La semana pasada cité un discurso reciente del asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, en el que se preguntaba: “¿Cómo encaja el comercio en nuestra política económica internacional y qué problemas trata de resolver?” Como voy a argumentar aquí, debemos empezar por tratar de resolver el problema de la concentración y la competencia.
Dejando a un lado la cuestión de si Pekín invade Taiwán (una cuestión enorme, por supuesto), muchas de las preocupaciones actuales de EU y Europa con China tienen que ver con la forma en que el sistema manejado por el Estado que tiene el país fomenta la concentración económica, y el hecho de que esta concentración se despliegue luego de forma mercantilista.
Durante años, China ha sido capaz de inundar los mercados mundiales con todo tipo de productos, desde acero barato al tipo PPE de bajo precio, pasando por productos de gama alta, gracias a su capacidad para reducir de manera artificial los salarios, así como para ignorar las preocupaciones ambientales y (con demasiada frecuencia) las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Gracias a sus singulares economías de escala, China está en camino de convertirse en el mayor exportador de vehículos eléctricos del mundo, lo que de forma inevitable provocará una avalancha de nuevas disputas comerciales.
China también tiene poder de monopolio en muchas cadenas de suministro cruciales, entre ellas los insumos farmacéuticos y los minerales de tierras raras. De acuerdo con una revisión de la Comisión de Economía y Seguridad China-Estados Unidos del año pasado, 41.6 por ciento de las importaciones estadunidenses de penicilina procedían del país, que también tiene dentro de sus fronteras 76 por ciento de la capacidad global de fabricación de celdas de baterías, 73.6 por ciento de los imanes permanentes (un componente crítico de los vehículos eléctricos) y, de 2017 a 2020, suministró 78 por ciento de las importaciones estadunidenses de compuestos de tierras raras. EU tiene su propio suministro de ciertos minerales pero, gracias a los subsidios chinos, algunas empresas nacionales estadunidenses detuvieron la producción.
Este tipo de poder monopolístico representa una amenaza tanto para la seguridad como para la competitividad. China ha hecho numerosas declaraciones claras sobre su deseo de reservar algunas cadenas de suministro mundiales cruciales, al tiempo que reduce su dependencia del exterior en otras. Ningún país quiere preocuparse por la interrupción del suministro de medicamentos o materias primas cruciales.
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Seamos claros, Pekín no llegó y se “robó” la producción, las inversiones y los puestos de trabajo de otros países. En su lugar, el gobierno central y los gobiernos locales chinos se limitaron a desplegar subsidios durante décadas, a ofrecer terrenos a precios reducidos y a otorgar importantes exenciones fiscales a los productores con el fin de atraer la localización dentro de China. Naturalmente, las compañías occidentales siguieron el ejemplo, dado que el capitalismo de accionistas exige a los líderes empresariales que persigan el precio más alto de las acciones y los costos más bajos para el consumidor (y, sobre todo, no toma en cuenta las externalidades negativas resultantes en materia laboral, climática o de seguridad).
Pero el poder del monopolio no es en absoluto un problema exclusivo de China, ni tampoco lo es solo internacional. La desregulación y el debilitamiento de la aplicación de las leyes antimonopolio en EU desde la década de 1980 llevaron a una concentración corporativa extrema. Walmart vende más de la mitad de todos los comestibles en algunas zonas del país, Amazon domina el comercio electrónico, un puñado de empresas controlan el suministro de alimentos, un solo ferrocarril (BNSF) transporta 47 por ciento de todo el grano.
Los gigantes actuales se hacen cada vez más grandes y poderosos. JP Morgan adquiere otro banco en quiebra. La inflación de alimentos va en aumento. La aseguradora Allianz calcula que alrededor de 10 por ciento del incremento en Europa refleja la búsqueda de mayores utilidades. Esto es posible gracias a que partes clave de la cadena de suministro de alimentos están dominadas por un puñado de participantes.
El mercantilismo chino, la manipulación de precios de las empresas europeas y estadunidenses, las grandes compañías de tecnología de EU y los bancos demasiado grandes para quebrar son en realidad partes dispares de un mismo problema, demasiada concentración de poder en un solo lugar. Esto conduce a la fragilidad del mercado, menos innovación (que suele venir de compañías más pequeñas y de más, en lugar de menos, competencia), las preocupaciones de seguridad y la actitud defensiva por parte de los Estados que temen que se les puedan cortar de suministros cruciales.
China, por supuesto, ha sido objeto de prohibiciones de exportación por parte de Estados Unidos y es comprensible que se preocupe por eso. Si bien es legítimo que cualquier país limite la exportación de tecnología que puede utilizar con fines de defensa por un adversario, también es cierto que separar las tecnologías de doble uso es un asunto delicado. La desvinculación total entre Occidente y China es algo que nadie desea. Entonces, ¿cómo cuadrar el círculo?
Empiezo a pensar que debemos instituir un nuevo principio de mercado que Barry Lynn, director del Open Markets Institute, un grupo de reflexión antimonopolio de Washington DC, denomina “regla de cuatro”. En ámbitos cruciales, como los alimentos, los combustibles, la electrónica de consumo, los minerales críticos, los productos farmacéuticos, etcétera, ningún país o compañía individual debe tener más de 25 por ciento del mercado. Es más, los países deben aplicar esta regla tanto a escala local como mundial.
Esta será una forma en que las naciones apoyen el libre comercio, al tiempo que pudieran construir cadenas de suministro resilientes y redundantes. Amortiguará la carrera mundial hacia el fondo, en la que el capital barato fluye siempre hacia los lugares con la mano de obra más barata y las normas ambientales menos estrictas. Por supuesto, exigirá una reforma total de la OMC, pero eso no será malo, ya que muchos países consideran que de todos modos no funciona.
No es una solución perfecta, pero es una forma de empezar a desviar la atención de las guerras comerciales, las guerras frías y las guerras de clases hacia el principal culpable de todas esas cosas: demasiado poder en muy pocas manos.