Chrystia Freeland, la heredera de Justin Trudeau

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La viceprimera ministra de Canadá habla sobre su paso del periodismo a la política, la lucha contra el cambio climático y su relación con Trump después de las negociaciones del T-MEC.

“Soy seria, idealista y muy patriota. Por ejemplo, creo que Canadá es la democracia liberal más sólida del mundo”.
Edward Luce
Ciudad de México /

Almorzar con Chrystia Freeland, viceprimera ministra de Canadá, quien es considerada la heredera de Justin Trudeau, siempre iba a ser algo ligeramente surrealista. No solo es mi exjefa, como editora adjunta y editora administrativa de Estados Unidos (EU) del FT. Ella misma realizó muchos Almuerzos para el diario.

Nos encontramos en Bistro Praha, un restaurante algo descolorido en el centro de Edmonton, Alberta, la provincia donde creció Chrystia Freeland. Como ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, ella atravesó el mundo. 

En su nuevo trabajo como viceprimera ministra desde octubre, tendrá que pasar mucho más tiempo en lugares como su natal Alberta. Ella también es ministra de Asuntos Intergubernamentales, lo que en la práctica significa sofocar el creciente resentimiento de las provincias occidentales de Canadá contra las “élites Laurentinas”.

Estoy sentado en una mesa ubicada en la esquina cuando llega mi entrevistada, vestida con un traje rojo y un pañuelo de seda del mismo color, con un motivo chinería. Ella está flanqueada por dos jóvenes ayudantes. No hay seguridad.

Resulta que el día de nuestro encuentro es Nochebuena para la Iglesia greco-católica ucraniana a la que pertenece Freeland. Es un día de ayuno. Ella no puede comer antes de la noche. “Voy a hacer trampa pidiendo un capuchino”, dice. Dado que Freeland, de 51 años de edad, frecuenta este lugar desde hace 40 años, ordena por mí. Elige una ensalada de huevo de Praga para comenzar y una copa de Sauvignon Blanc californiano.

Me pregunto si los antecedentes de Freeland ofrecen una gran ventaja en el contexto de su trabajo. Ni Alberta ni la vecina Saskatchewan eligieron un solo liberal en octubre. 

Freeland, que representa una circunscripción en el centro de Toronto, de alguna manera debe negociar un oleoducto para exportar las arenas bituminosas altamente carbonizadas de Alberta, sin romper la promesa de Trudeau de que Canadá lidere la lucha contra el calentamiento global. Le pregunto: ¿cómo puede cuadrar ese círculo? “Estoy muy consciente de que represento una circunscripción muy urbana y estoy encantada”, dice la funcionaria.


Mi entrada llegó. Parece lo suficientemente grande como para terminar al menos cinco ayunos católicos griegos ucranianos. El Sauvignon Blanc proporciona un antídoto al montículo de huevo, mayonesa, papa y caviar que tengo frente a mí.

¿Puedes complacer a la mitad de Canadá sin aislar a la otra? Ella responde con cautela. “Sí, tenemos que emprender acciones contra el cambio climático”, dice. “Al mismo tiempo, necesitamos una economía fuerte y entendemos la realidad de que los combustibles fósiles son parte de la economía canadiense y la global”.

 ¿Pero cómo puede el mundo frenar el cambio climático si Canadá sigue exportando tanto carbono? “Somos la décima economía más grande del mundo y se proyecta que nos convertiremos en la octava, en parte debido a la migración. Pero somos realistas”.

Otro de los papeles de Freeland es supervisar las relaciones entre EU y Canadá. Como negociadora principal de Canadá para la versión 2.0 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Freeland no se ganó el cariño del presidente de EU, Donald Trump.

Le pregunto qué consejos tiene Canadá para lidiar con Trump. Ella da una respuesta diplomática. “La gente no habla sobre la relación entre Canadá y EU porque es muy aburrida, pero es un verdadero triunfo histórico que podamos llevarnos bien con una asimetría (de poder)”, dice.

 Sin embargo, Trump ha sido muy grosero, le recuerdo. ¿Eso no complica su tarea? Freeland hace una pausa. “Mira, las personas cuya buena opinión busco son canadienses”, responde.

Por su cautela, se siente como un buen momento para preguntar sobre su transición del periodismo a la política. ¿Cómo lo logró? Se nota que le gusta el nuevo tema. “Los instintos periodísticos son difíciles de matar”, responde.

“En una ocasión, estuve con el primer ministro Trudeau en Washington y tuvimos una reunión con Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana en el Senado de EU, después de la reunión tomé del brazo al primer ministro y le dije: ¿Puedes creer lo que acaba de decir? Eso es una primicia. El primer ministro me miró y dijo: ‘Chrystia, ya no eres periodista’”. Pregunto: ¿Qué dijo McConnell? “¡No puedo decírtelo!”, responde.

Freeland cree que un periodismo fuerte será fundamental para la supervivencia de la democracia liberal. Muchos de sus amigos más cercanos están en esa línea, dice. Obviamente, esto incluye a Graham Bowley, su esposo británico, que trabaja para el New York Times.

Le digo que los políticos deben ser optimistas profesionales. “Me gusta pensar que soy escéptica, pero no cínica”, dice Freeland. “Soy seria, idealista y muy patriota. Por ejemplo, creo que Canadá actualmente es la democracia liberal más sólida del mundo”.

La mayoría de la gente en Canadá piensa que Freeland está destinada a ser primera ministra. Consciente de que es poco probable que obtenga una respuesta directa de ella, le digo a Freeland que la última vez que le pregunté a un político si codiciaba la corona fue a Boris Johnson en abril pasado (antes de reemplazar a Theresa May). “Bueno, estoy obligado a decir que no hay una vacante”, me dijo Johnson. “Exactamente”, dice ella. “No hay una vacante. Canadá tiene un excelente primer ministro, y tenemos suerte de tenerlo”.


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