Discrepan élites empresarial y política de EU sobre China

La vigilancia sobre Pekín, lo más cercano a un acuerdo bipartidista, pues demócratas y republicanos revisan avances en inteligencia artificial y misiles

El gigante asiático tiene el atractivo inmediato de un vasto mercado. Aly Song/Reuters
Janan Ganesh
Londres /

Las noticias de negocios se han convertido en un portal al pasado reciente. Los investigadores de BlackRock les dicen a los inversionistas que tripliquen su exposición a China. Goldman Sachs está autorizado para tomar el control de su negocio de valores allí. Apple, al menos por ahora, priva una aplicación del Corán a los usuarios chinos, luego de que los funcionarios expresaron sus dudas.

“Tres es una columna”, dice la regla. Pero no es un deber detenerse ahí. La Cámara de Comercio de Estados Unidos en Shanghái da más confianza entre sus miembros que en cualquier otro momento desde que comenzó la disputa comercial. En cuanto al golpe de Goldman, JPMorgan Chase ya lo había superado en el hito de la propiedad total en China.

Nadie en Washington en, digamos, 2018 hubiera apostado por mucho de lo anterior. En su libro, los reporteros Bob Davis y Lingling Wei registran las crudas reuniones entre empresas estadunidenses y los líderes chinos en los primeros años de la administración de Donald Trump. Nuestro presidente no es una aberración, dijeron las estrellas del nivel directivo, sino la voz de un país bastante agraviado. Algunos trabajaron con él para presionar a Pekín por concesiones. Los negocios, que alguna vez fueron los amigos de China en Washington, los que tranquilizaban las cosas con las hostiles Casas Blancas, se habían enfriado.

Por lo que ha sucedido desde entonces, circulan dos teorías. Una es que China respondió a las quejas sobre el acceso al mercado y mucho más. La representante comercial de EU, Katherine Tai, lo niega. La otra teoría insiste en la ingenuidad interminable de los negocios. Daño a la reputación, capricho gubernamental: los riesgos del comercio en China palidecen al lado del atractivo inmediato de un vasto mercado.

Cualquiera que sea la causa, el resultado es inconfundible. Las élites públicas y privadas de EU ya no son como una respecto a China, si es que alguna vez lo fueron. En Washington, la vigilancia a Pekín es lo más cercano a una verdad bipartidista. Los demócratas, no menos que los republicanos, se preocupan por los avances chinos en inteligencia artificial y misiles hipersónicos. Los sucesivos gobiernos han tratado de tejer una red de amigos asiáticos y en la región de Australasia a modo de contrapeso. Los aranceles de Trump siguen en gran medida vigentes.

Sin embargo, en Wall Street y más allá los imperativos comerciales se reafirman. No hay una contradicción absoluta aquí: no es como si el gobierno prohibiera o desalentara todos los negocios con China. Tampoco falta la lógica. Si las empresas estadunidenses no aprovechan las aperturas, las de Europa o de otros lugares lo harán, pero consideremos la bifurcación mental que requieren aquellos que juntos dirigen EU. “Reducir el poder y el orden chinos” es como Rush Doshi, un académico convertido en funcionario de la administración, describió la misión nacional. Al mismo tiempo, EU está ayudando a su rival a aprovechar sus ahorros y hacer evolucionar sus mercados de capitales.

Los sectores de tecnología de las dos naciones están muy distantes, pero la suposición de la era Trump de que las heladas se propagan, parece precipitada ahora. El “desacoplamiento”, el sueño de algunos en esa Casa Blanca, si no del propio Trump, se desvaneció tanto de la palabra como del pensamiento. Cuando el secretario de Comercio de EU dice que “no tiene sentido” contemplarlo ahora, es tanto una reverencia a la realidad como un saludo al progreso.

Si en lo que se convierte es menos una guerra fría que una tibia, con el contacto que se mantiene a través de la economía, tanto mejor, pero EU no ha tenido que lidiar con tales ambigüedades antes. Hay algo de la Europa de principios del siglo XX en EU y China: la misma integración económica y frialdad política, el mismo sentido de países a la vez entrelazados y no. No hay razón para que las contradicciones se deshagan con una fuerza similar, pero tampoco pueden negarse o pasarse por alto. La marca de las sociedades libres es que la élite no es un monolito, trabajando duro en un proyecto nacional compartido. El temor es que también es su fragilidad.


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