Tal vez JPMorgan Chase es demasiado rico y poderoso como para preocuparse. Sin duda lo atraparon desprevenido. Se puede presumir que los ejecutivos en Europa no advirtieron a los jefes en Nueva York que el multimillonario plan de cambiar el rostro del futbol europeo, para el beneficio de los dueños de alrededor de una docena de clubes superricos, corría el riesgo de iniciar una tormenta política.
Como patrocinador financiero de la Superliga Europea, el banco estadunidense ahora podría sentir un poco de consuelo por el hecho de que la idea se desplomó tan rápidamente bajo el peso de las protestas. No es frecuente que Boris Johnson, el primer ministro de Reino Unido, y Emmanuel Macron, el presidente francés, estén de acuerdo en algo, pero las opiniones de Downing Street y el Elíseo eran las mismas.
Aquí había un grupo de globalistas de Wall Street que buscaban reorganizar el juego más popular de Europa sin la más mínima consideración por las opiniones o intereses de sus directores técnicos, jugadores y aficionados. Al menos JPMorgan Chase ahora se puede preparar para limitar el daño a la reputación.
Pero hay que preguntarse qué estaba pensando el banco cuando acordó suscribir la nueva competencia por una suma de 3 mil 250 millones de euros, y con la promesa a cada uno de los miembros de un pago inicial de entre 200 y 300 millones de euros. Ya se habían inscrito doce clubes.
Al parecer, nadie en JPMorgan Chase había leído la carta a los accionistas escrita por su presidente y director ejecutivo Jamie Dimon en el último informe anual del banco. Que se publicó apenas este mes, en ella se mostraban los esfuerzos bien publicitados de Dimon para posicionar al banco como líder en el nuevo mundo feliz del capitalismo socialmente responsable y sustentable.
Hizo especial hincapié en cómo se alinean los valores del banco con los de las “comunidades” en las que opera en todo el mundo: “Como saben, desde hace mucho tiempo hemos defendido el papel esencial de la banca en una comunidad: su potencial para unir a las personas, para permitir que las empresas y las personas alcancen sus sueños”.
Que le digan eso a los jugadores y aficionados de instituciones tan sagradas como el Manchester United y el Liverpool, y a las comunidades en las que crecieron estos grandes equipos. El plan para suplantar la actual Champions League con una competencia “cerrada” entre los clubes más ricos de Europa prometía romper las tradiciones del juego, destruir su espíritu competitivo y burlarse de los pueblos y ciudades en los que están arraigados los equipos.
Él dice...“La nueva liga se diseñó con un solo propósito: Extraer para los propietarios adinerados una porción aún mayor de los ingresos de los derechos de transmisión”
Olvídense de las “comunidades”. Aquí había un arreglo que ilustraba perfectamente todo lo que está mal con la globalización del “todo se vale”. La nueva liga se diseñó con un solo propósito: extraer para los propietarios adinerados una porción aún mayor de los ingresos de los derechos de transmisión y garantizar que sus rendimientos fueran estables al eliminar el riesgo de que cualquier club se quede fuera de la competencia.
La otra cara era que habría extinguido el impulso competitivo del juego. Esto es lo que hace que el futbol sea emocionante: torneos abiertos que recompensan el éxito en la cancha con la oportunidad de llegar a la cima y, en el camino, derrotar a los poderosos cuando su rendimiento se desvanece. En el nuevo esquema de cosas, los aficionados locales —una vez más esas “comunidades”— quedarían relegados a un segundo lugar detrás de los lucrativos suscriptores digitales a miles de kilómetros de distancia. Se podría haber llamado a los aficionados “los abandonados”.
La pandemia, que hizo estragos en las finanzas de muchos deportes, desempeñó su papel. Y cuatro de los 12 clubes que se habían inscrito tienen propietarios estadunidenses. Quizás asumieron que un sistema cerrado que parece funcionar para el beisbol y el futbol americano podría trasplantarse al otro lado del Atlántico. Pero ese es uno de los conceptos de la globalización. Deberías poder vender lo mismo en todas partes.
Todavía escucho a personas que se declaran perplejas por el ascenso del populismo. Realmente no hay ningún misterio. Las insurrecciones contra las élites se basan en la percepción —a menudo justa— de que el sistema estaba manipulado. Los ricos se embolsaron las ganancias de la globalización y el avance tecnológico, mientras que los que se encontraban más abajo en la escala se vieron obligados a asumir las inseguridades económicas. El capitalismo desenfrenado pisoteó la tradición y despreció los intereses de las comunidades locales.
Los propietarios de clubes de futbol de la Superliga propusieron aplicar esta fórmula al futbol europeo. En la descripción de Aleksander Ceferin, presidente del organismo rector de ese deporte en Europa, la UEFA, el plan era crear “una tienda cerrada manejada por unos pocos codiciosos y selectos”. Casi todos los que tienen un papel o tienen un interés pasajero en lo que se llama el juego bonito estaban de acuerdo con él. A Dimon ahora le gustaría preguntarse cómo JPMorgan Chase se encontró en el lado equivocado de este argumento.
srgs