Tiempos desesperados exigen medidas desesperadas. Reino Unido apoya con razón la causa de Ucrania en su conflicto con la Rusia de Vladímir Putin. El incremento en el gas de hoy es un arma en la lucha tan importante como los misiles dirigidos a Kiev y, como ellos, matarán. Será un crimen y una locura dejar que los costos internos de la invasión recaigan de forma desproporciona sobre los más desfavorecidos. La solidaridad para compartir estas cargas es obligatoria. También lo es la voluntad de desprenderse de los dogmas. En tiempos de guerra, los mercados no son sacrosantos. Los controles de precios, incluso el racionamiento, deben estar sobre la mesa.
El precio del gas natural es casi cinco veces superior al de hace un año. El resultado es una crisis de distribución, un choque de términos comerciales (ya que Reino Unido es un gran importador neto de este combustible), una conmoción en general, con una inflación que alcanzará 20 por ciento, y una crisis de contracción del producto interno bruto.
La crisis de distribución es la más importante. De acuerdo con ING, incluso con las medidas ya adoptadas por el gobierno, el costo de la energía puede pasar del 12 por ciento del ingreso disponible de los hogares en 2021 a 41 por ciento entre octubre de 2022 y septiembre de 2023. Incluso en el sexto decil puede pasar de 4 a 14 por ciento del ingreso disponible. Esto supondrá un enorme (y muy desigual) recorte de los ingresos reales de los ciudadanos. De acuerdo con la Resolution Foundation, Reino Unido experimentará el mayor descenso en dos años de la mediana del ingreso real disponible de los no jubilados después de los costos de la vivienda en 100 años.
Es evidente que las pérdidas para los hogares menos favorecidos a esta escala será moral y políticamente insoportables. También lo serán los costos para las compañías y las probables reducciones del gasto y del producto interno bruto. Hay que hacer algo y tiene que ser enorme, al tener en cuenta la escala de la crisis actual. Entonces, ¿qué se debe hacer?
Existe un paquete estándar aprobado por los profesionales. Se trata, como ha repetido el personal del Fondo Monetario Internacional (FMI), de permitir que las señales de precios operen de forma libre y se dirijan a los más vulnerables. Este enfoque es, sin duda, mejor que los recortes fiscales regresivos que se discutieron en la contienda por el liderazgo de los conservadores. Pero esta es una de esas situaciones en las que una diferencia en el grado también lo es en el tipo. Una cosa es un incremento de precios que puede manejar la mayoría de la población. Un alza que impone costos tan grandes a casi todo el mundo, mientras que da enormes ganancias inesperadas a unos cuantos productores, es algo muy distinto.
Estos aumentos de precios son innecesarios e insostenibles. También es difícil orientar la asistencia, sin crear un abismo entre los que reciben ayuda y los que no. Además, es muy difícil encaminar la protección de manera que se tengan en cuenta las diferencias en las circunstancias de los hogares. Nada de esto debe importar tanto si las alzas de precios fueran menores, pero estos son demasiado grandes. El país no puede permitir que muchos millones de personas se queden sin la energía que necesitan, en especial en invierno.
Torsten Bell argumentó en Financial Times que se debe poner un tope a los precios de la energía por debajo de las tarifas actuales del mercado. Estoy de acuerdo. Tenemos que hacerlo, y dirigir la ayuda a los más vulnerables, ya que sin duda es sensato permitir un incremento significativo, aunque limitado, de los precios.
Reino Unido tiene la ventaja sustancial de que no depende en gran medida de las fuentes extranjeras de gas. Por el contrario, casi la mitad del suministro total procede de la plataforma continental británica. Además, solo 44 por ciento de la electricidad se genera con gas, y otro 43 por ciento es de fuentes de “carbono cero” (nuclear y renovables).
Aunque el gas importado es relevante, no hay razón para que sea tan poderoso para controlar la energía. Como medida de emergencia, el gobierno debe imponer controles de precios a los productores nacionales de gas y a los generadores de electricidad nuclear y renovable. Estos deben ser más altos que los de antes de la invasión rusa, pero no a los “niveles de Putin” de la actualidad. El gobierno también debe subsidiar las importaciones de gas a estos niveles controlados.
El gobierno también tendrá que financiar los subsidios previstos y la ayuda específica a los más vulnerables. Una vez más, como en tiempos de guerra, esto debe hacerse mediante préstamos adicionales e impuestos a los más ricos, justificados como un “gravamen de solidaridad” especial y temporal. Esto no será del agrado de muchos miembros del Partido Conservador; sin embargo, el nuevo primer ministro debe recordar que este electorado no debe ser nunca más su preocupación; la nación en su conjunto, sí.
Esto es la guerra. El gobierno debe actuar. No basta con hacer retoques. Hay que ir a lo grande. Hay que ser audaces.
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