona más de cinco veces por encima del objetivo de 2 por ciento del banco central. En respuesta, el BCE ya elevó las tasas de interés diez veces, algo sin precedentes, hasta alcanzar el nivel más alto de su historia, exprimiendo la economía con tanta fuerza que el crecimiento casi se detuvo. Entonces, ¿qué calificación sobre 10 se daría Lagarde?

“Ooh, bueno, tengo que mostrar autoestima y confianza, así que diría 10”, bromea. “No, me quejo mucho de la falta de confianza de las mujeres, así que debo tener cuidado de no menospreciarme. Pero yo diría que siete. Para empezar, hubo una curva de aprendizaje muy, muy brutal y abrupta. Entonces, por supuesto, si nos fijamos en los indicadores clave de desempeño, no estamos en una (inflación) de 2 por ciento”. En el momento de nuestro encuentro, era de 4.3 por ciento.

Otra mesera se acerca y recomienda el menú. Cuando se retira, Lagarde dice: “Bueno, como todavía no tengo remedio con el alemán, ¿eso es carne o pescado?”. Mi alemán está un poco menos perdido, así que lo traduzco a grandes rasgos. La entrada es salmón, un plato principal es pechuga de pato y el otro es risotto al azafrán. “¿Y no tiene carne?”, pregunta. “No como nada que tenga cuatro patas”, antes de añadir en broma: “Para poder comerte a ti”.

El BCE fue blanco de críticas por reaccionar con demasiada lentitud al aumento de la inflación del año pasado y Lagarde admite que no pudo anticipar en qué medida la crisis de la energía a causa de la guerra de Rusia en Ucrania elevaría los precios al consumidor. “Creo que, como tantos otros, inicialmente manejamos eso como un caso clásico de crisis de oferta”, dice. “La situación se restablecerá al final de la conmoción y se va a absorber…todo eso se esperaba y nada de eso sucedió realmente”.

“Pero, personalmente lo que lamento es haberme sentido obligada a seguir nuestra orientación futura”, añade, refiriéndose al compromiso que había asumido el BCE de no empezar a subir las tasas de interés hasta que hubiera dejado de comprar miles de millones de euros, en su mayor parte deuda de gobierno, algo que hizo lentamente durante los primeros seis meses de 2022. “Debería haber sido más audaz”.

¿El BCE podrá hacerlo mejor en la próxima crisis? “El tipo de crisis de oferta que podría afectarnos, dependiendo de cómo evolucione la situación en Medio Oriente y de cómo Irán se involucre en esto y cuál sea la reacción global, son enormes interrogantes y enormes preocupaciones en el horizonte”, dice. “Pero lo que deberíamos haber aprendido es que no podemos depender únicamente en casos paradigmáticos y modelos puros. Tenemos que pensar con un horizonte más amplio”.

Nos reunimos mientras Lagarde se prepara para llevar al BCE a Atenas para su viaje anual fuera de Frankfurt. Esta es una reunión histórica para el banco central, que pone fin a su serie de 15 meses de aumentos de tasas. Pero también es un gran momento para Grecia, que recientemente recuperó su calificación crediticia de grado de inversión una década después de que su crisis de deuda casi destrozara la eurozona.

Lagarde recibió amenazas de muerte como directora del FMI después de que ayudó a elaborar un brutal plan de austeridad como parte del rescate de Grecia. Habría sido “más eficiente y probablemente mejor aceptado si hubiéramos tenido un periodo más largo para ajustarnos”, admite, lamentando que en el FMI “todos los programas que teníamos eran a corto plazo”.

Cuando nos pregunta qué vamos a ordenar, Lagarde y yo elegimos del menú fijo el risotto con tomates, pimientos dulces y pesto de albahaca, con una entrada de salmón marinado, rösti de papas y salsa de mostaza y eneldo. Lagarde dice que el pastel de queso es el mejor de este lado del Atlántico. Le pregunto a la mesera si podemos comer eso en lugar de los pastelitos y el sorbete del menú, y me dice: “Debo preguntar”. Cuando se va la mesera, Lagarde dice: “Esto es muy alemán, ‘Tengo que preguntar’”.

¿Frankfurt empieza a sentirse como en casa? “Es un segundo hogar. No es el hogar, hogar. Ahí es donde está la familia y mi familia no está aquí. Eso es predominantemente París”, dice. Los fines de semana suele ver a algunos de sus siete nietos de dos matrimonios. Pero al menos ocho veces al año está en Frankfurt preparándose para la siguiente reunión de política del BCE. “Me convierto en monje. Me encierro en mi departamento con un montón de cosas para leer. Luego vengo a desayunar aquí o voy a un museo a tomar un poco de aire fresco”. Los días de trabajo comienzan a las 5:30 de la mañana con yoga, lagartijas y bicicleta estática. A menudo regresa de la oficina después de las 8 de la noche.

