No fueron las fuerzas económicas conocidas las que causaron los trastornos de los últimos años, sino el covid y la invasión a Ucrania. Esto nos recuerda que las energías más destructivas son la naturaleza indiferente y la humanidad malvada. En sus últimas Perspectivas de la Economía Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) hace hincapié en la “crisis del costo de la vida” y en la desaceleración económica de China; sin embargo, la respuesta política a la pandemia, la desequilibrada recuperación de esa enfermedad y la ofensiva de Vladímir Putin causaron la primera, mientras que la respuesta de Pekín al virus causó la segunda. Las enfermedades y las guerras sacudieron nuestro mundo.
Estas enormes sorpresas también nos recuerdan que es imposible pronosticar la economía. A menudo es más esclarecedor examinar cómo evolucionan los pronósticos. En este caso, se pueden resumir los cambios respecto a las previsiones anteriores de forma bastante sencilla: “Casi todo lo que podía salir mal, salió mal”. En la “jerga de los fondos”, los “riesgos de caídas” se materializaron.
¿Cuáles eran esos riesgos de caídas? En primer lugar, la inflación ha sido más fuerte y mucho más persistente de lo que se esperaba: como señala el informe del FMI: “Se espera que la inflación subyacente mundial, medida sin los precios de los alimentos y la energía, sea de 6.6 por ciento en el cuarto trimestre”. Como resultado, la política monetaria se endureció.
Segundo, el impacto económico de la invasión de Rusia a Ucrania ha sido mayor de lo que se temía incluso hace seis meses. Esto es más cierto para Europa después de las drásticas reducciones de las exportaciones de gas ruso.
Por último, el covid todavía puede causar estragos, al menos en los países cuyas políticas no han evolucionado de forma sensata, como China, y en África, donde las tasas de vacunación son preocupantemente bajas.
Un resultado de esta combinación de acontecimientos es que Estados Unidos experimentó al mismo tiempo un fuerte endurecimiento monetario, porque la inflación ha sido muy fuerte, y sin embargo están en mucha mejor forma económica que Europa o China. Esto, sumado a su habitual efecto de “refugio” en tiempos difíciles, provocó una fuerte apreciación del dólar. Esto es devastador para los solicitantes de préstamos con grandes pasivos con denominación en dólares. Es posible que no haya una crisis general de deuda, pero las crisis de deuda en los países vulnerables son seguras.
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El resultado de todo esto ha sido una nueva rebaja de los pronósticos. Ni la caída de la producción mundial ni per cápita están en las previsiones de referencia del FMI, pero se espera una contracción del producto interno bruto (PIB) real que dure al menos dos trimestres consecutivos en algún momento de 2022-2023 en las economías que representan más de un tercio del PIB mundial. Por consiguiente, las recientes perturbaciones van a infligir nuevas pérdidas en la producción global respecto a predicciones anteriores a 2020.
Los riesgos siguen siendo de caídas. Entre ellos se encuentran que empeore el impacto de la guerra, un resurgimiento del covid o de otra pandemia, una política monetaria demasiado fuerte, que provoque una profunda recesión, o una demasiado débil, que permita una inflación elevada; un enorme desplome inmobiliario en China; mayores divergencias políticas entre las economías de altos ingresos que provoquen más tensiones financieras; crisis de deuda en los países emergentes y en desarrollo, y una nueva ruptura de la cooperación entre las naciones que son potencias. Esto último fragmentará aún más la economía y hará imposible cualquier enfoque conjunto de una amplia gama de retos globales, desde la deuda hasta el clima.
La invasión rusa está fuera del alcance de la política normal. Se probó imponer sanciones, pero no cambiaron su rumbo, al menos en el corto plazo. La política de China contra el covid está en la misma posición. Es de suponer que se cambiará en algún momento.
Entonces, ¿qué se puede y debe hacer? Primero, derrotar a la inflación. Como señala el FMI: “Ceder a las presiones para desacelerar el ritmo de endurecimiento solo socavará la credibilidad, permitirá que las expectativas de inflación aumenten y hará necesarias acciones políticas más agresivas y dolorosas más adelante. Al dar marcha atrás, los responsables de la política monetaria solo aportarán el dolor del endurecimiento, sin ninguna ganancia”. Las expectativas se mantienen ancladas porque la gente confía en que los bancos centrales hagan lo que se supone que deben hacer.
Segundo, coordinar la política fiscal y monetaria. Esto es compatible con la independencia de los bancos centrales. No tiene sentido que estos dos aspectos estén enfrentados entre sí.
Tercero, proteger a los más vulnerables. La crisis del “costo de la vida” es el peor momento posible para recortar el gasto en los más débiles. El FMI se opone a los topes de los precios de la energía. No estoy de acuerdo, pero deben tener como objetivo recortar los movimientos extremos de precios y que se puedan soportar fiscalmente.
Cuarto, hay que desarrollar un mejor marco para manejar las crisis de la deuda. En este sentido, es importante una estrecha cooperación entre China y Occidente.
Quinto, hay que reconocer que la administración de la economía mundial va a requerir de cooperación. Un ejemplo obvio es la ofensiva de Putin.
Por último, está el más importante: el clima. El FMI ofrece un análisis alentador de este desafío, señalando que los costos de una acción inmediata y decisiva para reducir las emisiones son pequeños, sobre todo si se comparan con los beneficios; sin embargo, ya es tarde. Lo que hagamos (o lo que no hagamos) en materia de emisiones en la próxima década puede determinar el futuro del planeta.
No debemos dejar que lo urgente impida actuar sobre lo importante. Tampoco que nuestras diferencias nos impidan ponernos de acuerdo sobre lo que debemos hacer. En la crisis ambiental, las fuerzas naturales se combinan con la insensatez humana. Es una alianza formidable. Debemos ponerle fin.