Europa, obligada a vencer a Putin en guerra energética

La victoria será costosa, pero la región debe resistir el chantaje del líder del Kremlin y liberarse del dominio ruso

Tuberías del gasoducto Nord Stream 1 en Lubmin, Alemania. Hannibal Hanschke/Reuters
Martin Wolf
Londres /

“Europa se forjará en las crisis y será la suma de las soluciones adoptadas para esas crisis”. Estas palabras de las memorias de Jean Monnet, uno de los arquitectos de la integración de la región, resuenan hoy, cuando Rusia cierra su principal gasoducto. Se trata sin duda de una crisis. No sabemos si la perspectiva optimista de Monnet prevalece, pero Vladímir Putin atacó los principios sobre los que se construyó la Europa de la posguerra. Hay que resistirse a él.

La energía es un frente vital en su guerra. Será costoso ganar esta batalla, pero Europa puede y debe liberarse del dominio ruso. No se trata de subestimar el reto. Capital Economics afirma que, a los precios actuales, el deterioro de la relación comercial supondrá hasta 5.3 por ciento del producto interno bruto (PIB) de Italia en un año y 3.3 por ciento del de Alemania. Estas pérdidas son más grandes que las dos crisis del petróleo de la década de 1970. Además, no toma en cuenta la disrupción de la actividad industrial y el impacto del aumento de las tarifas de energía.

También es inevitable que un aumento brusco de los precios de la energía provoque alta inflación. La experiencia de la década de 1970 indica que la mejor respuesta es mantener el indicador bajo control, como hizo entonces el Bundesbank, en lugar de permitir que los intentos desesperados por evitar las inevitables reducciones de los ingresos reales se conviertan en una espiral continua de precios y salarios; sin embargo, esta combinación de grandes pérdidas de los ingresos con una política monetaria poco acomodaticia significa que una recesión es inevitable.

Aunque el futuro parece difícil, también hay esperanza. Como escribió Chris Giles: “Prácticamente no hay forma de escapar a una recesión en Europa, pero no tiene por qué ser ni profunda ni prolongada”. La probabilidad de que se produzca una pudo aumentar desde entonces, pero el trabajo del personal del Fondo Monetario Internacional (FMI) muestra que es posible un ajuste sustancial, incluso en corto. A largo plazo, Europa puede prescindir del gas ruso. Putin perderá si Europa puede aguantar.

En un documento reciente del FMI se señala el papel potencial del mercado mundial de gas natural licuado para amortiguar el impacto en Europa. La integración de la región en los mercados mundiales de gas natural licuado es imperfecta, pero sustancial.

El documento concluye que un corte de Rusia provocará un descenso del gasto nacional bruto de la Unión Europea de alrededor de 0.4 por ciento al año después de la conmoción, una vez que se tenga en cuenta el mercado mundial de gas; sin este último, el descenso será de entre 1.4 y 2.5 por ciento. Pero lo primero, aunque es mucho mejor para Europa, también significará precios más altos en otros lugares, en especial en Asia. La caída estimada de 0.4 por ciento tampoco toma en cuenta los efectos del lado de la demanda y supone la plena integración de los mercados mundiales. Por estas y otras razones, el impacto real seguro será mucho mayor.

Otro documento del FMI sugiere que, añadiendo la incertidumbre, el PIB de Alemania puede estar 1.5 por ciento por debajo de la referencia de 2022, 2.7 en 2023 y 0.4 por ciento en 2024. El trabajo del organismo sobre los países de la Unión Europea también concluye que Alemania no será el Estado miembro más afectado; Italia es más vulnerable, pero los más perjudicados serán Hungría, República Eslovaca y República Checa.


La gran lección de las crisis del petróleo de la década de 1970 fue que a mediados de los 80 había un exceso de oferta mundial. Las fuerzas del mercado seguro darán el mismo resultado con el tiempo. El impacto a corto plazo también será manejable. Lo que hay que hacer es amortiguar el impacto sobre los más vulnerables y fomentar los ajustes necesarios, que pueden incluir la reapertura de emergencia de los yacimientos de gas.

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, afirmó que el objetivo de la política debe ser reducir los picos de demanda de electricidad, poner un tope al precio del gas, ayudar a los consumidores y empresas vulnerables con ingresos inesperados del sector de energía y apoyar a los productores de luz que se enfrentan a problemas de liquidez causados por la volatilidad del mercado. Todo esto es sensato, dentro de lo que cabe.

Un aspecto crucial de esta crisis es que, al igual que el covid, pero a diferencia de la crisis financiera, casi todos los países europeos se ven afectados de forma negativa, aunque Noruega es la gran excepción. En este caso, sobre todo, Alemania se encuentra entre los más vulnerables. Esto significa que la conmoción y la respuesta son comunes: se trata de un predicamento compartido. Pero también es cierto que los miembros individuales no solo se enfrentan a retos que difieren en gravedad, sino que también poseen una capacidad fiscal diferente. Para que la eurozona salga adelante, volverá a plantearse la cuestión de compartir los recursos fiscales. Al final, será insostenible esperar que el Banco Central Europeo sea el principal respaldo fiscal en una crisis así; sin embargo, si se abandonara a los países más débiles, las consecuencias políticas serían terribles.

Por lo menos surgen otros dos grandes problemas. El más acotado es el papel de Reino Unido bajo su nueva primera ministra, Liz Truss. Ella tiene una opción inmediata: arreglar las diferencias del país con sus aliados europeos en respuesta a la amenaza compartida de Putin o romper el tratado que su predecesor hizo para “lograr hacer el brexit”. Los europeos no olvidarán ni perdonarán si ella elige lo segundo.

El segundo problema es el cambio climático. Como escribe Fatih Birol, de la Agencia Internacional de la Energía, no se trata de una “crisis de la energía limpia”, sino todo lo contrario. Necesitamos mucha más energía limpia, tanto por los riesgos climáticos como para reducir la dependencia de proveedores poco confiables de combustibles fósiles. Aprendimos esta lección en la década de 1970. La estamos aprendiendo de nuevo. Los argumentos a favor de una revolución energética se hicieron más fuertes, no más débiles.

La manera en la que Europa responda a esta crisis marcará su futuro inmediato y también a largo plazo. Debe resistir el chantaje de Putin. Debe adaptarse, cooperar y resistir. Ese es el quid de la cuestión.


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