Lagarde se siente decepcionada al saber que el gerente de Siesmayer, un extraductor que le hablaba en “un francés bastante bueno” y le recomendaba pasteles poco después de su llegada a Frankfurt, tiene el día libre. “Soy golosa”, confiesa. Su colega ejecutivo del BCE, Fabio Panetta, llevó una tartaleta de frutas y un pastel de chocolate de Siesmayer a una reunión de emergencia de la junta directiva que se celebró alrededor de la mesa de la cocina de Lagarde, en la que acordaron un enorme plan de compra de deuda en respuesta a la pandemia. El restaurante incluso abrió sus puertas una tarde de verano hace dos años para permitir que los 25 miembros del consejo de gobierno del banco ocuparan su terraza para una cena que marcaba el final de una revisión estratégica.

Llegan nuestras entradas y, mientras Lagarde investiga las suyas, pregunta: “Deberías tener salmón ahí, ¿verdad?” Aparto algunas hojas con el tenedor para revelar un círculo limpio de tartar de salmón encima del rösti. “Ahí está”.

Volviendo a centrar la conversación en su abrupta curva de aprendizaje, menciono un primer paso en falso cuando en una conferencia de prensa del BCE le preguntaron su reacción ante la creciente alarma por las muertes por covid-19 en el norte de Italia, que estaba elevando el “diferencial” entre los costos de endeudamiento italianos y alemanes. Su respuesta imprudente fue: “No estamos aquí para cerrar diferenciales”.

Los mercados de bonos se desplomaron instantáneamente cuando los inversionistas mostraron temor de que Lagarde se estuviera alejando del famoso compromiso asumido por su predecesor italiano Mario Draghi, durante una crisis de deuda una década antes, de hacer “lo que sea necesario” para defender el euro. ¿Fue este el momento en que se dio cuenta de lo mucho que estaba en juego en su nuevo trabajo?

“Esa es una evaluación justa”, dice. “Creo que hubo dos momentos en los que me di cuenta del peligro y el poder de las palabras, en particular en esta profesión”. La primera fue en 2012, cuando estaba en primera fila de una conferencia en Londres escuchando el comentario de Draghi de “lo que sea necesario”. Al reunirse con el italiano después, Lagarde recuerda que un asistente le dijo sin aliento que “los mercados se están moviendo” y su fría respuesta: “Oh, de verdad”.

“Creo que el segundo momento fue ‘no estamos aquí para cerrar los diferenciales’, lo cual era técnicamente cierto. Simplemente no fue así…”, se calla. “Después de eso hablé con colegas y amigos”, dice, y menciona a Jay Powell, presidente de la Reserva Federal de EU, Janet Yellen, su predecesora y ahora secretaria del Tesoro, y Mark Carney, exgobernador del Banco de Inglaterra, entre los que llamó, al igual que Draghi. “La mayoría, no todos, pero la mayoría dijo: ‘Bienvenida al club, todos hicimos lo mismo’. Todos metimos la pata’”.

En un discurso en la conferencia de Jackson Hole de la Fed en agosto, Lagarde dijo que una fragmentación de la economía mundial en bloques geopolíticos en competencia estaba complicando la tarea de las autoridades. “No sabía que se movería tan rápido”, dice. En cuanto al conflicto entre Israel y Hamás, advierte: “Tenemos que ser cautelosos. Es posible que no se esté desarrollando de cómo lo hizo durante la guerra de 1973, es posible que sea diferente”, en referencia a la guerra de Yom Kippur entre Israel y sus vecinos árabes que provocó la primera crisis mundial del petróleo. La economía abierta de Europa depende del comercio, lo que le da una “vulnerabilidad inherente” a ese tipo de conmociones, admite.

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Tengo una misión que cumplir y la voy a hacer.

¿Este mundo fragmentado podría amenazar el predominio del dólar estadunidense como moneda de reserva y en el comercio global, como sugirió Lagarde en un discurso en abril? “Sólo estoy señalando”, dice. El riesgo proviene de la ampliación de las divisiones entre el Norte y el Sur “y si vemos que China está recuperando materialmente al Sur”, especialmente con “Brasil e India y algunos de los países de Medio Oriente que tratan de determinarlas transacciones en monedas locales”. Las nuevas monedas digitales, como la que está desarrollando el BCE, “también van a desempeñar un papel”, predice.

Hay un destello de amarillo, rojo y verde brillantes cuando sirven nuestros risottos rodeados de una espuma blanca. “Los colores son preciosos”, afirma Lagarde. “¿Cocinas?” Cuando digo que sí, ella responde: “A mí también y me encanta la estética”. Haciendo una pausa para probar un bocado, dice que uno de sus dos hijos es chef en París, antes de añadir: “Por cierto, esto está muy bueno”.

