En la actualidad, los seres humanos y el ganado que criamos como alimento constituyen 96 por ciento de la masa de todos los mamíferos del planeta. Además, 70 por ciento de todas las aves vivas son de corral, en su mayoría gallinas que comemos. También se cree que las tasas de extinción son de 100 a mil veces más altas que la tasa registrada durante las últimas decenas de millones de años. Todo esto es una pequeña parte de nuestro impacto general en la biosfera del planeta, la suma de todos sus ecosistemas.
La humanidad se convirtió en un intruso en el nido planetario. Nuestro gran éxito en aumentar la riqueza y números creó una nueva era, a veces llamada “atropoceno”. Puede ser una exageración, pero que nuestras actividades estén remodelando la vida en la tierra no lo es. La pregunta entonces es la siguiente: si deseamos revertir estas amenazas, ¿qué debemos hacer y a qué debemos renunciar?
Estos hechos provienen del prólogo de David Attenborough a un estudio definitivo de la economía de la biodiversidad, realizado por sir Partha Dasgupta de la Universidad de Cambridge. Dasgupta argumenta que ya no es posible excluir a la naturaleza de nuestro análisis económico. Como dice su reseña: “En su esencia, los problemas que enfrentamos hoy no son diferentes de los de nuestros antepasados: cómo encontrar un equilibrio entre lo que tomamos de la biosfera y lo que le dejamos a nuestros descendientes. Pero mientras que nuestros antepasados lejanos no fueron capaces de afectar el sistema terrestre en su conjunto, nosotros no solo podemos hacer eso, lo estamos haciendo”.
En una fascinante conferencia reciente sobre “Tecnooptimismo, cambio de comportamiento y límites planetarios”, el economista británico lord Adair Turner aborda la cuestión de cómo gestionar mejor los desafíos. Señala dos enfoques alternativos. Uno, que yo llamaría “Hacia adelante y hacia arriba”, se basa en la fe de que el ingenio humano encontrará una manera de resolver los problemas creados por el mismo ingenio humano. El otro, al que llamo “Arrepentíos, porque el fin está cerca”, se basa en la convicción de que debemos abandonar todas nuestras prácticas codiciosas si queremos sobrevivir.
De manera útil, Turner transforma estas actitudes contradictorias en preguntas empíricas: ¿qué funcionará y en qué horizonte temporal? Al responderlas, distingue los sistemas físicos de los biológicos. Los primeros son los que nos dan trabajo, calefacción y refrigeración. El gran desafío es nuestra dependencia de la luz solar fosilizada, en forma de combustibles fósiles y sus emisiones de gases de efecto invernadero. Los segundos nos suministran los alimentos que comemos, así como algunos textiles. El sol, el agua, los minerales y la atmósfera son, por supuesto, esenciales para la vida, pero la transformación de estos insumos en la vida misma implica bioquímica: la producción de moléculas complejas.
Making Mission Possible: Delivering a Net-Zero Economy, publicado por la Comisión de Transiciones Energéticas en septiembre de 2020, establece, señala Turner, un pasaje plausible a las emisiones netas cero para 2050. En esencia, se encuentra un cambio hacia la dependencia de la luz solar incidente y el viento, en forma de electricidad generada por energía solar y eólica. Esto se combinará con baterías, hidrógeno y otras formas de almacenamiento, así como un papel para la bioenergía en el mediano plazo. Con los bajos costos de la energía renovable, esta transición es factible y barata. Algunos sectores, como el hierro y el acero, serán costosos de transformar, pero no son tan grandes como para cambiar el panorama general.
En resumen, la física de la transición energética es simple. La dificultad es la escasez de tiempo. Tenemos que hacer grandes avances hacia una reducción de las emisiones en la próxima década, pero no podemos renovar toda nuestra infraestructura en un periodo tan breve. Por tanto, a corto plazo, muchos tendrán que limitar su consumo; a largo plazo se demostrará que los tecnooptimistas tienen razón en la transición energética.
Por desgracia, no tienen (todavía) razón sobre la transición alimentaria. El problema no es la energía que necesitamos para la alimentación, que es solo 6 por ciento del consumo total de energía humana no alimentaria. El problema es que la fotosíntesis y la conversión de plantas en carne por parte de los animales son ineficientes energéticamente. La bioquímica explica por qué la humanidad ha tenido que apoderarse de gran parte del planeta. Se necesitan enormes áreas de los receptores solares llamados plantas para producir suficiente alimento y la agricultura también emite grandes cantidades de gases de efecto invernadero.
Turner sugiere una combinación de tres soluciones a este problema. La primera son grandes mejoras en la práctica agrícola. Estamos, por ejemplo, arruinando tierras y las reemplazamos tomando nuevas tierras que tienen otros usos. La ingeniería genética jugará un papel aquí. La segunda son los cambios en la dieta: alejarnos de la carne y los lácteos. La tercera son los cambios radicales en la tecnología que, en última instancia, convierten la producción de alimentos en un proceso industrial.
En resumen, nos encontramos en una coyuntura histórica. A nuestra generación le tocó asumir la responsabilidad del planeta en su conjunto. No hay duda de que gran parte de la respuesta debe ser un cambio tecnológico bien dirigido, ya que ningún proceso político concebible, y menos uno democrático, resolverá estos desafíos revirtiendo dos siglos de mayor uso de energía. La humanidad no volverá a su existencia premoderna, donde la vida era desagradable, brutal y corta para casi todos. Pero, al tomar en cuenta el lugar en el que nos encontramos ahora, de acuerdo con nuestro impacto en la biosfera, también tendremos que cambiar nuestro comportamiento, al menos a corto o medio plazos.
Si será posible acordar e implementar una corrección de rumbo tan radical es apenas una pregunta abierta. Hasta ahora, no hemos demostrado casi ninguna capacidad para resolver este desafío, pero la necesidad es obvia. No debemos seguir comportándonos como lo hemos hecho hasta ahora. Muchos de nosotros tendremos que cambiar y los más ricos tendrán que cambiar más.
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