El Puente Internacional Tienditas, tres cruces paralelos que unen a Colombia y Venezuela a través del río Táchira, pretendía ser un himno al comercio entre las naciones sudamericanas vecinas.
Pero antes de que cruzara un solo camión, las relaciones se deterioraron y se congelaron los planes para su inauguración en 2016. Tres años después, los lazos diplomáticos se rompieron cuando Colombia se unió a una coalición liderada por Estados Unidos para obligar al presidente socialista revolucionario Nicolás Maduro a abandonar el poder mediante sanciones económicas y presión política.
Esa estrategia fracasó mientras Maduro se afianzaba en el poder, con el apoyo de Rusia, China e Irán, que lo ayudaron a superar el colapso económico y la salida de 6 millones de refugiados, partieron a Colombia más de 2 millones de ellos.
Ahora, mientras las naciones occidentales se plantean qué hacer con Venezuela, el recién elegido presidente de izquierda de Colombia, Gustavo Petro, intenta un enfoque diferente. Los lazos diplomáticos formales entre las dos naciones andinas se restablecieron esta semana con la llegada de los nuevos embajadores en Bogotá y Caracas.
Un sonriente Maduro, con un sombrero vueltiao que le regaló el nuevo embajador de Colombia, Armando Benedetti, bromeó con los asistentes al palacio presidencial de Miraflores en Caracas. Pero mostró un tono cauteloso sobre la normalización de las relaciones, diciendo que había que hacerlo bien y “de forma ordenada” o fracasaría.
“Se trata de dos países que históricamente han tenido vínculos muy estrechos, por lo que hay cuestiones económicas, humanitarias y de seguridad que ahora se pueden abordar como parte de este realineamiento geopolítico”, dijo Theodore Kahn, analista principal en Bogotá de la consultora Control Risks.
“Pero hay una gran interrogante sobre cuánto puede o hará Maduro para crear una situación de seguridad en el lado venezolano de la frontera que sea favorable a las negociaciones que quiere Petro”, añadió Kahn.
Los empresarios de ambos lados del puente Tienditas están impacientes por su reapertura, conscientes de que el comercio bilateral alcanzó un máximo de 7 mil millones de dólares en 2008. El evento se producirá “en el corto plazo”, dijo Germán Umaña, nuevo ministro de Comercio de Colombia, en un reciente simposio en Cúcuta al que asistieron empresarios y funcionarios colombianos.
Colombia y Venezuela, que fueron por poco tiempo parte del mismo país tras su independencia de España, comparten estrechos vínculos culturales, históricos y comerciales. Pero las dos naciones se separaron bruscamente después de 1999, cuando Hugo Chávez lanzó su revolución socialista bolivariana en Caracas. Tres años después, Bogotá eligió a un presidente conservador que declaró una guerra total a las guerrillas marxistas con el apoyo de EU.
Cuando Maduro asumió el poder tras la muerte de Chávez en 2013, continuó con las políticas económicas dirigidas por el Estado como su mentor, al tiempo que tomaba medidas enérgicas contra la disidencia y acosaba a la oposición política. El colapso económico subsiguiente, agravado por las sanciones de EU a la vital industria petrolera, fue una de las peores depresiones provocadas por el hombre que se hayan registrado en tiempos de paz en cualquier parte del mundo.
En 2015, en respuesta al tiroteo de tres soldados venezolanos en los 2.219 kilómetros de frontera, a menudo anárquica, Maduro ordenó la deportación de más de 22 mil colombianos. Cuatro años más tarde, Cúcuta fue el escenario de un intento fallido, respaldado por Colombia y EU, de instalar como presidente al líder de la oposición venezolana Juan Guaidó.
Pero a pesar de las disputas entre los gobiernos, el comercio informal continuó, a menudo en las pistas clandestinas que permean la porosa frontera. La gasolina, el oro y los enseres domésticos circulan con libertad entre los dos países, a menudo con la aprobación tácita de los funcionarios.
La cocaína y su ingrediente base, la coca, también se trafican en la frontera, donde operan grupos armados violentos, incluidas algunas guerrillas colombianas.
Pero el comercio oficial, frenado por las sanciones y por la hiperinflación venezolana y la escasez generalizada, se ha debilitado. El año pasado, Colombia exportó solo 331 mdd en bienes a Venezuela.
Los grupos empresariales afirman que el comercio puede suponer mil 200 millones de dólares al año una vez que se vuelva a abrir la frontera, aunque otras estimaciones dicen que una cifra inicial de 600 mdd es más realista; sin embargo, para alcanzar estos números, es vital que el comercio pase de los contrabandistas a la economía legal, afirman los empresarios.
“Si podemos tener un marco institucional más fuerte, podríamos tener una relación económica más formal, estable, profunda y equilibrada”, dijo Carlos Fernández, presidente de la Federación Venezolana de Cámaras de Comercio, a Financial Times en el evento de Cúcuta.
Los avances pueden ser lentos. Petro ha rechazado las peticiones de los miembros de la administración de Maduro de línea más dura para extraditar a los líderes de la oposición venezolana exiliados en Colombia. Mientras los dos gobiernos planchan los detalles de su renovada relación, los cruces fronterizos no oficiales continúan.
En el lado colombiano del puente internacional Simón Bolívar, un caótico paso peatonal a 10 kilómetros al sur de Tienditas, los venezolanos cruzan la frontera bajo el abrasador sol del mediodía. Muchos lo hacen para comprar productos que no están disponibles en su país. Algunos planean no regresar y unirse al éxodo hacia Colombia.
“Las cosas no mejorarán mientras Maduro esté en el poder”, dijo Mayra, que prefirió no dar su apellido. “Ya no hay producción en Venezuela, por eso tenemos que buscar trabajo en otra parte”.
Mientras que los venezolanos como Mayra esperan sentados para que mejore la suerte de su país, los negocios del lado colombiano del puente anticipan un auge de clientes. “Solía estar tan concurrido para nosotros… teníamos clientes todo el día”, dijo Brandon Echeverry, quien trabaja en una panadería a unas cuantas cuadras de la frontera.
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