Lagarde creció en Le Havre, en la costa de Normandía, y sus padres le inculcaron un espíritu independiente. Su madre, Nicole, se convirtió en “una gran inspiración”, dice Lagarde, un tanto emocionada. Nicole crió sola a sus cuatro hijos tras la muerte de Robert, el padre de Lagarde, cuando ella solo tenía 16 años, al tiempo que “realizaba múltiples tareas a la vez a un grado extremo”: trabajaba como profesora de idiomas, montaba a caballo, corría en coches de rally, cantaba en un coro y cosía vestidos. “Siempre quiso ser elegante”, dice Lagarde.

En la universidad de París, Lagarde estudió derecho “pero por la razón equivocada, porque al principio quería luchar contra la pena de muerte”. Antes de graduarse, la pena capital fue abolida. Sin inmutarse, se incorporó al bufete estadunidense Baker McKenzie, del que llegó a ser la primera mujer presidenta en 1999.

Desde entonces, su carrera parece que se orientó menos por decisión propia y más por llamados a ocupar cargos públicos. “Tienes toda la razón”, dice, recordando que el primer ministro francés, Dominique de Villepin, permaneció en el teléfono en 2005 después de que Lagarde le pidió tiempo para decidir si volvía a Francia para ser ministra de Comercio. “Me estaban llamando. Con el FMI, ocurrió lo mismo, y con el BCE, lo mismo”, dice. “No tuve elección. Me llamaban. Respondí que sí, a veces bajo mi propio riesgo. Pero también lo he disfrutado”.

La prensa francesa especula ocasionalmente sobre un posible regreso a la política de primera línea en París. Pero Lagarde fue condenada por negligencia en 2016 por un tribunal francés, que no dictó sentencia alguna y dijo que debería haber impugnado un pago del gobierno al empresario Bernard Tapie cuando era ministra de Finanzas. ¿Es posible un regreso? “Nunca puedes decir que no”, dice. “Pero lo dudo mucho”. ¿Podría abandonar el BCE antes de que venza su mandato en 2027? “Tengo una misión que cumplir y la voy a hacer”. ¿Qué va a hacer después? “Habrá otra llamada”.

Mientras pregunto sobre la apasionada promoción que hace Lagarde de los derechos de las mujeres, una mesera comprueba si queremos postre. “No creo que pueda comerme el pastel”, dice. Pero cuando expreso interés, ella decide compartir una porción. Después de que alguna vez dijo que Lehman Brothers no habría colapsado si hubiera sido Lehman Sisters, dice: “Quiero aclarar, porque no quiero que me vean como una persona que menosprecia a los hombres y tiene un sesgo por las mujeres. Lo que pasa es que, a lo largo de sus vidas, ha habido tantas veces discriminación, selecciones injustas, un retraso en el progreso de sus carreras profesionales, que tuvieron que demostrar su valía más que los hombres”.

Los analistas financieros a menudo critican a Lagarde por su falta de formación económica. “Creo que parte de eso es sexismo”, dice, con el rostro endurecido. “Parte de eso se debe, ya sabes, a su deseo de permanecer dentro de ese estrecho mundo de representación única…considero que mi deber es con los europeos y no con los expertos financieros”.

Miembro del equipo francés de natación sincronizada en su juventud, esta mujer de 67 años todavía utiliza las técnicas de respiración que aprendió para lidiar con el estrés. “Cuando escucho a algunos gobernadores, pienso, inhala profundamente usando tu abdomen. “Y luego sonríes”. ¿Cómo sigue convenciendo a una sala llena de banqueros centrales, en su mayoría hombres, para que apoyen decisiones políticas difíciles? “Requiere mucha preparación. Porque si no hiciera ese esfuerzo, entonces me podrían descartar muy fácilmente”, dice. “Lo segundo es que durante toda mi vida…siempre he tratado de escuchar, poner atención y respetar a la gente”.

Casi en el momento justo, la mesera trae nuestro pastel de queso, un cuchillo y un segundo plato y nos pregunta si nosotros queremos cortarlo. “Oh, lo harás mejor”, dice Lagarde, y la ve cortarlo por la mitad. “Eso está muy bien. Bien, bien, bien. Muchas gracias.” Mientras saboreamos el postre cremoso, dice: “Ese es un ejemplo: podría haber dicho: ‘No, no, lo haremos nosotros’. Pero se tomó la molestia. Ella trajo el cuchillo. Por eso hay que respetar lo que sabe hacer. Lo mismo se aplica a las personas con las que tengo que trabajar. A veces, simplemente hay que dar espacio”.

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