El futuro es asiático, afirma el respetado analista Parag Khanna, pero hay que desenmarañar esta creencia generalizada. De manera geográfica, Asia no es más continente que Europa, ni siquiera es una idea asiática: la inventaron los europeos. Los asiáticos no se concebían a sí mismos como parte de una única entidad continental. La región es demasiado vasta y diversa para que eso fuera posible.
Todavía lo es. Lo que está ocurriendo es más bien un reequilibrio global, a medida que el dominio sobre la humanidad de Europa y su progenie colonial, históricamente breve pero que ha cambiado el mundo, se reduce. Un mundo multipolar y desordenado lo sustituirá. ¿Representará “Asia” una gran parte de esto? Sin duda. China e India serán protagonistas, pero la región es más un escenario que un actor.
Veamos el mundo: Europa y Asia son un continente. Por razones históricas y culturales también tiene sentido incluir el norte de África en Asia, en lugar de África. Entonces, se trata de Eurasia, el continente de las civilizaciones humanas más longevas. Históricamente, este supercontinente albergó la población confuciana al este, la hindú al sur, la islámica en el cercano oeste y la cristiandad en el lejano oeste. Al norte estaban los nómadas esteparios. Las interacciones entre estos vecinos eran profundas, pero Eurasia era demasiado vasta para ser, o que se le concibiera, como una unidad.
Al parecer, los griegos inventaron la idea de dividir este único continente en dos. El nombre aparece por primera vez en Heródoto, alrededor del año 440 antes de Cristo. En aquella época, nadie sabía con exactitud la extensión de lo que él llamaba Asia.
El historiador británico John Hale argumenta que el nombre “Europa” también sustituyó a “Cristiandad” durante el Renacimiento. Con Europa imaginada como un continente aparte, Asia era el nombre de las vastas y diversas zonas ubicadas al este, pero apenas en los últimos siglos los cambios económicos, tecnológicos y militares dieron el dominio a Europa y sus ramificaciones. La distinción entre Europa y Asia se hizo real en términos de conquistas militares y extraordinarias diferencias de riqueza.
El fallecido Angus Maddison afirmaba que, en 1820, el producto interno bruto real per cápita de Europa occidental era poco más del doble que el de Asia oriental. Para 1950, la proporción se había disparado a 6.5 veces. Pero, en 2018, había caído solo 2.4 veces, casi en dónde se encontraba hace dos siglos.
En 1820, Asia generaba 61 por ciento de la producción mundial, mientras que Europa occidental solo 25 por ciento. Para 1950, la participación asiática se desplomó a 20 por ciento, mientras que la de Europa occidental alcanzó 26 por ciento; sin embargo, en 2018 la participación de Europa occidental cayó a 15 por ciento, mientras que la de Asia se recuperó hasta 48 por ciento.
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Eurasia se volvió a equilibrar bastante. ¿Y su peso en el mundo? En los dos últimos siglos cayó, al aumentar la producción en América y la población en ese continente y en el África subsahariana, pero Eurasia se mantiene como el corazón de la humanidad. La proporción de la población de dicha región en el total mundial todavía era de 72 por ciento en 2018, aunque inferior al 91 por ciento de 1820. Del mismo modo, su participación en la producción mundial era de 70 por ciento, por debajo del 92 por ciento de 1820.
La gran historia es la de la recuperación de lo que llamamos Asia, de su declive económico relativo en el siglo XIX y principios del XX. En este proceso, Eurasia se volvió a equilibrar y, como es natural, también lo hizo el mundo en su conjunto. Esta “gran convergencia” tampoco se debe a una cultura exclusivamente “asiática”. Las diferentes culturas de la región, y en especial del lado oriental y meridional, abrazaron lo que uno considera nociones europeas: mercados competitivos, libre empresa, comercio liberal, educación y el objetivo del crecimiento económico.
Los paquetes concretos varían. Dependen de la historia y la cultura política de cada sociedad. China e India son diferentes entre sí, pero muchas de estas sociedades comparten el deseo de una vida más próspera; sin embargo, este deseo no es exclusivo de Asia. Es universal. Lo que no lo es tanto, por desgracia, es la capacidad de organizar las sociedades de manera que sea posible conseguirlo. No cabe duda de que, en las últimas décadas, las sociedades asiáticas han sido exitosas en este sentido.
No sorprende en absoluto que esta forma de recuperar terreno por parte de un número tan vasto de personas genere enormes oportunidades para el comercio entre ellas, como lo señala el McKinsey Global Institute. La creación de la Asociación Económica Integral Regional sugiere que esto puede desarrollarse más rápido, aunque también subraya la casi inevitable centralidad de China en cualquier proceso de integración de este tipo.
Entonces, ¿qué podemos decir sobre este reequilibrio de Eurasia y, por lo tanto, del mundo? Lo más importante es que es natural. El extraordinario poder del que disfrutaron los europeos y Estados Unidos, su potente progenie, se está desvaneciendo. No es una sorpresa que lo que llamamos Asia, cerca de la mitad de la población humana y hogar de algunas de las civilizaciones históricas del mundo, esté liderando el cambio. A menos de que haya catástrofes, es probable que esta tendencia continúe. El centro de gravedad de la economía mundial se desplaza hacia el este. La región tendrá entonces una enorme importancia económica y política, pero también tendrá sus propias rivalidades y dificultades internas. No habrá una “voluntad” asiática colectiva, salvo que las sociedades sigan sus propios caminos.
Mientras, Occidente necesita meterse en la cabeza colectiva dos pensamientos opuestos. En primer lugar, debe lidiar con el mundo tal como es. En segundo lugar, debe defender lo mejor de sus valores, en especial la democracia y la libertad individual, independientemente de lo que piensen los demás a escala mundial. ¿Quién, después de todo, suponía que la vida podía ser más fácil?