Opinión. La herramienta “transformará los sectores, impactará en todos los negocios y catalizará las plataformas de innovación”; sin embargo, plantea dudas sobre uso de recursos y derechos de autor
Otra semana, otro máximo histórico en los mercados de valores estadunidenses. El salto en días pasados fue provocado por la señal de la Fed de que los inversionistas pueden esperar más recortes de las tasas de interés este año, pero un optimismo más profundo del mercado se basa en dos cosas: las reservas de efectivo de los gigantes de tecnología que ahora dominan los mercados y la creencia en su capacidad para monetizar la inteligencia artificial (IA).
La inteligencia artificial “cambiará el mundo”, nos dicen. Aumentará la productividad (aunque con una disrupción para millones de puestos de trabajo). Creará un enorme pastel de riqueza nuevo para que el mundo lo comparta. Y, de acuerdo con un impresionante informe de ARK Invest que la semana pasada predijo un aumento de 40 billones de dólares en el producto interno bruto mundial gracias a la IA para 2030, “transformará todos los sectores, impactará en todos los negocios y catalizará todas las plataformas de innovación”.
Es la euforia y la sensación de inevitabilidad en esta narrativa clara lo que me pone nerviosa. Incluso si se cree que la IA será el equivalente actual de la electricidad o el internet, estamos en las primeras etapas de una transformación muy compleja que durará varias décadas y que de ninguna manera es un hecho consumado; sin embargo, las valoraciones consideran todo el cambio radical, y algo más. En un informe de febrero de Currency Research Associates se señala que se necesitarán 4 mil 500 años para que los dividendos futuros de Nvidia igualaran su precio actual. Hablando de un largo tiempo.
Si bien Nvidia no es Pets.com —obtiene ingresos tangibles por la venta de cosas reales— la narrativa de la IA depende de muchas suposiciones inciertas. Por ejemplo, requiere enormes cantidades de agua y energía. Tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea se presiona para que las empresas hagan público su consumo. Ya sea con la fijación de precios del carbono o un impuesto sobre el uso de recursos, es muy probable que suban los costos de estos insumos.
Los desarrolladores de IA ahora no tienen que poseer los derechos de autor del contenido con el que se entrenan los modelos. No tienen que obtener utilidades de la herramienta; la suposición de ganancias futuras es suficiente para alimentar la espuma. El implacable tecnooptimismo y la ilusión de inevitabilidad es la forma en que Silicon Valley crea riqueza en papel, pero recuerden que muchos de los defensores de la “IA en todas partes” no hace mucho pregonaban la web3, las criptomonedas, el metaverso y los beneficios de la economía de chambas.
Una gran diferencia, por supuesto, es que la IA ha sido validada por empresas enormes, ricas en efectivo y líderes del mercado, como Microsoft, Google y Amazon, pero incluso dentro de esas compañías, los desarrolladores tienen sus dudas. Recientemente, un directivo de una de las principales empresas en inteligencia artificial reconoció, cuando lo presioné, que las suposiciones de ganancias en torno a la tecnología se basan “más en la especulación que en la sustancia”, y que todavía quedan por resolver importantes problemas.
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Cualquiera que haya experimentado con modelos de gran lenguaje puede dar fe de eso. No confiaría en un chatbot cuando investigo para mi propio trabajo porque no quiero preocuparme por la precisión de los datos que me proporciona. Tampoco quiero renunciar a mi capacidad de organizar mi propia información. (Prefiero hacer una búsqueda en Google y ver las fuentes y las citas).
Es cierto que me muevo en el extremo superior del espectro de trabajos administrativos. Pero incluso para tareas más rutinarias, hay muchas preguntas sobre cómo integrar la IA en los flujos de trabajo y si realmente será más productiva que los humanos a los que pueda sustituir. Y los humanos empiezan a rebelarse. Las huelgas de escritores de Hollywood se centraron en el control de la inteligencia artificial, y los sindicatos están abordando la cuestión de la regulación de la tecnología de manera más amplia.
Mientras, la reacción negativa de los derechos de autor contra la IA está ganando fuerza. La semana pasada, los reguladores franceses multaron a Google con 250 millones de euros por no notificar a las editoriales de noticias que estaba utilizando sus artículos para entrenar sus algoritmos y por no conceder licencias para acuerdos justos. Esto se suma a demandas similares contra OpenAI y Microsoft que presentó The New York Times. A medida que la inteligencia artificial se abre paso en conjuntos de datos corporativos protegidos, aumentarán las oportunidades de litigios sobre derechos de autor, e incluso coincidan con las quejas de los trabajadores sobre la vigilancia corporativa.
Luego está el problema del monopolio. Como Meredith Whittaker, presidenta de la Signal Foundation y cofundadora del AI Now Institute, escribió en 2021, los avances modernos en la IA son “producto de datos y recursos informáticos significativamente concentrados que residen en manos de unas cuantas grandes corporaciones de tecnología”. Nuestra creciente dependencia de dicha inteligencia artificial, añadió Whittaker, “cede un poder desmesurado sobre nuestras vidas e instituciones a un puñado de empresas tecnológicas”.
Las compañías a las que les llaman “Los siete magníficos” impulsaron el entusiasmo por la IA y las ganancias del mercado de valores durante el año pasado. Llevaron la concentración del S&P 500 a un extremo histórico, pero como señala un informe reciente de Morgan Stanley, “históricamente, la concentración de índices ha demostrado ser autocorrectiva, con cierta combinación de fuerzas regulatorias, de mercado y competitivas, junto con la dinámica del ciclo económico, que socavan el liderazgo estático”. El informe señala que “el análisis sugiere que los rendimientos de los valores normalmente tienen problemas después de los picos de concentración”.
Esa combinación de factores de corrección puede incluir el creciente número de casos antimonopolio de las grandes compañías de tecnología y la posibilidad de que la fijación del precio del carbono y las multas por derechos de autor pongan en entredicho los insumos “gratuitos” necesarios para obtener utilidades.
Sin importar que consideres que la IA será la próxima burbuja de los tulipanes o el próximo motor de combustión, vale la pena preguntarse cómo valora el mercado esta historia.