Todo el mundo tiene una opinión sobre la BBC. Un día, es una organización para complacer a las masas; al siguiente, es arrogante, elitista y sin conexión. Por otra parte, el camino al “middlebrow” (la cultura media) también puede ser peligroso. En los primeros días de la radio, a la escritora Virginia Woolf le preocupaba que los jefes de estudio de la BBC estuvieran demasiado ocupados atendiendo a un público que no estaba en su Bloomsbury natal, sino en el aburrido South Kensington.
En 2022, cuando la BBC celebra su centenario y su futuro está en duda, es el momento de un poco de perspectiva. Ahí radica el valor de la nueva historia de la BBC de David Hendy. En Reino Unido, donde los celosos rivales de los periódicos y los políticos hostiles han cosido a patadas a la institución conocida casi con cariño como “Auntie” (tía), mantener la atención y el respeto de la nación se ha convertido en una tarea imposible.
En los años de su fundación, después de la Primera Guerra Mundial, la vida era más sencilla. La BBC se guiaba por un “alto paternalismo victoriano” encarnado por su primer director general, John Reith, un estricto escocés presbiteriano. Su objetivo era “llevar lo mejor del conocimiento, el esfuerzo y los logros humanos” a todos los hogares del país. La misión de informar, educar y entretener fue la base de la evolución de la BBC hacia un modelo de radiodifusión de servicio público.
En varios momentos, la BBC contribuyó de forma indeleble a la conciencia nacional: la coronación televisada de la reina Isabel II; el funeral de Winston Churchill; la serie Life on Earth de David Attenborough; y la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de 2012, que reunió a la “Beeb” y al NHS en una celebración orquestada de la “britanidad”. La BBC encarna la identidad nacional, pero su influencia se extiende por todo el mundo. El World Service (Servicio Mundial) todavía llega a 468 millones de personas a la semana, emitiendo en 42 idiomas diferentes. Junto con la monarquía, la BBC sigue siendo uno de los dos principales pilares del “poder blando” británico.
Su enfoque es en parte historia de la radiodifusión y en parte historia social. Los radioescuchas, telespectadores y emisores están unidos umbilicalmente a través de “A People’s History”, de Hendy, un subtítulo muy acorde con las normas de la BBC.
El nuevo formato de la empresa consistía en que eminentes oradores leyeran en voz alta guiones meticulosamente editados frente a un micrófono en un cuartito en Savoy Hill, cerca del Strand, la primera sede de la BBC. A la cita acudieron escritores estrella como JB Priestley, EM Forster y George Bernard Shaw, así como David Lloyd George.
Lo Dice..."A medida que la BBC crecía, con la proliferación de canales de radio y televisión, los límites del buen gusto y el buen juicio se ampliaron”
En la década de 1930 se produjo una nueva llegada de talento cuando miles de refugiados huyeron del fascismo en Europa. The BBC Empire Service (que más tarde pasó a llamarse World Service) y el BBC Monitoring Service (una operación de espionaje que recogía grandes cantidades de información de las ondas de radio mundiales) incluían a personalidades como Martin Esslin, el escritor austriaco, George Weidenfeld, el futuro editor, y Ernst Gombrich, el historiador del arte. Fue Gombrich quien adivinó por primera vez que Hitler había muerto tras escuchar en la radio alemana una sinfonía de Bruckner.
Como corporación pública dependiente desde 1946 de un canon que se impone al público, la BBC sigue dependiendo financieramente del Estado, pero nominalmente es independiente desde el punto de vista editorial. Esto siempre ha sido un compromiso incómodo, especialmente en momentos de crisis nacional como la huelga general, la Segunda Guerra Mundial y Suez en 1956.
Alan Bullock, historiador de Oxford que trabajó en la BBC durante la guerra, describe la relación como “un constante estira y afloja”. Los esfuerzos del gobierno por convertir a la BBC en un organismo de propaganda fracasaron debido a la resistencia pasiva y a los compromisos tras bastidores. Pero la BBC accedió a permitir la inserción de códigos secretos para los combatientes de la resistencia en tiempos de guerra en sus emisiones de noticias. Después de la guerra, BBC se dedicó a veces a la autocensura, interpretando generosamente los asuntos de “controversia” y aferrándose demasiado a la regla de los 14 días que prohíbe la discusión de cualquier asunto que surja en el Parlamento.
A medida que la BBC crecía, con la proliferación de canales de radio y televisión, los límites del buen gusto y el buen juicio se ampliaron. El monopolio de la radiodifusión se hizo insostenible en ese momento. ITV obligó a la empresa a mejorar sus programas de drama y documentales de televisión; la radio pirata, que operaba frente a la costa de Inglaterra, obligó a la BBC a acelerar el ritmo de la música pop, contratando a estrellas como Tony Blackburn, Annie Nightingale y el lúgubre John Peel.
Desde Margaret Thatcher, las voces que reclaman la reducción del tamaño de la BBC se han hecho más fuertes. Los sucesivos gobiernos han tratado de empaquetar el consejo de directores que supervisa la BBC. El Daily Mail, crítico desde 1920, ha acusado a la BBC de petulancia y “marxismo cultural”. Los periódicos de Rupert Murdoch nunca han dejado de criticar a la BBC, y pocas veces reconocen que tienen un conflicto irremediable debido a sus propios intereses rivales en la prensa y la televisión en Reino Unido.
Los altos directivos se han debilitado ante los escándalos, en particular el caso de Jimmy Savile, una personalidad televisiva pedófila fuera de control. Estos puntos bajos eclipsan verdaderos avances tecnológicos como el iPlayer y el “Project Kangaroo”, la iniciativa de 2007 que habría reunido a la BBC, ITV y Channel 4 en un único servicio de vídeo bajo demanda en Reino Unido.
El visionario plan del director general Mark Thompson fue bloqueado por la Comisión de Competencia después del cabildeo de operadores comerciales como Sky y Virgin Media, de Murdoch. En retrospectiva, esto parece un grave error de juicio. Una plataforma de la BBC que operara a gran escala habría ofrecido una ventaja de primer orden frente a los gigantes estadunidenses liderados por Amazon, Disney y Netflix, ahora dominantes del streaming.
En lugar de eso, la BBC se ha visto sometida a recortes. Desde 2010, los gobiernos conservadores han obligado a la BBC a aceptar un recorte real de 30 por ciento en el financiamiento, incluyendo el costo del World Service, anteriormente financiado por el Ministerio de Relaciones Exteriores.
En un panorama mediático fragmentado, en el que la desinformación y las redes sociales dominan, el papel de la BBC es posiblemente más importante que nunca. El año pasado, el gobierno británico se jactó de que la BBC era el emisor más confiable del mundo, una parte esencial del objetivo de “Global Britain’s” de ser una “superpotencia de poder blando”, un desfase demasiado familiar de la retórica y la acción.
Por supuesto, hay que abrir el debate acerca de los futuros mecanismos de financiamiento de la compañía. Pero cuidado con la no interferencia o, peor aún, el acto de autolesionarse. La BBC —y la nación— se merecen algo mejor.
srgs