Millones de inversionistas con criptoactivos se tambalean. Después de seis meses brutales en los que se ha perdido más de un billón de dólares de valor, algunos de los perdedores son grandes nombres, como Vitalik Buterin, creador de Ethereum, y Mike Novogratz, la lumbrera de los fondos de cobertura que respaldó la moneda digital Luna, que ahora colapsó. Otros son más pequeños. Pero uno de los más interesantes es el gobierno de El Salvador.
Hace aproximadamente un año, Nayib Bukele, el presidente populista del país, anunció sus planes de convertirse en la primera nación en adoptar el bitcóin como moneda de curso legal, junto con el dólar estadunidense. Funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) y banqueros centrales de Occidente describieron la idea como algo que solo podía adoptar un presidente con conocimientos económicos poco sólidos. Bukele no ayudó a su causa cuando tuiteó: “El #bitcóin tiene una capitalización de mercado de 680 mil millones de dólares. Si el 1 por ciento se invierte en El Salvador, eso aumentará nuestro PIB en 25 por ciento”, lo que parecía malinterpretar cómo funcionan el bitcóin y el PIB.
De forma desafiante, Bukele compró un montón de bitcoines (gastando más de 100 mdd hasta ahora, de acuerdo con mi colega Robin Wigglesworth) y pidió a sus ciudadanos que descargaran monederos digitales, algo que hizo más de la mitad de la población de 6.5 millones de personas. Sin embargo, desde entonces ese almacén cripto ya perdió alrededor de un tercio de su valor, con lo que en el papel se crearon pérdidas de 40 millones de dólares para el país. Este es un golpe doloroso para una nación que ya se encuentra en una situación fiscal precaria.
¿El Salvador está listo para renunciar a su adopción de las criptomonedas? La semana pasada conversé con Suecy Callejas, ex bailarina y abogada que fue ministra de Cultura y ahora es presidenta del Congreso nacional. Su mensaje fue un desafiante “No”.
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Callejas me dijo que el bitcóin se ve diferente desde el punto de vista de un político de un mercado emergente, opuesto a la de los críticos occidentales, o de los economistas tradicionales. En estos tiempos geopolíticos agitados, vale la pena tomar nota de sus puntos, incluso si no se está de acuerdo.
Su primer punto se refiere a la pobreza. En este momento, alrededor de 70 por ciento de la población de El Salvador no tiene acceso al sistema bancario, pero más de la mitad tiene teléfonos móviles, aunque con un servicio de internet irregular. Así que ofrecer a la gente monederos digitales puede “promover la inclusión financiera”, o eso es lo que argumenta el gobierno.
La segunda cuestión, según Callejas, es que la economía de El Salvador depende de las remesas de los trabajadores en el extranjero, que equivalen a una cuarta parte de todo el producto interno bruto del país. En la actualidad, “la gente pierde casi 20 por ciento” de ese dinero por las elevadas comisiones de transferencia que cobran compañías como MoneyGram y Western Union. El uso de monederos digitales para las transferencias es mucho más barato.
Además, los ciudadanos han visto tanta volatilidad que se sienten menos sorprendidos por las oscilaciones monetarias. “Sabemos que el dinero siempre fluctúa”, dijo. “Ahora el bitcóin pierde 25 por ciento de su valor, pero dentro de unas semanas tal vez se recupere”.
Por último está la cuestión de la geopolítica. El Salvador odia ser vulnerable a los caprichos de las políticas de Washington. Y no solo porque el país, como muchos otros mercados emergentes, sufre cuando oscilan las tasas de interés en dólares.
La ola de sanciones occidentales contra Rusia alimenta el temor de que Estados Unidos utilice cada vez más el dólar como un arma política. “Somos un país pequeño y somos vulnerables”, explicó Callejas. “Estamos tratando de ser más independientes y soberanos”.
Los funcionarios de finanzas de Occidente y el poderoso FMI presentarían como contraargumento que el bitcóin es la “solución” equivocada para estos problemas. Es posible que tengan razón. La tecnología de las criptomonedas es tan burda que hay pocas pruebas de que se utilice ampliamente para pagar. Y la inquietud por el robo cibernético y el uso de energía necesario para minar las monedas digitales persiste por buenas razones.
Pero lo que los occidentales también deben entender es que el resentimiento contra el sistema basado en el dólar va en aumento en el mundo no occidental. De hecho, Bukele no es el único dirigente que siente curiosidad por las criptomonedas. La semana pasada, su gobierno celebró una conferencia sobre su experiencia en la Bitcóin Beach, a la que acudieron funcionarios de finanzas de decenas de otros países de mercados emergentes. El mayor uso per cápita de las criptomonedas en la actualidad de forma abrumadora ocurre en los mercados emergentes, de acuerdo con la investigación del grupo de análisis de criptomonedas Chainalysis.
Esto tiene sentido. Como señala Hyun Song Shin, asesor económico del Banco de Pagos Internacionales, junto con sus colegas, mientras que las fricciones asociadas al bitcóin parecen excesivamente altas para los occidentales, este “costo” (es decir, el riesgo) parece menor en regiones con poca confianza en la moneda fiduciaria.
Así que tal vez el experimento de El Salvador termine en lágrimas. Sin duda, parece arriesgado; sin embargo, Occidente debe reconocer que también será arriesgado ignorar la sensación de desesperación económica —y la frustración con el orden mundial basado en el dólar— que provocó este movimiento. En especial en un momento en el que el dolor económico se está extendiendo, convirtiéndose en el nuevo tema de la época.