Un verdadero ganador habría apostado en corto a las acciones. Con la autoridad moral que viene de las abdominales con las que se puede cortar sushi, Cristiano Ronaldo retiró dos botellas de Coca-Cola de la mesa de una conferencia de prensa de la Eurocopa 2021 y elogió el agua en su lugar.
La censura del ser humano con más seguidores en Instagram le pegaría a cualquier compañía. Lo mismo pasaría con el golpe posterior de 4 mil millones de dólares (mdd) en valor de mercado. Pero pocos son tan dudosos como Coca-Cola. Su “Informe de Negocios y Medio Ambiente, Social y Gobernanza 2020” (sí, hay dos “y”) es una disculpa de 82 páginas para su producto principal.
En este punto, es natural comparar la piedad de las corporaciones modernas con sus esquemas tributarios. Pero ya no alcanzo a ver lo primero como algo incompatible con lo segundo. Se entiende mejor como una consecuencia de eso. El ascenso de los temas “Responsabilidad Social Corporativa” (RSC) y “Ambiental, Social y Gobernanza” (ESG, por sus siglas en inglés) refleja el descenso gradual de la tasa eficaz del impuesto corporativo.
La lógica de la alta dirección es transparente: lo que le negamos al bolsillo común, podemos corregirlo, o al menos opacarlo, de otras formas. No es solo la culpa lo que hace que una compañía multinacional hable con la jerga de la izquierda cultural. No es solo la ingenuidad lo que induce a un banco a contratar batallones de consultores de sustentabilidad. Es un cálculo. Un zorro astuto que trata de despistar a los sabuesos.
Si tengo razón, entonces se deduce que impuestos más altos y mejor aplicados significan el fin de la corporación que sonríe de manera artificial. En esencia, las empresas comprarán el derecho a volver a vivir la vida sin compromisos. Podemos volver a una época en la que la producción de las cosas que la gente quiere, y el reparto de las ganancias con el gobierno, era un bien social. En ese sentido, un régimen fiscal más estricto es un refuerzo del capitalismo. Pocas cosas elogian más el reciente acuerdo del Grupo de los siete (G7)sobre el tema. Pocas cosas hacen más extraña la oposición de los supuestos conservadores.
En el libro 1984, la cosa menos profética que escribió George Orwell, malinterpretó la trayectoria de la izquierda. La fuerza que se avecinaba no era el Estado, que incluso en Rusia alcanzó su punto máximo en el momento de su publicación. Fue la marcha Gramsciana (por el teórico marxista Antonio Gramsci) por las instituciones. Y el resultado no sería totalitario, solo empalagoso y moralista.
Él Dice...“La lógica de la alta dirección es transparente: lo que le negamos al bolsillo común, podemos corregirlo, o al menos opacarlo, de otras formas”
Una manifestación inofensiva de esto es la terapia en el lugar de trabajo como grupo. Llámame británico, pero mis expectativas de un empleador son que envíen la transferencia bancaria mensual y cumplan con el mínimo legal de vacaciones pagadas y similares. Si me ayudan en un momento difícil, pueden esperar lealtad recíproca. Lo que no quiero es entrar en comunión pastoral con ellos o rehacer juntos el mundo.
Mucho más escalofriante es la empresa verdaderamente mesiánica. Coca-Cola quiere que su fuerza laboral estadunidense se “alinee” con los datos del censo étnico, como un edificio de viviendas de Singapur. La misión RSC de Microsoft busca una reforma migratoria, una mejor respuesta a la crisis humanitaria y “alternativas al encarcelamiento”. Se asemeja al programa de un partido político (uno, para ser claro, por el que votaría) y, en ocasiones, a la declaración de derechos de un Estado Nación.
Incluso si puede vivir con la hambruna fiscal del gobierno, ¿quién cree que esta gama de actividades napoleónicas es un buen negocio? ¿Quién cree que es, en el sentido antiguo, sostenible?
Christopher Hitchens tuvo una respuesta cuando los bienintencionados, pero insípidos defendieron a los creyentes que no hacen proselitismo ni actúan de acuerdo con los fragmentos más mezquinos de las Escrituras. “Todo lo que dices es que estas personas son tan agradables que casi no son religiosas”, dice.
Esto es RSC en todas partes. La esencia es que una empresa es buena precisamente en la medida en que no actúa como una compañía. Creación de empleos, innovación, elección del consumidor: todo esto se convierte en algo dado. En su propio informe, “por favor, quiérannos”, Nike asegura a los adultos que compran sus zapatos, que al menos 1.5 por ciento de los ingresos brutos se destina al “impacto comunitario”. La implicación es que emplear personas no afecta a una comunidad.
Como concesión intelectual, esto es enorme, y las corporaciones lo han aceptado como cobertura para engañar al recaudador de impuestos. El daño al Estado está bastante bien ventilado. Es el daño al propio capitalismo lo que se construye de manera insidiosa con el tiempo. El ahorro de efectivo inmediato no compensa la contaminación a largo plazo de la atmósfera en la que deben operar las empresas.
La manera obvia de salir de esta trampa parece cara. De hecho, es una ganga. Dar al César lo que es del César.
srgs