La eurozona debe unirse contra la crisis energética

Los Estados miembros tienen que mantenerse juntos en las buenas y en las malas para ayudar a mitigar el golpe a la población y dar forma a políticas comerciales y económicas hacia la relación con China

Edificio del Banco Central Europeo, que endureció su política monetaria más tarde y en menor medida que la Fed. Yann Schreiber/AFP
Martin Wolf
Londres /

Los retos económicos a los que se enfrenta la eurozona no son los mismos que los de Estados Unidos; sin embargo, en conjunto, son aún más difíciles.

La economía de la eurozona no sufre de un sobrecalentamiento de la demanda interna en la misma medida que EU. Esto debe hacer que la tarea de la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) sea más fácil que la de la Reserva Federal, pero la crisis de la oferta que golpea a la eurozona es mucho mayor, con un enorme incremento del precio de la energía, en especial del gas, después de la invasión de Rusia a Ucrania. Este choque es inflacionario, en el sentido de que elevó el nivel de precios, y es de contracción, porque redujo los ingresos reales de los hogares y la relación de comercio de los países.

La eurozona es más frágil que EU. Sus economías nacionales son diversas y los mecanismos de seguro transfronterizos están poco desarrollados. Sobre todo, la política sigue siendo nacional. Como resultado, la fragmentación es siempre un riesgo; no obstante, tiene ventajas para hacer frente a los choques del covid y de la energía en comparación con los problemas financieros de hace una década. Los recientes conflictos afectaron a los miembros de forma bastante similar, mientras que la crisis financiera mundial dividió a la eurozona entre acreedores dominantes y deudores humillados. Esta vez sí es diferente.

Entonces, ¿qué puede deparar el futuro y qué se tiene que hacer?

Empecemos por la política monetaria. Hasta agosto de 2022, la inflación general de los precios al consumidor fue de 9.1 por ciento en la eurozona y de 8.3 por ciento en Estados Unidos, pero el indicador subyacente fue solo de 4.3 por ciento en la zona euro, frente a 6.3 por ciento en EU. Así, 4.8 puntos porcentuales de la inflación de la eurozona se debieron al aumento de los precios de la energía y los alimentos, en comparación con los 2 puntos porcentuales en EU. Los datos sobre el mercado laboral indican de igual manera un sobrecalentamiento mucho menor que en la Unión Americana.

Esto explica por qué el BCE endureció su política monetaria más tarde y en menor medida que la Fed, un alza de 1.25 puntos porcentuales en la tasa de intervención, desde -0.5 por ciento, en el primero, frente a un aumento de 3 puntos porcentuales, desde 0.25 por ciento, en el segundo. No obstante, el banco hizo bien en empezar a normalizar las reglas, en parte porque habían sido muy agresivas y porque necesitaba evitar que los efectos de los choques sobre los precios se incrustaran en las expectativas. Sus acciones tampoco fueron prematuras: el Fondo Monetario Internacional (FMI) revela que las expectativas de inflación de muchos participantes en el mercado ya se desplazaron al alza hasta cerca de 4 por ciento.

No obstante, el BCE debe ser prudente en cuanto a la rapidez y el alcance de sus movimientos. Una de las razones es que la crisis de energía dará un fuerte impulso recesivo a la economía. De hecho, hay una alta probabilidad de recesiones en la eurozona. Otra razón para la cautela es la complejidad de los mecanismos de transmisión, tal como expuso en un reciente discurso Philip Lane, economista jefe del BCE. Una preocupación especial es la incertidumbre sobre los rezagos. Es muy posible que la inflación general caiga muy pronto porque ha bajado el gas. De ser así, el principal impacto del endurecimiento monetario de hoy puede producirse mucho después de que las expectativas de inflación ya se hayan ajustado a la baja. De hecho, es posible que la política monetaria “normal” de la zona euro siga muy flexible, como antes de la crisis.

Una preocupación especial es el aumento de los diferenciales de los bonos del gobierno, que se transmitirá a los solicitantes de préstamos de las economías más vulnerables. Hasta ahora, estos diferenciales son mucho menores que durante la crisis de la eurozona. Además, el BCE dispone de varias herramientas —por sí mismo o en cooperación con otras instituciones, en especial el Mecanismo Europeo de Estabilidad— para hacer frente a la fragmentación. Entre ellas se encuentran la reinversión de activos, un nuevo “instrumento de protección de la transmisión” y, si todo lo demás falla, las “operaciones monetarias directas” desarrolladas en 2012, después del discurso de Mario Draghi de “lo que sea necesario”; sin embargo, la implementación de estos programas creará dificultades conceptuales, prácticas y políticas, sobre todo en lo que respecta a la distinción entre falta de liquidez e insolvencia. No obstante, al final es sencillo: a lo largo de estas crisis, la eurozona tiene que tratar a todos los miembros como si estuvieran en la misma situación, aunque no lo estén.

¿Funcionará? La mejor respuesta es que tiene que hacerlo. La supervivencia de la Unión Europea y, por tanto, de la eurozona, su núcleo económico, es el principal interés nacional y colectivo de sus miembros. Se enfrentan a un enemigo brutal de sus principios más fundamentales en el este y a un país de Estados Unidos imprevisible en el oeste. La región no solo debe sobrevivir, sino prosperar, para que la propia Europa lo haga. Por muy destartaladas e incompletas que sean las estructuras de la Unión Europea y la eurozona, los miembros deben mantener a todos unidos en las buenas y en las malas.

Esto significa mucho más que garantizar que el régimen monetario funcione para todos. También es dar forma a una política energética común, en especial una que acelere el cambio a las energías renovables, ayudar a los Estados miembros a amortiguar a sus ciudadanos contra lo peor de la crisis de energía, acordar una política común hacia Rusia bajo el gobierno de Vladímir Putin junto con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dar forma a una política comercial y económica que maneje las relaciones con China e incluso avanzar hacia relaciones más estables con Reino Unido.

Las concesiones necesarias para hacer frente a la crisis de energía y a la invasión a Ucrania serán dolorosas, pero se tienen que hacer. Sin la Unión Europea, los países miembros estarán perdidos. Lo saben y estoy seguro de que actuarán en consecuencia. De estas crisis debe surgir una Unión Europea más fuerte, porque no hay alternativa.


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