Tras dos años de pandemia, gran parte de Europa contiene la respiración, esperando que ómicron sea menos virulenta que las variantes anteriores del coronavirus, de modo que incluso las cifras récord de infecciones no alcancen las tasas de mortalidad y enfermedad de las olas anteriores. En Estados Unidos, también, ómicron se propaga como un incendio sin control. Los líderes parecen no estar seguros sobre qué restricciones tienen que imponer, y se esfuerzan para poner en marcha todo tipo de cosas, desde suficiente capacidad de pruebas hasta medidas de apoyo para una renovada disrupción económica.
Evidentemente, ni controlamos la pandemia ni aprendimos a optimizar nuestras respuestas políticas, a pesar de dos años de experiencia. No hay excusa para esto. Ómicron, al igual que cualquier variante particular, llegó sin anunciarse. Pero la llegada de variantes es un resultado previsible —y se predijo— de que las infecciones sigan propagándose, algo que el mundo no logró evitar.
“Cero-covid” no ha funcionado, porque no se probó en suficientes países. Los pocos gobiernos con una estrategia de represión inflexible han conseguido en gran medida mantener los casos en un nivel mínimo envidiable. No han sufrido ni mayores dificultades económicas ni, con el tiempo, desviaciones más onerosas del comportamiento normal, que los países que permiten tasas de transmisión más altas.
Al contrario: tomar medidas más duras ante las primeras señales de contagio comunitario permite suavizar las cosas antes y disfrutar de una actividad económica normal durante más tiempo. Corea del Sur y Nueva Zelanda, por ejemplo, aplicaron con el tiempo restricciones más ligeras que Reino Unido y algunas partes de EU, e incluso que Suecia, durante gran parte de la pandemia. El mayor costo de las estrategias de cero-covid —duros límites a los viajes transfronterizos— solo son necesarios porque los países asociados han sido más tolerantes al contagio. Es posible que la falta de compromiso mundial haya hecho insostenible la estrategia de cero-covid, aunque eso no es una justificación para quienes la socavan de manera activa.
La prioridad ahora es manejar la realidad de que el covid-19 está aquí para quedarse. Teniendo en cuenta que ómicron tomó desprevenidos a los líderes, las consecuencias de una mutación que es tanto más contagiosa como más virulenta apenas merecen pensar en ello. Pero el riesgo de otra variante, que puede ser más letal, es incontrovertible. Los científicos llevan mucho tiempo diciéndonos que esperemos un contagio zoonótico regular. No imaginar lo que eso significa ya no es perdonable. Por tanto, es imperativo un nuevo orden de preparación. Si es probable que las olas de variantes de coronavirus, o de nuevos patógenos, nos golpeen de forma regular, necesitamos un sistema de respuestas de emergencia arraigado en la ley y en la práctica. Todo el mundo tiene que saber que pueden activarse con poca anticipación. En el mejor de los casos, nuestro futuro es uno en el que la “normalidad” puede pasar a ser un régimen de crisis tan solo al apretar el interruptor, cuando el contagio se intensifica.
- Te recomendamos El mundo recibe al 2022 con filas para realizarse pruebas de covid-19 Internacional
Las respuestas de emergencia previamente planeadas especificarán tres cosas. En primer lugar, un conjunto de reglas de comportamiento, como el uso obligatorio de mascarillas, distanciamiento social, trabajo a distancia y las pruebas. En segundo lugar, un conjunto de frenos a las actividades más propicias al contagio —la hotelería y el entretenimiento en vivo—, diferenciados según la probable inmunidad de los participantes. En tercer lugar, un apoyo económico previsible para las actividades afectadas por estas medidas de emergencia, incluidas licencias sin derecho a remuneración y subsidios. Debemos inspirarnos en otros tipos de respuestas de emergencia planeadas con anticipación: simulacros de incendio y seguridad, juegos de guerra militares, manuales de tácticas de la policía para operaciones antiterroristas. Una analogía más siniestra son los consejos de evacuación que históricamente se daban al público para los bombardeos y los ataques nucleares.
Las ventajas de los planes anticipados para los brotes pandémicos son tres. En primer lugar, los daños económicos se reducen al mínimo si las empresas saben qué restricciones y planes de apoyo pueden esperar en caso de que se desate una emergencia pandémica, y pueden organizar su modelo de negocio (y de seguros) en torno a esa eventualidad.
En segundo lugar, la planeación facilita la toma de decisiones por parte del gobierno. Un conjunto de medidas listo para ser “activado” en una crisis es mejor que reinventar la rueda cada vez, y es más probable que se eviten los errores de una toma de decisiones apresurada. Incluso cabe esperar que la existencia de un régimen de emergencia haga que las mentes se centren en aumentar las tiendas de equipos y la capacidad de pruebas, rastreo y vacunación antes de tiempo, en lugar de hacerlo a posteriori.
En tercer lugar, las dos ventajas anteriores reducirán el costo político de actuar con anticipación. La dilación ha sido uno de nuestros enemigos más mortales. Lo que demuestran los ejemplos anteriores es que se necesitan restricciones más severas para controlar una tasa más alta de contagio. Dicho de otro modo, limitamos las interacciones sociales para que el “número R” sea inferior a uno, pero R debe mantenerse por debajo de uno durante más tiempo si se ha permitido que el índice de casos aumente demasiado de antemano.
No entender esto es el pecado original de los políticos que se resisten a las restricciones en aras de la libertad o el crecimiento económico. A ambos les va mejor con la imposición ocasional de un régimen de emergencia predecible durante unas semanas que con nuestro actual desorden político. En las guerras y las pandemias, como dijo el ex secretario del Tesoro de EU Tim Geithner sobre las crisis financieras: “Un plan es mejor que ningún plan”. Por supuesto, los detalles deben actualizarse con frecuencia con los últimos conocimientos, por ejemplo, sobre qué restricciones limitan mejor la interacción contagiosa.
Planear para una pandemia permanente, en lugar de fingir que no existe, es lo que realmente significa aprender a vivir con el virus.
- Te recomendamos "Los fastidiaré hasta el final", Macron insiste en la importancia de la vacunación en Francia Europa