En 1900, Reino Unido tenía 3.3 millones de caballos que proporcionaban fuerza de tracción, transporte y caballería. En la actualidad solo queda la recreación, pues son una tecnología anticuada. Su número se redujo en 75 por ciento. ¿Podrán los humanos convertirse también en una tecnología anticuada, desplazados por máquinas que no solo son más fuertes y diestras, sino más inteligentes, incluso más creativas? Nos dicen que la amenaza es remota; sin embargo, se trata de una cuestión de creer. Tal vez las máquinas puedan hacer mejor que nosotros muchas de las cosas que necesitamos, con la excepción de ser humanas y preocuparse como lo hacen los humanos.
Sin embargo, aunque no amenace tal revolución, los recientes avances en inteligencia artificial son muy significativos. De acuerdo con Bill Gates, son el avance más importante desde las computadoras personales. Entonces, ¿cuáles pueden ser sus implicaciones? ¿Podemos controlarlas?
El punto de partida natural es el empleo y la productividad. Un artículo de David Autor, del MIT, y coautores ofrece un marco analítico útil y conclusiones serias sobre lo que ha ocurrido en el pasado. Distingue la innovación que aumenta el trabajo de la que lo automatiza. Concluye que “la mayor parte del empleo actual corresponde a nuevas especialidades laborales introducidas después de 1940”. Pero el sitio de este nuevo trabajo cambió de las ocupaciones de producción y administrativas de salario medio anteriores a 1980 a las profesionales altamente remuneradas y, en segundo lugar, a los servicios de baja remuneración a partir de entonces. Así pues, la innovación ha ido vaciando cada vez más los empleos de ingresos medios.
Además, las innovaciones solo generan nuevos tipos de trabajo cuando complementan empleos, no cuando los sustituyen. Por último, los efectos de erosión de la demanda de la automatización se intensificaron en las últimas cuatro décadas, mientras que los efectos de aumento de la demanda no lo han hecho. Nada de esto es muy alentador, sobre todo porque el crecimiento global de la productividad ha sido bastante modesto desde 1980.
¿Qué hay del futuro? Un análisis de Goldman Sachs es optimista y aleccionador. Argumenta que “la combinación de un importante ahorro de costos laborales, la creación de nuevos puestos de trabajo y el impulso de la productividad de los empleados no desplazados plantea la posibilidad de un auge de la productividad laboral”. Esta situación sería similar a la que al final siguió a la aparición del motor eléctrico y la computadora personal. El estudio estima que la inteligencia artificial generativa, en particular, puede elevar el crecimiento anual de la productividad laboral de Estados Unidos en 1.5 puntos porcentuales. El aumento será mayor en los países de altos ingresos que en los países en desarrollo.
A escala mundial, la inteligencia artificial podrá automatizar 18 por ciento del trabajo, con efectos mayores en los países de altos ingresos. En el caso de EU, la proporción estimada de trabajo expuesto a la inteligencia artificial oscila entre 15 y 35 por ciento. Los trabajos más vulnerables serán los de oficina y administrativos, jurídicos y de arquitectura e ingeniería. Los menos expuestos serán los de construcción, instalación y mantenimiento. Desde el punto de vista social, el impacto recaerá sobre todo en los trabajadores de cuello blanco con un nivel relativamente alto de estudios. Así pues, existe el peligro de una movilidad descendente de las clases media y media alta. Las repercusiones sociales y políticas de estos cambios parecen demasiado evidentes, incluso si el efecto global es el aumento de la productividad. A diferencia de los caballos, las personas no van a desaparecer. También tienen voto.
Sin embargo, estos efectos económicos están muy lejos de ser la historia completa. La inteligencia artificial es un cambio mucho mayor. Plantea preguntas profundas sobre quiénes y qué somos. Puede ser la tecnología que más transforme nuestra percepción de nosotros mismos.
Consideremos algunos de estos efectos más amplios. Sí, podemos tener jueces insobornables y una mejor ciencia, pero también un mundo de información, imágenes e identidades falsificadas. Podemos tener monopolios y plutócratas más poderosos, una vigilancia casi total por parte de gobiernos y empresas, tener una manipulación mucho más eficaz del proceso político democrático. Yuval Harari argumenta que “la democracia es una conversación, y las conversaciones se basan en el lenguaje. Cuando la inteligencia artificial logre manipuarlo podrá destruir nuestra capacidad de mantener conversaciones significativas, destruyendo así la democracia”. Daron Acemoglu, del MIT, argumenta que necesitamos comprender esos daños antes de soltar a esta tecnología. Geoffrey Hinton, “padrino” de la inteligencia artificial, incluso decidió renunciar a Google.
Sin embargo, el problema de regular esta herramienta es que, a diferencia de los medicamentos, por ejemplo, que tienen un objetivo conocido (el cuerpo humano) y metas conocidas (una cura de algún tipo), la inteligencia artificial es una tecnología de uso general. Es polivalente, puede cambiar las economías, la competitividad nacional, el poder relativo, las relaciones sociales, la política, la educación y la ciencia. Puede cambiar la forma en que pensamos y creamos, quizás incluso la forma en que entendemos nuestro lugar en el mundo.
No podemos esperar calcular todos estos efectos. Son demasiado complejos. Sería como intentar comprender el efecto de la imprenta en el siglo XV. No podemos esperar ponernos de acuerdo sobre lo que hay que favorecer y lo que hay que evitar. E incluso si algunos países lo hicieran, nunca podríamos detener al resto. En 1433, el imperio chino detuvo sus intentos de proyectar poder naval. Eso no impidió que otros lo hicieran, derrotando al final a China.
La humanidad es el Doctor Fausto. También busca el conocimiento y el poder y está dispuesta a hacer casi cualquier trato para conseguirlo, sin importarle las consecuencias. Peor aún, es una especie de Doctores Fausto que compiten, que buscan el conocimiento y el poder, como él. Hemos experimentado el impacto de la revolución de las redes sociales en nuestra sociedad y nuestra política. Algunos advierten consecuencias para nuestros hijos, pero no podemos detener los acuerdos que hicimos. Tampoco vamos a detener esta revolución. Somos Fausto. Somos Mefistófeles. La revolución de la inteligencia artificial continuará.
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