La fiesta de México está a todo lo que da. A medida que más fabricantes trasladan su producción de China al país, la economía crece y los salarios aumentan. Los parques industriales se están quedando sin espacio y el año pasado el peso fue una de las monedas más fuertes del mundo frente al dólar. El peso ahora ya subió 53 por ciento frente a la moneda estadounidense desde los mínimos de la época de la pandemia de 2020.
Los banqueros también están celebrando. La emisión de acciones mexicanas se triplicó el año pasado, las ventas de bonos corporativos fueron las más altas en ocho años y la participación de México en los ingresos de la banca de inversión de América Latina se disparó.
“Si tuvieras que elegir un país, esta podría ser la oportunidad número uno”, dijo Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan, en noviembre pasado.
En medio del jolgorio, México celebrará elecciones presidenciales al principio del próximo mes. El presidente Andrés Manuel López Obrador no puede volver a postularse, pero las encuestas apuntan a una victoria contundente para su sucesora elegida, Claudia Sheinbaum. Esta es una buena noticia, porque el candidato de Morena ofrece una atractiva combinación de continuidad con un toque de modernidad tecnocrática.
Sin embargo, a un forastero que llegue tarde a la fiesta de México le llamaría la atención algo más: los inversionistas hacen todo lo posible para no darse cuenta: cuatro grandes elefantes deambulan por la habitación.
El primero es el crimen organizado. Los asesinatos, la extorsión y el robo de carga se dispararon durante la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
La segunda área de preocupación es la de las finanzas públicas. Después de proclamar un compromiso inquebrantable con el ahorro durante sus primeros cinco años en el cargo, López Obrador de repente perdió sus inhibiciones en el año electoral y comenzó a gastar. El resultado es el déficit fiscal más alto de México desde 1988, y se proyecta que este año alcance 5.9 por ciento.
Esto no se sostiene: un economista señala que la inversión pública ya se redujo 23 por ciento este año. Con aproximadamente 2.5 por ciento del PIB, incluso si se redujera a la mitad el próximo año, no haría mucho hueco en el déficit. Un gasto social permanente mucho mayor y un creciente apoyo a la fuertemente endeudada Pemex son los principales culpables del agujero en las finanzas del Estado.
La tercera preocupación es el estado de las instituciones del país, que son atacadas por López Obrador como vestigios de un pasado “neoliberal” fallido. El cuarto problema potencial para los inversionistas es la política de Sheinbaum. La imagen cuidadosamente cultivada de la candidata como líder tecnocrática y pragmática se basa en su historial como jefa de gobierno de la Ciudad de México y en su formación como científica en materia del clima.
Sheinbaum comparte la convicción del presidente de que los tribunales de México están sesgados a favor de las élites conservadoras y está de acuerdo con su solución de utilizar las urnas para elegir a los jueces de la Suprema Corte de la Nación.
Por ahora, a muchos inversionistas les encanta la fiesta, pero es probable que la realidad en el exterior, cada vez más incómoda, les haga recuperar rápidamente la sobriedad.
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